La frente muy alta, la lengua muy suelta

Vivimos en tiempos de reposicionar el feminismo. Imagen: Latfem.

Además de La Dama de las Camelias y La Traviata, Alejandro Dumas carga con la responsabilidad de haber nombrado al feminismo. Probablemente muy a su pesar y no por ser un apasionado del empoderamiento de las mujeres.

Cuentan que por allá por 1872, el periodista y escritor, en busca de ridiculizar y sofocar las aspiraciones sufragistas y en favor del divorcio de las francesas de su época, intentó burlarse de ellas nombrándolas con el llevado y traído vocablo. En un texto titulado El hombre-mujer, Dumas se disculpaba por “el neologismo” del término y aseveraba que las feministas, pretendían que “todo lo malo viene del hecho de que no se quiere reconocer que la mujer es igual al varón, que hay que darle la misma educación y los mismos derechos”. Con todo y el sarcasmo.

El hijo del autor de El Conde de Montecristo ni siquiera inventó la expresión. Ya se usaba por ese tiempo en medicina, para designar un trastorno del desarrollo en los varones que afectaba su “virilidad” y les hacía parecer femeninos. Como solemos decir de este lado del mundo, al novelista el tiro le salió por la culata.

Unos años despues, en la década de 1880, Hubertine Auclert, sufragista y compatriota de Dumas, se apropió de la palabra, pero esta vez para identificar a los movimientos que buscaban la justicia social y la igualdad de derechos para las mujeres. Ellas fueron inteligentes. Con esa vuelta de tuerca al estilo de la mejor jugada de ajedrez, lograron desmontar una narrativa que trataba de ridiculizarlas e insultarlas. Si pretenden minimizar nuestras demandas desde la burla, pues reinvidicamos la palabra. Feministas, sí, y a mucha honra.

Jugada al margen, la historia nos confirma que el feminismo nació asociado a la incomprensión y el desprecio. Y ha arrastrado ese “karma” hasta hoy. Basta leer los comentarios que suelen acompañar cada semana a estas columnas, para notar que muchas personas de las que navegan por estas redes creen que las feministas somos, cuando menos, brujas incomprendidas, mujeres poco femeninas, lesbianas, frustradas, intolerantes o tiranas con mal carácter. Eso, siendo conservadora.

Pero, sobre todo, los intercambios virtuales evidencian que se habla del feminismo desde el desconocimiento y la naturalización de muchos de los mitos que históricamente se le han asociado; no para bien. Por suerte, los argumentos suelen ser siempre los mismos y se desmontan con estudio e información.

Uno muy común es tratar de oponer el feminismo al machismo, asegurar que se trata de una guerra frontal contra los hombres. Si no fuera piedra angular de la desvalorización cotidiana, podría parecer broma. Ninguna feminista declara la guerra a nadie, no es necesario. Simplemente construimos otras maneras de vivir, que pasan por desmontar una estructura patriarcal que ha ubicado a los varones en lugares privilegiados y ha naturalizado una cultura de dominación y exclusión.

El machismo es la ideología que engloba actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias que niegan a la mujer como sujeto público, político. El feminismo, en tanto, defiende para una mitad de la población mundial, oportunidades y derechos que han estado históricamente reservados para los hombres. No busca supremacía; batalla por la igualdad.

Desde la crítica, se pretende dibujar a los movimientos feministas como espacios de restricción, donde todo está pautado y se comparten normas rígidas, aburridas.

Una alumna, una vez, me comentó que le sorprendía que yo siempre llevara las uñas pintadas. “Como usted es feminista…”, arremetió, y dejó la frase colgando.

Pelo corto o largo; vestido o pantalones; maquillaje a lo diva de cabaret o ninguno en absoluto; tacones o chancletas… En fin, que da absolutamente igual. Ser feminista no es una apariencia, es una actitud ante la vida. Y también una militancia. Y va de la libertad de elegir, de eliminar etiquetas y sumar opciones, de hacernos con el control de nuestras vidas. Es también corriente de pensamiento y movimiento social, filosofía y cultura. Una propuesta tan rica y abarcadora no puede reducirse a una simple “guerra de sexos”.

