A propósito del 20 de Mayo

Incluimos en nuestra edición un comentario que, en el espacio de intercambio con sus lectores, hizo Silvio Rodríguez en su blog Segunda Cita:

Fidel le pone el apellido exacto a la república de entonces: mediatizada.
Veamos qué dice el diccionario de María Moliner de esa palabra: "Mediatizar: asumir un Estado la autoridad efectiva en otro, aunque conservando el gobierno propio de éste la autoridad nominal." O sea, un gobierno fantoche, un paripé de autoridad, “una caricatura”, como también le llama, hablando con Frei Betto.

Eso quiere decir que en realidad no teníamos un gobierno propio, que lo cierto es que nos gobernaban desde Washington. Pero aquel engaño, que hacía tan visible la infame Enmienda Platt, no impidió que cubanos dignos metieran palos en las ruedas de la farsa.

Así se fue desenvolviendo la vida nacional, sobre dos rieles: uno era el de la dignidad, que levantaba el espíritu independentista de nuestras guerras, y el otro el del oprobio, cómplice de las argucias que nos escamoteaban la libertad. Son los dos carriles sobre los que marchó el tren de nuestra historia en aquella etapa. Por eso son inseparables, por eso sin uno de los dos no tendríamos una visión completa de lo que hemos sido y, en consecuencia, de lo que somos.

¿Sigue existiendo esa vía contradictoria después del triunfo revolucionario? Yo creo que sí, aún con la ventaja de que el carril que representaba nuestra consecuencia histórica se transformó en un gobierno con vocación soberana y socialista. La pugna se mantiene porque si uno de los rieles es el de la Revolución, el otro sigue siendo el empeño de Washington de apoderarse de Cuba. Noticias recientes --como seguir permitiendo que actos de terrorismo se organicen y se lleven a cabo contra Cuba desde Estados Unidos--, lo demuestran.

El tren de nuestra historia marcha sobre dos líneas paralelas y en pugna. Para comprendernos y proyectarnos debemos estudiarlo todo, incluida la parte menos amable sobre la que hemos avanzado como historia. No hacerlo sería cegarnos a una importante porción de verdad, o sea conocernos a medias y darle ventajas al carril (imperial) que insiste en conducirnos al destino de su conveniencia.