Llega el fin del mundo

Por Antonio Peredo Leigue

46 días después del terremoto que asoló a la República de Haití, dejando mucho más de doscientos mil muertos, ocurre otro terremoto aún mayor en Chile. En medio de ambos fenómenos, hubo al menos 5 movimientos sísmicos en otros tantos países de esta región. Estos seísmos están ocurriendo cuando se difunden vaticinios fatalistas que anuncian el fin del mundo en septiembre de 2012.

Los medios de comunicación, que nos permiten conocer los hechos de inmediato, también difunden, y con celeridad, tales augurios. Con mucha gravedad en el tono de voz, informan que las predicciones de Nostradamus, el pretencioso futurista de la Edad Media europea, coincide nada menos que con los astrólogos mayas, que hace mil años ya predijeron que la vida concluirá en nuestro planeta, en esa fecha fatal.

Un canal de televisión por cable, todos los días, nos entrega interesantes capítulos de la historia, a la vez que muestra predicciones fatalistas. En estos días, presentó un documental dando cuenta que, en Estados Unidos y Europa, mucha gente se prepara para enfrentar, con alguna posibilidad de sobrevivir, cuando ocurra el fin del mundo. Habría que pensar que, si realmente ocurriese esa catástrofe, no habría motivos para sobrevivir.

Pero no es ese el tema, sino el derrotismo que se acentúa en momentos especiales de la historia, como el actual. Hace doscientos años, en Nuestra América, el triunfo de la república sobre la colonia, exacerbó los temores de fin del mundo cuando ocurrieron fenómenos como huracanes o terremotos. Cosa similar sucedió en Europa, durante el violento proceso de la Revolución Francesa. La historia antigua también nos da ejemplos de ese tipo.

¿Significa esto que, los cambios revolucionarios, provocan fenómenos catastróficos? o talvez ¿las catástrofes naturales incitan a las sociedades a buscar cambios políticos? El simple enunciado de estas proposiciones, es ridículo. Nadie se atreve a pronunciar semejantes tonterías. Pero, sin decirlas, esas son las sinrazones que deslizan entre los temerosos sometidos, antes y ahora, a las predicciones de los charlatanes que nos adivinan la suerte y, como al desgaire, anuncian el fin del mundo. Temerosos y pesimistas siempre los hubo. Son los que dicen que, el día en que nacimos, en realidad, es el día en que comenzamos a morir. En cuanto a los augures, simplemente se aprovechan de tales debilidades, para medrar y, por lo general, tienen mucha suerte.

Pero la gente ya cree poco en la suerte que saca el lorito y el discurso inveterado del vendedor callejero. Por eso, fabrican sus argumentos sobre la base de los sucesos catastróficos que se abaten sobre este planeta en la actualidad. Se trata, dicen ellos, de que somos castigados por nuestra mala fe, por la perversión de las costumbres y, para culminar bíblicamente, por la adoración del becerro de oro.

En tal línea de discurso, los esfuerzos que se realizan en reuniones mundiales, son inútiles. La destrucción de la capa de ozono, el calentamiento global, la degradación del medio ambiente, son castigos y no depredaciones humanas que debemos y podemos rectificar. Cualquiera puede tentarse para llegar a la conclusión de que los vaticinios fatalistas están en connivencia con los grupos de poder que se oponen a las demandas de los pueblos para cuidar el medio ambiente, aunque no sea así.

Es cierto que estamos viviendo una etapa especial en que ocurren desastres casi a diario. Sobrepasamos 6 mil millones de seres humanos en el planeta y usamos una tecnología que, nuestros antepasados, no podían ni siquiera imaginar hace apenas cien años. Sólo con esos datos, comenzamos a entender el daño que estamos haciendo a un ámbito de tan frágil equilibrio que la desaparición de una especie animal o vegetal causa violentas transformaciones. Si constatamos que, en los 6 mil años de civilización que podemos contar, destruimos el ambiente en que vivimos, debemos concluir que es urgente cambiar nuestra relación con la naturaleza.

Pero esa es una cuestión que debe debatirse en otro contexto. La que aquí se presenta, es la manipulación de la mente humana, con la intención de crear pánico. Es una de las formas, siempre efectivas, de mantener el miedo y sostener la sumisión. Se ha usado desde los tiempos más antiguos. El ser humano ha vivido, desde sus orígenes, enfrentado a la muerte. Si hubiese sido fatalista, no habría podido desarrollar su vida; se habría dejado estar, esperando el momento de morir. Nunca hemos vivido pensando en la muerte; hemos actuado en la vida y para la vida. De otro modo, no habría historia.