Stalina, la mujer detrás del premio: Una vida defendiendo “el derecho de nacer”

Stalina Santisteban Alba, premio FIGO (Federación Internacional de Ginecología y Obstetricia). Foto: Archivo

Es miércoles y el pase de guardia de hoy, con el rigor de siempre, sabe también a “elogio de la virtud” en aquel teatro. No es un pase de guardia ordinario, es uno que espera el reencuentro y el abrazo aplazado con una mujer devenida institución.

Los pasos delatan el regreso a casa, aunque casa sean para ella todos los hospitales y espacios que tengan que ver en Cuba, literalmente, con el primer grito de vida.

Stalina Santisteban Alba ha llegado a dar gracias, cuando la necesidad de hacerlo parece nacer, ante todo, desde cualquier dirección de esa sala apuntándole directo a ella. Su nombre es uno de los once en una reducida lista mundial que reconoce la valía y constancia, la impronta a lo largo del camino y el mucho de sí en los esfuerzos cotidianos de la mujer ginecobstetra en el orbe. El único nombre de una cubana este año es el suyo y la modestia le hace reparar en el porqué. Pero hay generaciones de médicos allí, decididos a recordarle las muchas razones.

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Ella  parece no saber por qué ha merecido, este 2021, un premio FIGO (Federación Internacional de Ginecología y Obstetricia). Entonces otra mujer, con bata blanca como tantas alrededor, se apresura a alertar a los presentes.

“Si estoy hoy aquí, es porque fue mi decana, mi profesora y quien trajo al mundo a mi hijo”, alcanza a decir —en el homenaje al final del pase de guardia en el capitalino Hospital Docente Ginecobstétrico América Arias”— la doctora Omayda Safora.

Qué bueno, ya era hora, se lo merecía... Repasa Omayda las primeras exclamaciones que le compartieron, de inmediato, algunos colegas de viejas luchas y otros de batallas más recientes junto a Stalina. Una mujer cuya altura profesional justifica de sobra, a fuerza de méritos, esta alegría en la familia de la Sociedad Cubana de Ginecobstetricia.

Profesora titular de la Universidad de La Habana, decana de la Facultad de Ciencias Médicas “Dr. Salvador Allende” durante diez años, asesora del Comité de Rectoría... y todo lo que no alcanza a decir siquiera la más prolífera hoja de vida, desde y para esa especialidad con meta en la salud de gestantes y neonatos.

“Pocas palabras he dicho para explicarle, doctora, por qué usted sí se merece este premio”, resumió Safora, una hija de crianza que Stalina Santisteban adoptó en la Medicina.

En un paréntesis con Cubadebate, Stalina Prado —hija de la destacada médico y profesora— nos habla, ya no de la mujer ayudando a otras a ser madres, sino de la madre en primera persona.

Significa tan alto honor de tenerla por madre en casa, que la mejor forma de agradecerle ha sido “seguir sus pasos”. Ernesto se hizo médico y colabora en Qatar, mientras que ella y Gisselle optaron por su otra pasión, honrándola como maestras. “La docencia y la actitud ante el trabajo las tenemos inculcadas por ella. La emoción que uno siente cuando ve que su mamá obtiene este reconocimiento tan grande. Además participó, con sus 78 años, en el nacimiento de mi primera nieta, es decir, de su primera bisnieta”.

Y a partir de ahí aparece una pausa en la grabación que lo dice todo, delatando el orgullo que no encuentra palabras, sino emociones a golpe de nudos en la garganta y la voz quebrada. Porque ha sido mucha virtud la que ha sabido inocular esta cubanísima en mayúsculas.

No hace falta más testimonio que ese silencio hablando del ejemplo, desde la ejemplaridad. Hablando, sobre todo, de la fertilidad de un sueño.

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Me confundió quizás, al primer golpe de la vista, con alguna de sus muchas alumnas al agradecer en la sala. Me dejó a su vez, con la humildad de quien cree no haber hecho tanto para merecer premio alguno, la firma de su fe impresa en el hombro... con la ternura y la firmeza propias de las manos de un médico. Eso y unas palabras muy claras:  “ustedes tienen que luchar por esto, necesitamos que lo defiendan”. Y su mirada tenía entonces la misma dulzura y la fuerza idéntica de aquellas manos que se estamparon en mi hombro izquierdo.

No sé por qué, pero hay instantes que te saben a certeza y a eterno. Las palabras de Stalina, sin saberme ella periodista, tuvieron esas dulces secuelas y me duraron más horas en la cabeza que el tiempo en que alcanzamos a dialogar, ratos después.

Lo había confesado antes, ante un quorum muy familiar: “el premio me dio taquicardia”. De esas taquicardias con que saben sorprender las buenas noticias. Luego lo compartiría con la prensa: había estado un tanto escéptica en llenar las planillas porque se trataba de un premio internacional y “Cuba siempre representa un reto” en este sentido “para, desde nuestra isla pequeña, poder sentar cátedra”.

