Freddy, la cantante (sigue)

La casa, ubicada en la calle J Nº 564 en El Vedado, algo modificada hoy pero, básicamente, la misma.

Alguien me habló de un sitio en el edificio --también de Infanta y Humboldt-- que está en diagonal con el Celeste. Era un bar cerrado, del tipo que llamaban "pullman" y , en una o dos ocasiones me fui con amigos a buscarla donde siempre para que, cómodamente sentados y libres de molestar a alguien, la conocieran y le dieran ese aliento que todos necesitamos cuando estamos empezando y no sabemos todavía por dónde vamos a seguir andando, sobre todo en el caso del intérprete, dependiente de tantos factores externos para darse a conocer.

Estábamos en 1960 -repito-y todavía esos sitios eran negocios particulares. Doris de la Torre había acabado de grabar su también único disco en solitario, donde me dio la alegría de incluir tres canciones mías. Debe haber sido al calor de ese episodio cuando le conté de Freddy a Pablo Cano, el gran guitarrista, quien había acompañado a la cantante en un arreglo insuperable de En la imaginación concebido especialmente para esa grabación. Cuando nos quedamos solos después que Pablo la escuchó, me confió una idea que se le había ocurrido: hablar en el Casino del Hotel Habana Libre para que le dieran la oportunidad de cantar algo así mismo, sola, como ella cantaba siempre, desde un pequeño espacio escénico situado a un nivel alto al fondo de la barra, donde se presentaban  algunos números musicales. A lo mejor pasaba algo. Ella estuvo de acuerdo, nos citamos los tres y, en un carro pequeño que tenía el músico --tal vez un VW o un Fiat de aquellos que llamábamos "cotorritas"-- nos dirigimos al lugar. Claro, que fue trabajoso que ella pudiera  ubicarse en escena. El ruido y el movimiento del casino hicieron pasar inadvertidos aquellos preparativos que, realizados con toda discreción, hicieron posible que, en un abrir y cerrar de ojos, nuestra heroína comenzara a hacer sonar su versión al español de The man I love. Era tal el estruendo que, en las primeras frases me sentí culpable de haberla puesto en semejante situación. La voz, sin embargo, cubrió el espacio enorme que ocupaban las mesas; el juego no se detuvo pero el ruido sí fue tragado por el más aparatoso e impresionante silencio. Salimos felices, esperanzados, pero nunca se produjo un llamado para darle  a la cantante la oportunidad que ansiábamos. Valió la pena, sin embargo, esta experiencia irrepetible.

Otro ángulo de la casa donde vivió Freddy.

Quise que Bebo Valdés la escuchara. Yo veía en él a la persona que había dado los primeros impulsos a mis boleros en el disco donde se lanzó, en grande, a Fernando Álvarez como solista. Bebo, tan amable, accedió a conocerla y escucharla -sin que mediara petición alguna de que por ello fuera a conseguirle trabajo. Yo solía darme el gusto de aparecerme de vez en cuando en los ensayos previos a la actuación de la orquesta de este músico grande y querido, en el estudio de Radio Progreso donde se presentaban en actuaciones para el público. La noche antes,  busqué a Freddy, le conté y me pidió que pasara a recogerla por su casa a una hora de la tarde en que nos daría tiempo a bajar por toda la calle 27 y llegar a la emisora en un abrir y cerrar de ojos. Aquí les traigo la foto de la casa, ubicada en la calle J Nº 564 en El Vedado, algo modificada hoy pero, básicamente, la misma, una de esas casas divididas para muchas familias aunque, en aquel momento, disponía de locales muy pequeños donde dormir por el precio de 30 o 40 centavos. Pensé que ella estaría esperándome a la entrada pero no ocurrió así; pregunté por ella y me dijeron: "suba y doble a la izquierda y al final toque". Así lo hice. Era un piso amplio con divisiones de cartón tabla y no había ni un alma; sólo los ronquidos que me dieron a entender que nuestra amiga se había quedado dormida. La llamé y no me contestaba, me acerqué a la puerta de donde se sentía venir aquella señal, toqué y me salió, medio asustada, medio dormida, sin peinar. Casi la regañé pues el tiempo estaba más que justo, me pidió que la esperara y en un dos por tres la tenía parada delante de mí, fresca como una lechuga, igualita a la Freddy de por las noches. Bajamos rápido las escaleras, cruzamos y nos dirigimos como un par de bólidos por todo 27. Claro que no pasó nada. Mis recuerdos llegan hasta el susto de esa carrera. No sé si pudimos entrar, si Bebo la llegó a escuchar. La memoria es así.

Creo que la impresión del episodio anterior me sacudió de tal manera que sólo atiné a hacerle el cuento a unos  amigos, un par de seres de otro mundo con quienes me veía varias veces por semana. Ellos quisieron ir a escucharla y nos citamos para el pullman una de esas noches. Freddy cantó como nunca (que es como cantaba siempre). Mis amigos, que ya venían preparados para la emoción además de impresionados por la forma en que yo les había descrito la estrechez del sitio donde ella vivía, le ofrecieron albergue en el modesto apartamento de azotea que compartían no muy lejos de allí, en la zona alta de El Vedado, donde podría hacer uso del espacio a sus anchas, por más que tuviera que dormir en el sofá-cama de la sala. Allí no le iba a faltar el alimento, las buenas condiciones para el aseo y hasta dispondría de una pequeña ayuda económica todos los días; podría disponer de todo el tiempo necesario para crear relaciones y continuar su lucha por abrirse paso. Fue grande la insistencia y muy sincero el ofrecimiento que ella aceptó. No se me va a olvidar la tarde en que fuimos a buscarla a la calle J en el carrito de una amiga. Uno de sus anfitriones subió para ayudarla a cargar sus pertenencias. Cuando ambos bajaron, se nos hizo un nudo en el corazón. Todo lo material que poseía Freddy cabía en una cajita que llevó ella misma sobre sus piernas, mientras nos regalaba una sonrisa de lado a lado. (Continuará)

Escuche "Tengo", de Marta Valdés, interpretado por Freddy