Una mañana de domingo para Emiliano Salvador (+ Video)

Emiliano tenía los ojos de un color que no puedo decir ahora mismo si eran verdes, azulito claro o de un negro tan intenso que su mirada se volvía transparente, lo mismo cuando estaba serio que cuando se reía. Había nacido músico, pichón de músico -puede decirse-en Puerto Padre, en el año 1951. Músico de nacimiento pero a él, sobre todo, la música le gustaba igual cuando era él mismo quien tenía la oportunidad de tocar, que cuando estaba del lado de los espectadores.

Al enfrentarme al documental que, con verdadero tesón de amorosos artesanos, lograron realizar un par de jóvenes: su hija Angélica y el cineasta Esteban Insausti, deseosos de  dedicárselo --a manera de tributo-- en  el año 2001, cuando se conmemoraba el medio siglo de su nacimiento, uno de los momentos en que siento su presencia con mayor intensidad, es aquél donde el joven Emiliano, desde su silla de tijera incrustada entre el público, irradia una felicidad de niño que estrena un juguete nuevo al concluir una interpretación de la brasileña Tania María, ofrecida para un público que colmó el patio de la Casa de Cultura del Municipio Plaza en una de las más espléndidas noches del --todavía naciente por aquel entonces --Festival Jazz Plaza.

El mundo del cine tiene esas cosas: en medio del júbilo colectivo se abre paso la sonrisa de aquel joven que aplaude muchas más cosas que las que estábamos aplaudiendo los allí presentes e ilumina el lente con ese candor de quien regala una alegría sin mezcla de otra cosa. Bendito aquel que tuvo a bien enfocar semejante demostración de lo que puede transmitirse de músico a músico y legárnoslo, sin saberlo, a quienes tenemos el sagrado deber de dar cuenta por aquello que tuvimos la oportunidad de vivir. Benditos Angélica y Esteban cuando, en  un momento de su documental, encierran en un círculo la imagen de aquel joven de ojos chiquiticos y sonrisa inmensa, toda una estrella a pocos pasos de ser aclamada por quienes le precedieron, por sus contemporáneos y por quienes, muy pronto, comenzarían a valorar con justeza su aporte al jazz latino.

Personalmente -o mejor dicho, como autora- le debo algunos de los solos de piano más hermosos que hayan suscitado las ideas musicales que transitan por mis canciones, donde él dejó bien claro que la clave para descifrarlas se asienta sobre el misterio de la melodía fijada por mí y no sobre el enrarecimiento del discurso acompañante a la manera con que la pereza tropical llevó a definirlas sobre la fórmula de esa frase hecha que habla de "el acorde por el acorde". Cosas de músicos, es verdad, pero poder retomar para la obra creada el hilo de la comprensión  un cuarto de siglo después, gracias a un músico de dos generaciones más allá de la propia, es algo que no debe quedar encerrado en los entresijos del sobre de Manila donde se guardan las partituras ya amarillentas y -mucho menos- ser silenciado.

Lo seres queridos de Emiliano Salvador me han entregado una grabación inédita donde él interpreta para algún público una canción  (Llora) que nunca me pidió, que nunca estuvo en lista alguna para grabarse por él, que tampoco yo le había llevado, lo cual hace crecer el valor que tiene para mí su decisión de  escogerla para descargar alguna vez.

Todo lo habido y por haber para conocer a este pianista y compositor, se encuentra repartido entre el documental ya mencionado, el disco Emiliano Salvador / Pianissimo / La leyenda del jazz cubano, que el sello Unicornio editara en el año 2001 y, muy especialmente, en el capítulo del libro de Leonardo Acosta Móviles y otras músicas que Ediciones Unión acaba de poner a disposición de los lectores, donde el sabio (más que crítico y músico) despliega toda la información y los juicios que nos ayudarán a valorar el legado de este artista que merece vibrar por siempre en la memoria.

"Hay quien nace póstumo" -reza una cita colocada al comienzo del documental--. Es cierto que el tiempo se llevó a Emiliano en plena juventud. A nosotros nos toca poner en sonido y en imagen, al alcance de todos los seres sensibles que pueblan esta isla y sus alrededores (y aún sus más endiabladas lejanías) el legado de quien, por derecho propio, nos está pidiendo que no nos demos cabezazos en el muro de las lamentaciones sino que pongamos a sonar su música y -por ejemplo--   tomemos una brocha para dejar en él, a manera de divisa, una inscripción más bien generosa: "hay quien nace eterno" (digo yo).

La Habana, 25 de septiembre de 2011

Emiliano Salvador interpreta "Cha cha cha para ti"