¿Amor es igual a control?

Los personajes de René, Lía y Saúl, en la telenovela El rostro de los días, sacan a la luz conflictos de género en la sociedad cubana. Foto: Rodrigo Gil / Instagram.

En la pantalla, Saúl está molesto. Regaña a su novia Lía por llevar “un short muy corto”, mientras comparten con otros amigos en el Malecón. Ella protesta, pero no marca límites frente a su control. Tendrán catorce o quince años, estudian en la secundaria, son pareja desde hace un par de semanas.

La reciente escena de la telenovela cubana El rostro de los días, actualmente en transmisión, tiene una supuesta explicación. La polémica prenda de vestir fue un regalo del novio de la mamá de Lía, con quien se perfila una trama de acoso sexual. Aparentemente, Saúl empieza a notar las intenciones del padrastro y reacciona en consecuencia: la protege. Sin embargo, un hecho no justifica de ningún modo el otro.

Si bien en casa de Lía la situación se torna cada vez más preocupante y llama a evaluar riesgos potenciales de acoso y violencia contra muchachas dentro del hogar, la reacción de Saúl constituye otra amenaza, quizás menos evidente. Con esta escena, el dramatizado valida el control del hombre sobre la mujer en una pareja de adolescentes, en este caso de la ropa que ella usa, bajo la eterna justificación del amor y la protección. Y esto, definitivamente, también hace daño. El conflicto no radica en mostrar una realidad que efectivamente perdura en Cuba, sino en presentarla como algo posible, correcto. Al menos en lo que va de novela.

Varias investigaciones han comprobado que entre adolescentes y jóvenes cubanos sobreviven estereotipos sexistas. La supuesta necesidad de reconocimiento de las mujeres para elevar su autoestima, la presentación de los celos y el control como formas de amor, la validación de roles preestablecidos por sexo y la comprensión de la maternidad como máxima expresión de realización femenina, son algunas de las ideas que persisten en el imaginario juvenil cuando se trata de relaciones de género.

Ni los medios de comunicación, ni el sistema de educación, ni algunas familias consiguen desprenderse por completo de buena parte de estos prejuicios. De hecho, muchas veces los naturalizan, los transmiten a las nuevas generaciones y ponen en situación de subordinación a mujeres y otros grupos vulnerables. Algunos resultados de la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género (ENIG-2016), desarrollada por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) y la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), alertan al respecto.

Las respuestas sobre cómo usan el tiempo, jóvenes entre 15 y 29 años de edad mostraron que, mientras los varones dedican más horas al trabajo remunerado que al no pagado, ellas se distribuyen de forma más o menos equitativa entre ambas labores. Los datos indican que la mayoría de las tareas domésticas continúan recayendo sobre las mujeres.

Los mitos y estereotipos persisten. Así lo confirma un estudio sobre imaginarios sociales juveniles acerca de la violencia contra las mujeres en Cuba, realizado en 2018 por el Grupo de Estudios de Juventudes, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) en colaboración con el Centro Oscar Arnulfo Romero (OAR). La investigación, que también se desarrolló en otros seis países latinoamericanos bajo el auspicio de Oxfam y CLACSO, analizó cómo estos sobreviven al paso del tiempo entre muchachas y muchachos de dos segmentos de edad: 15 a 19 años y 20 a 25.

En nuestro archipiélago reveló sobre qué principios se construye el supuesto deber ser de hombres y mujeres, para quienes se encuentran en estos rangos etarios. La doctora María Isabel Domínguez, coordinadora del Grupo de Estudios sobre Juventudes del CIPS, explicó a Cubadebate que, en el caso de los varones, hay un arquetipo bastante homogéneo, extendido fundamentalmente entre ellos, aunque también es compartido por una parte de las jóvenes.

Según esta creencia, “el hombre es esa persona fuerte, que necesita llevar las riendas de la familia, ser proveedor y asumir la responsabilidad económica. Esto lo coloca en una posición de respeto con respecto a las mujeres. Es reconocido con un mayor deseo sexual, por lo que sus infidelidades deben ser aceptadas y perdonadas. Sin embargo, son censurados socialmente si estuvieran dispuestos a perdonar la traición femenina”, detalló.

Con respecto a las mujeres, las visiones fueron más heterogéneas. El sondeo identificó tres imaginarios arquetípicos. El predominante entre las personas encuestadas tuvo un enfoque más tradicional: ellas son seres delicados, frágiles, que requieren halagos y protección. “Están predeterminadas para ser madres y son responsables del trabajo doméstico y la familia, aunque tengan otros desempeños laborales y sociales. Sus parejas deberían ayudar, entre comillas. Tiene menor interés en la sexualidad que el hombre, pero la relación debe estar basada en el amor y deseo de ambos”, argumentó Domínguez.

Otra construcción, mucho más negativa, fundamentalmente masculina y focalizada en las provincias orientales, aunque compartida por algunas mujeres, entiende que ellas deben ser controladas por su propensión a “comportamientos inadecuados que afectan al hombre y la familia”, como malgastar el dinero y vestirse de manera provocativa. Se refuerzan aún más sus roles de cuidadoras y encargadas del hogar. Incluso, se justifican los actos de violencia contra ellas como muestras de amor.

Finalmente, una tercera visión, predominantemente femenina y de algunos hombres, considera que la mujer tiene las mismas capacidades y condiciones que el varón y, como tal, debe gozar de los mismos derechos, tanto en el espacio público como en el privado. La investigadora del CIPS comentó que, según este arquetipo, “las relaciones entre ambos deben ser de igualdad en el ámbito del empleo, de la vida política, de la familia, de la sexualidad. La maternidad es una opción más en la vida de la mujer, pero no es una obligación. La infidelidad es cuestionable, tanto en unas como en otros, porque implica pérdida de confianza. Además, cualquier forma de subestimación es discriminatoria y cualquier tipo de violencia o control es inaceptable”.

