Arriba a medio siglo un batallón de batas blancas

Si yo tuviera poder de decisión, convertiría a Baracoa en un destino turístico campestre, fundamentalmente en la zona que va de la ciudad primada a Maisí. Las playas pequeñitas y de múltiples tonos, una vegetación exhuberante y bella, harían que muchas personas se interesaran por un área libre de polución y poblada en algún por ciento, por descendientes de indios. Es un sitio agreste pero paradisíaco, propio para aquellos que gustan de vivir en una naturaleza que se lo da todo –o casi– a cambio del esfuerzo de hacer un fuego como los antiguos moradores del planeta, dormir teniendo a las estrellas por cielo y bañarse a la intemperie, con las aguas del río Miel, por ejemplo.

A Baracoa llegaron hace medio siglo ¡se dice fácil! un grupo de ocho médicos para inaugurar ese servicio en un lugar donde entonces no había luz eléctrica, ni teléfonos, las carreteras eran poquísimas y para sorpresa de Humberto Sainz, entonces un joven egresado de medicina, había personas con el cuarto molar, como se supone existía en el Medioevo. No descubro nada para el lector, pero le recuerdo que órgano que no se usa se atrofia, y esa pieza dental ya no tiene uso desde hace centurias; de ahí que la inmensa mayoría de los humanos tengamos hasta un tercer molar.

De tal hallazgo me enteré conversando hace uno días con el Profesor Sainz, Jefe de la Sección de Anestesiología y UCIQ del Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular (ICCCV) desde 1976 y uno de los profesionales que este año celebran los cincuenta años de graduados como médicos.

Es un grupo que, gracias a la persistencia del Dr Uvelino Moreno Giménez, se mantiene en contacto y sus miembros se reúnen de vez en vez. En esta oportunidad el Ministerio de Salud Pública albergó a los que viven fuera de los límites de La Habana y les rindió un modesto homenaje.

Pero vuelvo a Baracoa y a los recuerdos del Dr Sainz. Según me confesó en una entrevista que le hice unos meses atrás y le pregunté acerca de sus vivencias en la Ciudad Primada: “Son incontables y de todo tipo. Podría escribir un libro con ellas; la primera, muy impactante fue el aislamiento de esa zona del resto del país. No existían carreteras, no llegaban la televisión y la radio del país; no se conocía el ferrocarril, ni los teléfonos automáticos y la luz eléctrica solamente existía en la ciudad. Por tanto, el atraso social, económico y cultural en la zona era inmenso. Nuestro grupo de ocho médicos rurales atendió durante treinta meses una población que había sido abandonada totalmente durante siglos.”

De izquierda a derecha. los doctores Humberto Sainz, Uvelino Moreno y Lopez Tejeda en el encuentro por el Aniversario 48 de su graduación

A ese grupo de galenos pertenece la doctora Nery González, una profesional optimista, maestra distinguida de numerosos gastroenterólogos, una de las mejores de Cuba según tengo entendido, que le brinda seguridad a sus pacientes y que hizo su servicio social en Mapo, Sancti Spíritus. Pero que sea ella quien cuente sobre esas vivencias de hace medio siglo: “Llegamos a este aislado central azucarero desmantelado a 43 km de la ciudad de Sancti Spíritus por un terraplén estrecho bordeado en casi todo su trayecto por cañaverales enormes que no permitían ver nada que no fuera el camino. Me embargaba un temor enorme no estar lo suficientemente preparada para hacerme responsable de la salud de los habitantes de toda el área, sobre todo de los partos y los niños. No había luz eléctrica solo una planta que funcionaba hasta las 11 pm y solo una guagua (guarandinga) que entraba la última a las cuatro de la tarde. Hoy me siento satisfecha de esa etapa de mi vida, al final de la cual me gradué de médico, mujer y revolucionaria.”

En 1963 se graduaron 328 médicos, vivos quedan 122 y activos 42. Hace dos años el Dr. Uvelino Moreno publicó el libro Memorias de una generación de médicos, texto que rememora esa gesta en el sector médico, como existen otros grupos y experiencias. Todos estos profesionales, merecen el reconocimiento de un país que si ha llegado a tener una esperanza de vida comparable a la del primer mundo, se debe a su sistema de Salud Pública.

Con dos anécdotas del Dr. Uvelino Moreno, uno de aquellos jóvenes que en 1963 se desplegaron por toda Cuba, termino estas líneas que intentan ser un pequeño reconocimiento a nuestro ejército de batas blancas, especialmente al batallón graduado hace medio siglo: “Al paso del ciclón Flora por Oriente, estábamos haciendo el servicio médico rural en Palenque de Yateras, Guantánamo, donde en esa fecha había numerosos becados recogiendo café y tuve que atravesar el río Palenquito para atender una becada recogedora de café, a la cual un árbol le había caído encima. El Dr. Gil Montelongo fue arrastrado al intentar cruzar el crecido y furioso río, por lo cual me amarraron por uno de los extremos de una soga y ayudado por los campesinos que estaban en la orilla opuesta, pude llegar hasta donde estaba la adolescente becada. La encontré rodeada de campesinos y de la maestra, con los rostros asustados y decían que había echado sangre por la boca. Al examinarla solo le detecté la fractura del fémur derecho. Al otro día, cuando le río bajó, fue trasladada en una parihuela. En esas condiciones la llevamos para el hospital, distante a dos kilómetros, donde se le puso un peso colgante en la pierna fracturada y la sacamos de la misma forma que la trajimos hasta un lugar llamado Tropezón y de ahí en un transporte serrano (Camión adaptado para trasladar pasajeros) hasta el hospital regional de Guantánamo”.

En otra oportunidad, cuenta el Dr. Uvelino que “El Dr. Narciso Llamos estaba haciendo su servicio médico rural en el dispensario de Bernardo de Baracoa, sumamente intrincado, el cual quedó prácticamente incomunicado, por el estado de los caminos que permanecían intransitables y la crecida del río Toa, a pesar de haber transcurrido varios días del paso del ciclón. En estas circunstancias nos remitió un mensaje al hospital de Palenque de Yateras, traído por un campesino, que decía “Ayúdenme, estoy pasando hambre, ya me comí la reserva”. Cuando llegó la noticia, llené un saco con latas de carne en conserva, leche condensada, arroz y frijoles. Con ese suministro, salí en un mulo prestado, en su ayuda y al cabo de tres horas me encontré frente al majestuoso río Toa, antes había pasado por los enormes y pegajosos fangueros de la zona de La Magdalena y Arenal, por lo que el mulo le costaba trabajo sacar las patas para avanzar. Durante el solitario trayecto, solo me acompañó el jadeo angustioso del animal. Al llegar y ver el crecido río, hubo otra alternativa: por las sugerencias de los campesinos que observaban el crecido río, me eché el saco de víveres a la espalda y me acosté a lo largo del lomo del animal y decidí cruzar, atravesando el río con tremendo susto. El problema fue después, que no había valor para regresar, hasta que no bajó un poco el nivel del agua. Al pasar los días recordando esta odisea, me di perfectamente cuenta del esfuerzo realizado por el pobre mulo, para llevarle comida a un médico en lo más intrincado de Baracoa”.

La salud pública cubana ha priorizado a los grupos poblacionales de riesgo, en particular a la mujer y los niños.

 

Haití ha sido uno de los territorios marcados por el espíritu internacionalista de la medicina cubana.

La Escuela Latinoamericana de Medicina ha formado a miles de médicos procedentes de 60 países

Los médicos cubanos siempre están dispuestos a brindar su ayuda solitaria a cualquier país.