Rita Hayworth y la globalización del chismorreo

Rita Hayworth en su papel más famoso, junto a Glenn Ford en "Gilda". Foto: American Cinematheque/ Los Angeles Times.

Cada vez más la globalización  del chismorreo le gana terreno a la magnitud social y cultural.

–¡Qué barbaridad!, fulana se divorció de fulano después de terminar su última película.

–Sí, pero él andaba  ya con otra.

–¿Con otra, o con otro?

El chisme banal y despolitizado en función (abarcadora)  de secuestrar el razonamiento trascendente.

Allá en los años 50, siendo un niño,  conocí  del asunto –sin comprenderlo entonces– leyendo revistas del corazón coleccionadas por una prima que, no obstante  gastarse una fortuna en tinte rojo y tacones altos, nunca alcanzó sus sueños de parecerse a Rita Hayworth y, por carambola,  matrimoniarse con un príncipe asentado en lejanas tierras.

Los chismes de la farándula de entonces no son nada comparados con la explosión que hoy alcanzan en las grandes plataformas de la información dominantes en Internet, donde un titular acerca de la última matanza de escolares en Estados Unidos puede estar a la par, o por debajo, del último vestido vaporoso exhibido por Jennifer López, o cualquiera otra con menos talento artístico, pero con suficientes curvas, vida pública, o dinero como para mantenerse en el bombo publicitario.

El mito y la fama individual en función de banalizar la cultura y acaparar la atención de un público ávido en seguir la vida rimbombante de los famosos, por encima de acontecimientos políticos, culturales o económicos que, en su tejido  de implicaciones humanas, sí pudieran influir en  sus propias vidas.

El sensacionalismo irradiado por las  individualidades ganándole la batalla al hecho social como parte de la norteamericanización del mito, que sin barcazas de desembarco ni ablandamiento aéreo invade y seduce a millones de mentes asentadas en Europa (que también es una exportadora de esos desvalores), Asia y América Latina.

Maniobra "informativa" con claro objetivo dominante en su interés de que la despolitización y la banalización rijan el cada día de una sociedad internacional que, se pretende, sea cada vez más individual y privada por encima de lo colectivo y  lo social.

Un modelo cultural basado en la trascendencia desmedida de la imagen, el sensacionalismo, la exaltación de celebridades (verdaderas o fabricadas), todo encaminado a focalizar la atención popular en principios egocéntricos con pretensiones adormecedoras, las mismas, pero ahora en escala inimaginable  a mediado del siglo XX, que un día le hicieron errar el tiro a mi prima en su intención de parecerse a Rita Hayworth.

(Tomado de Granma)