Para qué sirve ser Doctor en Ciencias (I): El plan de vida

El plan de la vida se suele comenzar a dibujar en la mente del estudiante en algún momento antes o después de su graduación. Foto: Marcelino Vázquez/ACN.

La principal interrogante que se hace un joven que va avanzando en la formación de nivel universitario es acerca de su futuro, su planificación vital. Es algo que quizás no le era tan evidente durante su largo recorrido por la educación primaria y secundaria, donde para muchos o sus padres la meta se limitaba a pasar al nivel siguiente. Pero en este nivel se afronta un cambio que nunca antes había ocurrido: inevitablemente y pronto se va a terminar la vida de estudiante y comenzar la laboral.

Los tiempos en el Alma Mater donde estudie le forjan una capacidad de razonar acerca de lo que le rodea que será decisiva para el éxito profesional durante el resto de su vida. Si es un ingeniero, por ejemplo, ya nunca más verá un puente como un simple instrumento para cruzar un vado. Inevitablemente lo observará como una obra de seres humanos con cálculo y diseño, que fue mal o bien concebida y fabricada, y que puede hacerse mejor o peor con su propia creatividad.

El plan de la vida se suele comenzar a dibujar en la mente del estudiante en algún momento antes o después de su graduación. Suele venir acompañando la aparición de una pareja con la que se podría compartir íntimamente una parte importante o toda su existencia futura. Y eso requiere un techo en el que cobijarse y que pueda ser personalizado para las necesidades de sus individualidades y las de la posible descendencia. Y también de un trabajo útil en el que pueda realizar su intelecto en bien de la sociedad que lo ha rodeado y ayudado a ser.

También así ganarse una recompensa salarial que le permita una vida razonablemente feliz y completa, al menos de forma modesta y sin carencias inhumanas. Resulta evidente que el plan de vida de un ciudadano que ha alcanzado el nivel universitario merece la atención explícita de la sociedad socialista y de sus políticas.

Además de lo que hacemos para garantizar a todos nuestra dorada educación universal y gratuita, debemos también ayudar a cada nueva generación profesional para que retribuya ese regalo que le hicieron dando el máximo de si, en bien de todos. Y deberíamos también proveerle a cambio la recompensa de bienestar personal, siempre proporcional a cuanto contribuya con su propio trabajo para el de todos.

Y entre las tantas alternativas, ¿para qué le puede servir a un joven cubano y a la sociedad de nuestros tiempos hacerse “doctor en determinada área del conocimiento”, tal y como establece la reciente Decreto-Ley No. 372 de nuestro Consejo de Estado el pasado 5 de septiembre de 2019?

El desarrollo de la humanidad fue requiriendo de la educación escolar como el período de adaptación informativa de todos los individuos para su vida social adulta. Ocurre ahora que la estancia en las aulas se ha ido haciendo más larga en la medida en que más adelantamos y somos más sabios. Tener un sexto grado podía ser aceptable y hasta culto hace un siglo.

Hoy es imposible que un país progrese si su población no tiene una proporción adecuada de personas que se haya escolarizado durante al menos 16 años de su vida infantil y adolescente.

En ese largo camino escolar moderno se puede ser solo un asimilador de conocimientos, aprender pasivamente. Sin embargo, ya desde hace más de dos siglos se manifestó la necesidad de que en el período final de cuatro o cinco años, el de la educación universitaria, se debe coexistir entre la asimilación y la creación de conocimientos.

Para tener una buena universidad hoy es necesario que los que profesen en ella no solo sean conocedores de lo que enseñan, sino que sepan arrancarle también nuevos conocimientos al universo natural o social que los rodea.

Tiene que ser una universidad que genere al mismo tiempo conocedores y conocimientos. Y para ello es preciso investigar con la ciencia o con la tecnología. También se necesita que la labor investigativa la lleven adelante tanto los docentes como los estudiantes, cada uno con lo que les corresponda de ese hermoso quehacer.

La conducción del trabajo de investigación científica y tecnológica les corresponde a personas preparadas para ello, que esencialmente deben saber hacerlo de forma independiente. La forma moderna de educar a un investigador que pueda hacerlo es la formación doctoral. Suelen ser los doctores en alguna rama de la ciencia o la tecnología, también conocidos como PhD (doctor en filosofía o afinidad al saber), los que mejor logran la capacidad de conducir el proceso investigativo.

También, quedan muy capacitados para ejercer de forma óptima muchas profesiones no científicas con las poderosas herramientas y procedimientos aprendidos para formarse como investigadores, si ese es el camino por el que optan en su vida.

La investigación y sus procedimientos son la puerta de la innovación, lo mismo en una industria de alta tecnología, que en un centro comercial, que en un cargo directivo: ¿cómo se puede conducir la innovación sin saber cómo se innova o no haber innovado nunca?

Si hace medio siglo, el desarrollo económico y social de un país era inalcanzable sin una sociedad alfabetizada, hoy lo es sin una sociedad capaz de crear nuevos saberes. Esta es una de las razones por la que una política nacional de formación doctoral se ha convertido en una necesidad para el desarrollo en el mundo moderno. Es una de las razones del Decreto – Ley arriba mencionado.

La inclusión de la formación doctoral en el plan de vida de un estudiante universitario parece imprescindible si queremos que se alcancen nuestros objetivos sociales de bienestar y libertad plena para todos, bien repartidos y sin privilegios inmerecidos.

Parece evidente así la conclusión de que eso debe incluir también todo lo necesario para que puedan alcanzar una vida decente y competitiva con las de otras geografías, hoy muy atractivas cuando se trata de personas tan bien educadas como las de la Cuba revolucionaria.

Es cierto que la gran ventaja de trabajar para el bien de la Patria y de los seres más cercanos y queridos tiene un valor importante en la construcción del plan de vida de los jóvenes científicos sobre los que puede descansar el futuro de nuestra Patria y su Revolución.

Pero también lo es que el cimiento de tal actitud está en tener al menos la esperanza, al terminar los estudios universitarios, de que más temprano que tarde se solucionarán problemas vitales como la vivienda y el transporte, aunque sea modestamente y en proporción con el esfuerzo que ese graduado aporte a su sociedad.

¿Tenemos adecuadamente legislado y promovido el proceso completo, tanto para la formación doctoral como para la realización social de una inversión tan valiosa como son nuestros jóvenes doctores?