El origen y las virtudes de la transparencia

Lo que se puede probar por cualquier persona, indistintamente, acerca del universo que nos rodea y de nosotros mismos es que estamos constituidos por lo que se puede denominar como “materia”. Esta tiene diversas formas en la que podemos detectarla. Unas veces se manifiesta como un llamado “campo” cuyas formas clásicas las diferenciamos como eléctricas y magnéticas. Otras veces se manifiesta por su masa.

Esto de las “manifestaciones” de la materia responde al sempiterno egocentrismo de los seres humanos que nos empeñamos a concebir lo que nos rodea tal y como lo palpamos, vemos, olemos y oímos. Es decir, atribuimos al universo las cualidades que obtenemos por las vías humanas de conocer la información de sus alrededores, filtradas y modeladas por nuestros sentidos, siempre con nuestra individualidad como referencia de observación. Se nos hace difícil imaginar el universo de la forma en que lo vería el sol, si fuera un objeto consciente y capaz de intercambiar y procesar información, o como lo vería un átomo si tuviera las mismas posibilidades. Incluso se nos hace difícil imaginar la representación acerca de lo que los rodea que deben tener muchos animales en sus propios sistemas nerviosos. En cualquier caso, seguramente no sentirán el mundo igual que nosotros. Por eso nos costó mucho darnos cuenta de que la masa que palpamos es la forma de manifestársenos de un campo que cambia periódicamente en el tiempo, de “ondas electromagnéticas”, con un altísimo contenido de energía. Y esa dificultad era el producto de que las que podemos percibir como tales las sentimos de forma diferente a como palpamos un cuerpo con el tacto. Cuando se trata de un tipo muy particular de ellas las llamamos “luz”. Y eso es porque tenemos unos órganos como los ojos, que se han seleccionado durante los más recientes miles de millones de años de la vida, para detectarla y hasta para resolver ciertas franjas de valores de sus energías características que llamamos “colores”.

Lo importante es que comprendamos que la realidad es como es, desde mucho antes de que los humanos existiéramos y la conociéramos de la forma que nos permiten nuestros sentidos.

Muchos cuerpos materiales pueden interactuar con la luz para absorberla o reflejarla. Muchas veces absorben una parte de la luz y otra la reflejan. Los objetos que absorben luz roja y amarilla suelen ser verde – azulosos a nuestros ojos, porque vemos la luz que reflejan, no la que absorbieron. Un cuerpo que no absorbe luz, al menos detectablemente por nuestros ojos, se dice transparente. El aire es transparente. La mayoría de los vidrios también. Esta palabra la inventamos para denominar el hecho de poder ver la reflexión o emisión de luz de algo a través de un material que permite que lo detectemos. Lo opaco es todo lo contrario, lo que no deja pasar la luz, porque lo absorbe todo. Generalizar estos conceptos, incluso hacia el conocimiento que tiene que ver con nuestra vida social o económica, se hace también muy interesante.

Nuestro presidente Raúl Castro ha calificado de “secretismo” a las acciones que convierten algo en invisible, que evitan la transparencia de los procesos en la Revolución. Si establecemos que los medios de información y comunicaciones deben estar al servicio de los mejores intereses de un pueblo como el nuestro y de la Revolución socialista que hemos hecho para alcanzar niveles superiores de bienestar y libertad, no debe existir nada que atente contra estos valores y mucho menos que ese mismo pueblo no lo deba conocer. Nadie tiene derecho a opacar algo para los medios que son propiedad de todos los cubanos y menos si lo que se oculta afecta los principios y la razón de ser de la propia Revolución. Quitarle visibilidad a los ojos de nuestra prensa es quitársela a sus dueños, que somos todos.

Como en todas las facetas de la vida, siempre hay excepciones. Hay opacidades trascendentes y necesarias. El Apóstol escribió, un día antes de entregar su vida por la libertad de Cuba:

…"ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin".

Las transparencias no pueden ser más costosas que lo que deben proteger. Pero eso solo se aplica a aquellas causas justas y dignas, donde la opacidad ayuda a un bien mayor.

La transparencia es también uno de los mejores instrumentos de la sociedad contra la corrupción, el robo, la malversación de los bienes de todo el pueblo. Nada opaco debe impedir que veamos, comprobemos, la gestión de aquellos a los que encargamos la administración de nuestros bienes. Esto es válido para todo, desde las estadísticas nacionales, hasta las de la más insignificante propiedad del estado cubano, pasando por todos los ministerios y organizaciones empresariales. Los números asociados con toda gestión financiera, los propósitos y los logros de nuestros recursos deben ser expuestos con toda transparencia, que debe permitir percatarnos de sus verdades. Así los que operan con esos bienes quedan también protegidos de las naturales tentaciones de usar algo de forma torcida, pues lo que se haga queda siempre expuesto al juicio popular.

Nuestra larga lucha por ser libres nos ha obligado a veces a proceder como Martí en aquel ejemplo, opacando los nichos débiles de nuestra gestión y de nuestras políticas al conocimiento de los enemigos. Siempre se justificará cuando se trata de la vida o la muerte para la nación cubana. En todos los demás casos, que son la inmensa mayoría, lo que puede determinar máximos peligros para esta nación es justamente la falta de transparencia que oculte ineficiencias o corrupciones. Siempre se sabrán, tarde o temprano. Entonces el descrédito popular puede dar al traste con lo mejor de nuestra historia: aquello por lo que el Apóstol quiso que algunas cosas anduvieran ocultas, pero que supo transparentar también en el momento más oportuno.