Alemania, perdiste

Debieron soportar ser testigos de cómo Japón otra vez destrozaba su orgullo y les arrancaba el boleto de las manos tras vencer a España.

Tomo prestada la idea del título al gran Hernán Casciari, grande de la crónica que debe estar brincando “en un solo pie” por estos días con el avance argentino a octavos y, a lo mejor, con la eliminación alemana en la incipiente fase grupal. Defendí a la nave teutona desde el primer día y hasta el último minuto del triunfo japonés que sacó a la cuatro veces campeona del mundo, porque siempre he pensado que a un grande no se le puede matar antes de tiempo.

Sin embargo, ya lo dijo Casciari, aunque refiriéndose a España en una de sus brillantes obras literarias, con toda la autoridad que conlleva también este contexto futbolístico: Alemania, perdiste. Y de nada valen ahora las excusas, o si el balón del segundo gol japonés contra los ibéricos había salido por la línea de fondo, o si todos los desenlaces rompieron desafortunadamente en su contra.

El fútbol, pregunten, por favor, a elencos como Ecuador, apeados de la siguiente instancia de forma cruel, no entiende de teorías conspirativas ni de injusticias. No: este deporte tiene una idea tan simple como que gana aquel que logre más veces meter la pelota entre los tres palos que dan forma a la portería.

Alemania había quedado fuera, eh un pasado dolosamente reciente, de los octavos de finales de la pasada Copa del Mundo. A Catar fueron los discípulos de Flick, primero con la encomienda de recuperar el histórico juego alemán, un juego de superioridad y opresión al oponente, que les hizo ganarse el respeto del mundo entero por generaciones; segundo, de evitar el cataclismo que resultaría volver a quedar eliminados en fase de grupos.

Y ninguno de esos dos anhelos fue cumplido. Ni aplastaron a rival alguno ni estarán desde el sábado en los pareos definitorios del organigrama que llevará a un equipo al trono del planeta futbolero. Todo esto sucede tras una última jornada rocambolesca en la cual vencieron, mas debieron soportar ser testigos de cómo Japón otra vez destrozaba su orgullo y les arrancaba el boleto de las manos tras vencer a España.

Este Mundial está loco de remate. Alemania es el segundo grande que queda en el camino, porque en la mañana del jueves ya lo había hecho Bélgica, pálida Bélgica, cuyo fracaso llevó al seleccionador Roberto Martínez a dimitir ipso facto. Antes, una no tan grande, pero de esperanzas agigantadas por plantilla y por trayectoria previa, Dinamarca, también sucumbió ante Australia y les dejó en bandeja de plata a los de la isla continente el privilegio de avanzar.

Reitero: ahora llueven por igual excusas y lamentos, pero de nada valen. Ni siquiera consuela a la exigente hinchada teutona pensar en un futuro promisorio cuando maduren todavía más jovencitos tan talentosos como Musiala, Gnabry, Moukoko… Ahora, en medio de debates y críticas, las decisiones drásticas tampoco deberían aportar demasiado a enderezar el rumbo de un proyecto torcido. Alemania, perdiste, pero el Mundial seguirá despertando las pasiones del mundo entero.

Vea además:

Catar 2022: El Mundial de las trifulcas