El “amor” que nos cuentan las películas, riesgos tras el final feliz

Imagen: Netflix.

A través de mi ventana, la película con que Netflix celebró “el mes del amor”, nos cuenta una historia recurrente: una chica buena se enamora de un muchacho malo que la maltrata y controla, pero la ama e intenta ser mejor por ella. Otra vez la plataforma de streaming propone un relato cargado de clichés y micromachismos, que naturaliza el acoso y valida las relaciones tóxicas. El filme triunfó, por supuesto, y precisamente por ello es tan preocupante.

La cinta dirigida por Marçal Forés cuenta la historia de Raquel, una adolescente de clase humilde en Barcelona, que acosa a su atractivo y millonario vecino Ares, por quien siente una profunda atracción. Aunque la película lo muestra como un comportamiento tierno, que alguien a quien no conoces sepa tus planes, guarde tus fotos en su computadora y te persiga a todas partes no es romántico, es alarmante.  

Pero el chico no se queda atrás. Al estar secretamente enamorado de Raquel, con quien no ha intercambiado ni una palabra, le sigue “el juego”, se cuela en su casa, le roba la laptop y hackea su cuenta WiFi, en un maquiavélico plan para acercarse a ella pero seguir haciéndose el difícil. Todo muy tóxico. 

A partir de ahí, comienza el ciclo clásico de este tipo de relatos en el que, tras cada acercamiento amoroso, viene un maltrato por parte de él. Ella, sensible, intenta cambiar al chico duro, que arrastra traumas familiares y no expresa sus sentimientos porque piensa que es de débiles. Y lo hace, claro. Y se enamoran, por supuesto. Y establecen una relación con idas y venidas, mucho sexo, un triángulo amoroso y hasta un accidente casi fatal. Y hay final feliz. Y habrá segunda y tercera parte con mucho más “amor” por repartir. 

¿El problema? Que la historia evidencia, justifica y glorifica los comportamientos tóxicos, que en la vida real no suelen tener final feliz. Las relaciones que empiezan con acoso, control y maltrato casi siempre terminan en actos violentos injustificables, ni siquiera en nombre del amor. 

No es un fenómeno nuevo. Durante años, las princesas de Disney, las novelas y películas románticas reprodujeron, una y otra vez, el esquema del enamoramiento como salvación, como único objetivo en la vida de las mujeres; como exclusiva fuente de felicidad por encima de la carrera profesional y la realización personal. En los últimos tiempos, además, tanto Netfix como otras productoras han apostado por películas y series con una mezcla de todo esto, adolescentes y sexo.

Sagas populares como After, Crepúsculo, Cincuenta sombras de Grey, El Stand de los Besos y A través de mi ventana, que empieza ahora, validan situaciones de abuso, manipulación y violencia. Las muestran como normales o, al menos, como elementos imprescindibles del verdadero amor. 

Refuerzan no uno, sino muchos estereotipos sexistas. Insisten en la idea del enamoramiento a primera vista y del destino. Enaltecen la paciencia infinita de quienes se sacrifican en nombre del amor. Reproducen los ciclos de violencia, donde las grandes discusiones son seguidas de apasionadas reconciliaciones. Y, sobre todo, glorifican el perdón al apostar insistentemente al lugar común según el cual “el amor todo lo puede”.

Tales producciones son aún más peligrosas porque sus públicos principales suelen encontrarse entre la adolescencia y la juventud, cuando las personas son más influenciables. Muchachos y muchachas asumen estas propuestas y reproducen los patrones de control y dominación dentro de sus primeras relaciones.

En una entrevista con el podcast Mujeres al Sur, Tona Gusi, socióloga y psicóloga española especializada en estos temas, alerta sobre los riesgos del “amor romántico”, un conjunto de creencias y valores sobre lo que significa amar, transmitidas desde la infancia a través de historia, juguetes, cuentos, medios, publicidades y arte, entre otras.

Los mitos asociados a este concepto se dividen en cuatro grupos: el amor todo lo puede, es lo más importante y requiere de entrega total, es sinónimo de posesión y control y además, está predestinado, resume.  

Entre sus principales postulados se encuentran “la idealización de la otra persona, la justificación de todo en nombre del amor, la exclusividad sexual, el deseo de presencia constante, la creencia de que todo el mundo es heterosexual, la consideración de los celos como signo de enamoramiento, la vinculación entre sufrimiento y amor, ya que este último es incontrolable”. 

Según la psicóloga, estos supuestos invitan a las persona a continuar en relaciones violentas o con las que no se sienten bien con “argumentos basados en el chantaje, con el que manipular la voluntad de la pareja que sería la víctima: si no me perdonas, es que no me amas de verdad”.

Por otro lado, está el mito de la media naranja, la creencia de que elegimos a la pareja a la que estamos predestinados. En el fondo nos hace creer que solo hay un amor en la vida, que nos completa y debe ser el centro de nuestra vida, señas muy peligrosas, explica.

“Una idea alarmante es que si se ama, debes renunciar a la intimidad, no deben existir secretos, la pareja tiene que saber todo sobre la otra parte, dando pie a naturalizar celos, posesión y control”, apunta.

Desde la perspectiva de Gusi, son necesarios espacios informativos sobre una vida sexual saludable y plena, usar los materiales generados por expertos y expertas en educación, psicología, sexualidad, salud y otros temas, hacer un periodismo más cerca de la verdad con las fuentes correctas y no publicar mensajes sexistas y patriarcales.

Desmontar el mito del amor romántico no significa renunciar a tener una relación de pareja. El desafío consiste en aprender a hacerlo. El amor auténtico no se sostiene sobre la adoración, el control o la pertenencia; sino sobre la libertad de cada individuo, la lealtad y el compañerismo, la capacidad de llegar a acuerdos, la equidad. Cuando consigue ser así, se gana a pulso todos los calificativos que le pongan. 

En ese camino, vale la pena mirar con espejuelos de género las películas de moda, para que los estereotipos y sus consecuencias no se escondan y reproduzcan tras los finales felices de la pantalla