Foto: Archivo

Tres nombres le presidieron el recuerdo en el momento del anuncio. Los tres, nombres de médicos: el Dr. Portela, la Dra. Sonia Águila y el Dr. Evelio Cabezas. los tres los anota de su puño y letra, como para que no pueda olvidarlos, en mi agenda.

“Yo nunca pensé que eso iba a ocurrir. Ocurrió y creo que la obra de mi vida ha sido, no solo dar salud a la mujer, sino también ha sido muy importante formar a los recursos humanos. Estuve mucho tiempo de decana (en la facultad) y no dejé, en ningún momento, de ir al salón a dar las consultas de la semana”. Tanta entrega suponía dificultades adicionales en su vida personal: “con los papeles, hay que adaptarse a no dormir de noche para que alcance la semana. Pero eso siempre me ha dado una satisfacción, que es la de mis alumnos, a los cuales les exijo mucho y también les doy mucho desde la docencia. No he dejado de hacerlo”, revela la homenajeada.

“Eso verdaderamente tiene al final lo mismo que cuando haces un parto... La felicidad con que (pasado el tiempo) esas madres les dicen a sus hijos: mira, esta es la que te cargó por primera vez”.

Y así, muchas familias han visto arropados a sus hijos con el cariño de bienvenida al mundo que ha profesado Stalina; luego sus hijas y nietas... hasta multiplicar el agradecimiento en otros llantos de bebés que han encontrado, en los de esta gran mujer, los primeros brazos. Alegría infinita “que te la da la vida”.

El FIGO, que han merecido tres cubanas en la historia de estos premios, la hace apostar con más energías por impulsar a los jóvenes ginecobstetras, “ya sea como decana o como doctora simple en una sala, para poder entenderlos. Porque a ellos hay que encaminarlos. Tenemos muchos problemas, pero esos problemas personales y familiares hay que equilibrarlos junto con el deber de ser médicos… Si de algo se enorgullecido el país es de que tenemos un médico humano y que clínicamente está muy bien preparado. No tenemos todos los recursos, pero tenemos al hombre (y la mujer), que es más importante”.

Cubadebate le evoca el viaje a destiempo en una carrera sin pausas... Después de haber traído tantas vidas y de haber entregado tanta vida en nuestro país, entre salones y el magisterio, ¿qué ha significado para usted mirar atrás todo ese camino fecundo? ¿Alguna anécdota que se haya hecho huella en la doctora Stalina?

“De mi vida profesional me ha marcado mucho el que tuve que luchar con una mujer que estuvo muy grave. Y, en cambio, esa mujer se salvó, tuvo a su hijo y ambos están bien. Esas cosas tan duras te marcan mucho. También me ha marcado estar en el parto de mis hijas, que no se los he hecho... sí les he atendido el embarazo, pero he puesto la confianza en otros compañeros. Ellas me han dado la felicidad de que han sido muy buenas hijas” y, junto a su hijo Ernesto, “han entendido mi dedicación y no me lo han reprochado”.

Sobre la docencia, nos comparte: “el magisterio parece que lo traigo en la sangre por mis padres, él era profesor y mi madre no pudo estudiarlo porque en aquel tiempo no podían dejar ir a una (mujer) “virgen” a estudiar en Santiago de Cuba. Por tanto, ella fue autodidacta y yo veía cómo le dedicaba tardes y más horas a sus sobrinos, quienes se preparaban para venir aquí (a La Habana) a discutir un ingreso a la universidad.

“Este magisterio se me reforzó con la (Campaña de) Alfabetización. No puedo deslindar una cosa de otra. Y si quieres verme irritada es cuando yo llegue y un profesional de la sala me diga: ya yo hice el pase de visita asistencial, por si usted quiere hacer el pase docente. Yo no veo la división”.

Los educandos, insiste, deben estudiar por la tarde y por la noche con los libros. “Yo no tengo que darle una conferencia en un pase de visita donde la mujer está oyendo todo lo que puede pasarle a ella, por lo que está ingresada… ni decirle a ellos lo que tienen que hacer”.

Y resume la razón de por qué el verdadero premio, a la vuelta de tanto andar,  son y seguirán siendo sus alumnos, pues ellos saben atesorar de su profesora, además de la exigencia y la rectitud, el respeto de saldar la deuda convirtiéndose en los buenos profesionales que le premian los años y las alegrías.

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Foto: Archivo

Antes de cerrar la agenda, reparé nuevamente en sus manos. En esas manos con tanta historia, con demasiada huella de fe en otras vidas para una mujer que se confiesa atea.

Me acompañaron ya de salida, al desandar el camino del América Arias —o como más le conocen los habaneros: Maternidad de Línea—, sus palabras disparando esencias. Como si quisiera engendrarle más continuidades a un proyecto social que le cumplió el anhelo invariable de ser ginecobstetra y que ella apellidó con la excelencia... Como si quisiera cuidarle la salud a su historia toda y “parirle” nuevos futuros al sueño.

Ese sueño que le ha costado décadas de dar demasiado, si no todo, entre salas de hospital y aulas universitarias. Y los otros mil sacrificios que ella no alcanza a decir por modestia: los de una vida defendiendo “el derecho de nacer”.