La ciudad es cada vez más una selva hiperdecibélica, como la nombró el fraterno colega Pepe Alejandro. El respeto a los demás se esfuma con demasiada facilidad. La impunidad parece campear en el ambiente sonoro. Una más de las indisciplinas que nos corroen.
No podemos vivir en la tristeza y la amargura, pero tampoco en la agresividad y el desparpajo. Necesitamos educar en la civilidad y exigir respeto, sin dejar de disfrutar de los encantos de la vida.
Las leyes están claras. Los organismos responsables de enfrentar la contaminación sonora, identificados. Falta más acción y menos complacencia. Aunque cuesta pensar que una multa de cinco pesos va a ahuyentar los deseos de excentricidad y el vandalismo de quien pone música para él y sus vecinos sin el menor recato o crea escándalos a cualquier hora.
Y se necesita también mayor compulsión social para enfrentar esa desgracia de la modernidad incivilizatoria. Cuando los muchos exigimos y actuamos, a los pocos se les acaba el terreno de la impunidad.