Meñique otra vez derrotó al mal

Otra vez el bien derrotó al mal. El “Meñique” que Ernesto Padrón y su equipo nos regalaron fue una victoria absoluta y un triunfo rotundo de la imaginación y la creatividad, una muestra de que no hay sueños imposibles porque eso es lo que Martí vio en el cuento, eso lo que subrayan los personajes y a eso apuesta este Meñique.

¡Qué suerte que José Martí se fijara en ese relato francés! Más suerte que lo tradujera y que este grupo de artistas se atreviera a soltar su imaginación y lo convirtieran en una obra de tan alto nivel técnico y artístico. Eso pensé en la sala Chaplin el 20 de julio.

Los desafíos duraron cinco años; primero se convencieron y después, implicaron creadores de diversos saberes (sabios como Silvio, Edesio, Miriam Ramos, una Orquesta Sinfónica y Pérez Mesa, a Maria Felicia, a los actores Yori, Corina, Carlos Ruíz y Osvaldo Doimeadios, entre otros que se me escapan) que, como laboriosas hormiguitas, enfrentaron (sí, como un combate) al mundo de la producción de un filme de animación y lo hicieron posible.

Un Martí risueño y tierno, acercándonos a él sin miedo, el diseño todo, el mundo creado alrededor de la fábula, tienen un sello autoral cubano inobjetable; la mesura del humor, los guiños a los artilugios de la modernidad técnicas entre otros aciertos, son equilibrios que en una película de animación no es poca cosa.

Si el cine de animación es patrimonio de las grandes compañía, Meñique ha conseguido “bailar en casa del trompo”.