Para la activista por los derechos humanos Angela Davis, el feminismo “es la idea radical que sostiene que las mujeres somos personas”. Para la filósofa francesa Simone de Beauvoir, “una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente”. Más recientemente, la antropóloga mexicana Marta Lamas agrega que “ser feminista es no aceptar que ladihttp://www.cubadebate.cu/especiales/2020/04/16/la-violencia-no-entra-en-cuarentena/ferencia sexual se traduzca en desigualdad social”.

Así, existen muchas maneras de ser feministas. El movimiento, en su interior, tiene lugar para reivindicaciones bien diversas. Entre las feministas contemporáneas se disputan contiendas que trascienden la emancipación de género y alcanzan la lucha anticapitalista y por la justicia social en general.

Por eso, otro de los mitos asociados al feminismo que urge desmontar es aquel que pretende tacharlo de propuesta trasnochada, superada, “pasada de moda”. El feminismo nos permite, día tras día, seguir develando las inequidades de género, las violencias intrafamiliares y las violencias sexuales. Nos permite trabajar desde los microespacios del poder, sobre las múltiples formas de producción y reproducción del patriarcado.

Cuba, ¿una palabra maldita?

Incorporadas plenamente a la vida social del país, mayoría entre el personal de alta calificación y con pleno reconocimiento de sus derechos sexuales y reproductivos, a muchas cubanas no les gusta que las llamen feministas.

Para la socióloga Marta Núñez Sarmiento, este movimiento fue estigmatizado durante muchos años y aún hoy persisten los prejuicios. La propia Vilma Espín, batalladora por excelencia de los derechos de las mujeres, lo reconocía en 1997, en entrevista con la periodista noruega Trine Lynggard.

“En los primeros años de nuestro quehacer centrábamos todas las acciones en lograr que la mujer cambiara su desventajosa situación social y participara en la obra que se gestaba, en hacer la Revolución y defenderla (…) Tampoco usábamos el término feminismo, que se había malinterpretado y distorsionado mucho. A menudo nos preguntan si la Federación es feminista, y nosotras afirmamos que hemos asumido e interpretado la esencia de los más revolucionarios y avanzados postulados del feminismo socialista, porque en un proceso de cambios sociales y revolucionarios como el nuestro, por derecho propio, inalienable, las mujeres han tenido iguales oportunidades y posibilidades de participar, de desarrollar sus capacidades”.

Nacido en las primeras décadas del siglo XX, el feminismo cubano permitió la obtención de importantes reivindicaciones en fechas muy tempranas. A esas precursoras les debemos conquistas como la Ley de la Patria Potestad (1917), la Ley del Divorcio (1918) y la Ley del Sufragio Femenino (1934). Intelectuales reconocidas y cuyas obras se estudian en las escuelas como Vicentina Antuña, Mirta Aguirre y Camila Henríquez Ureña, fueron abiertamente feministas y aportaron análisis esenciales a su estudio.

Ahora, como dijimos en la primera entrega de estas letras, “vivimos en tiempos de reposicionar el feminismo”. Para Georgina Alfonso, directora del Instituto de Filosofía de Cuba, entre los múltiples desafíos para el feminismo en Cuba se incluye validar que “lo cotidiano es político, que se trata de batallas no solo de mujeres, sino también de hombres”; y que incluye “el respeto a la diversidad desde identidades múltiples”.

A eso se suman la falta de referencias actualizadas, de bibliografía compartida y discutida sobre feminismo y género. También, la necesidad de articulación entre las feministas cubanas y de un debate acerca de las posibilidades y reivindicaciones por las que apuestan hoy esas corrientes emancipadoras.

"Hay que trabajar en la comunidad, con los actores sociales que están transformando la sociedad y desmitificar lo que nos hace temerle al feminismo, porque es fruto de la ignorancia y los estereotipos con que hemos crecido", ha dicho, con toda razón, la socióloga Clotilde Proveyer, pionera de las investigaciones sobre violencia de género en Cuba.

Entender el feminismo es entonces –también- hacer justicia. Los derechos que tenemos hoy no fueron adquiridos pidiendo favores o por arte de magia. Cada pasito costó luchas, represiones y renuncias a muchas mujeres del mundo. Por ellas, nos toca seguir andando, construyendo esa contracultura feminista por la que abogaba Isabel Moya, “que no quiere decir poner a las mujeres sobre los hombres o negar la pluralidad, sino todo lo contrario: proponer la pluralidad y la diversidad centrándonos en los seres humanos, con miradas menos prejuiciadas y estereotipadas".