El abanico de opiniones muestra los avances que, en materia de género, suceden en el país. Sin embargo, no es posible escapar a un hecho: las construcciones más extendidas encasillan, tanto a hombres como a mujeres, en posturas sexistas, cerradas y, en algunos casos, retrógradas.

Estereotipos… ¿herencia generacional?

Sondeos sistemáticos del Grupo de Estudios de Juventudes del CIPS han concluido que, a pesar de que la adolescencia y la juventud cubana son diversas y heterogéneas, en función de su contexto y de otros factores, comparten características comunes. Poseen semejanzas con las generaciones que los precedieron y con sus similares en otros países del mundo. A su interior se entremezclan rasgos típicos de la identidad nacional, como la alegría, la perseverancia y la fortaleza, con otros como el uso de las tecnologías de la comunicación y el acceso diverso y renovado a la información.

Con sus principales aspiraciones sucede algo parecido: algunas coinciden con las de los mayores y otras se diferencian en función de las nuevas épocas. El estudio y la superación, el aseguramiento de condiciones materiales de vida, la conformación de una familia futura y la protección de la de origen son elementos que, con diferentes jerarquías, están presentes en los tres primeros lugares de aspiraciones de adolescentes y jóvenes; también aparecen entre los deseos de la sociedad cubana en general. Mientras, los sueños de viajar e, incluso, una tendencia hacia la emigración, son proyectos más cercanos a la juventud.

En ese contexto, la evolución de los imaginarios en torno al género, a lo largo de varias generaciones resulta, como mínimo, curiosa. Con la ruptura que siguió al estallido social de 1959, se produjo también una reevaluación de muchos estereotipos en las personas que hoy tienen edades que clasifican como intermedias. Luego, estos avances han ido perdiendo terreno en la gente más joven y se advierten ciertos retrocesos, coinciden investigaciones del propio CIPS.

Si bien la Revolución propició la incorporación de la mujer a la vida pública, al estudio, al empleo, a la participación social, y ellas las aprovecharon, nunca abandonaron del todo las cargas domésticas. La crisis de los años noventa del siglo XX reforzó estos roles, trajo aparejado, entre otros demonios, ese estancamiento y, en algunos casos, hasta retroceso.

“Ante situaciones críticas, se recurre a lo conocido: la mujer es la buena ama de casa, administradora, la que puede llevar el control de hogar”, ha explicado Domínguez.

Más de 60 años después del triunfo de la Revolución, los resultados de la investigación emprendida por el CIPS en el 2018 coincidieron con estas visiones. Las entrevistas a 232 mujeres, 200 hombres y tres personas trans, de espacios urbanos y rurales, “constataron que, por una parte, hay cambios en relación con generaciones anteriores. Pero también mostraron la reproducción de muchos de esos imaginarios en las relaciones de género”, aseguró a Cubadebate la investigadora del CIPS.

La experta, que participó activamente en el estudio, identificó, entre los principales avances, la aceptación de la igualdad para la mujer frente al estudio y el trabajo, y su derecho a independencia a la hora de elegir pareja. Sin embargo, no son pocos los prejuicios que sobreviven.

El 75 por ciento de los cubanos de 15 a 19 años encuestados admitió que sus amigos piensan que pueden decir piropos a una mujer. El acoso callejero se asume como algo natural, incluso entre algunas muchachas, que los consideran importantes para reforzar su autoestima, reveló la investigación.

Además, adolescentes y jóvenes opinaron que la mujer está “incompleta” hasta ser madre y el hombre tiene, por mandato biológico, más necesidades sexuales. Los celos y el control masculino sobre el cuerpo, la forma de vestir, el chequeo del móvil y los comportamientos de sus parejas, en general, aún son considerados una muestra de amor, tanto por muchachas como por muchachos.

Aunque “hay un rechazo bastante fuerte y unánime a las formas de violencia contra las mujeres, no siempre hay una claridad de en qué consiste estas. Las presentaciones más evidentes, como la agresión física, la humillación y maltrato, son descalificadas. Pero otras alternativas de control como la económica y las formas más sutiles de la psicológica, no siempre son consideradas violencia”, explicó Domínguez.

La persistencia de todos estos estereotipos entre los más jóvenes en Cuba influye directamente en sus trayectorias estudiantiles, profesionales y, en general, sobre la vida personal. Marcan el modo en que toman decisiones con respecto a sus parejas, la superación, el ámbito laboral, la vida doméstica y la maternidad. A la larga, refuerzan el círculo vicioso de hombre proveedor y mujer dedicada al hogar. Además, suponen puntos de partida para la validación y justificación de la violencia de género en todas sus formas.

Lograr un cambio en esos imaginarios sociales no es tarea fácil, pero urge. “Se impone una labor educativa que comience desde edades tempranas, en instituciones docentes, y se extienda, de forma general, a toda la población”, aseguró Domínguez. Además, recomendó presentar estos temas en las redes sociales y el Internet que los más jóvenes frecuentan.

Combinar esfuerzos en la escuela, la familia, los medios de comunicación e, incluso, en las telenovelas, para reproducir mensajes cada vez menos sexistas y desmontar de forma amigable prejuicios y estereotipos es vital.

En tanto, queda esperar al final de la actual telenovela para evaluar el modo en que se resolverán estos conflictos de género. De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno, reza un refrán. Abordar estos temas, en cualquier caso, es un primer paso importante. Ojalá, sobre la marcha, consigan deconstruir estereotipos y no validarlos.