El fútbol y la prensa

Por Javier Montenegro Naranjo, estudiante de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana

La prensa deportiva siempre desata pasiones; muchas veces, los periodistas inducen el comportamiento de los fanáticos, radicales o no. Desde mi experiencia, el mundo del fútbol es una de los mejores ejemplos. Si hay un motivo por el cual adoro este deporte es por su duración: 90 minutos. Los nueve innings del beisbol pueden ser infernalmente largos, los últimos tres minutos de un partido de básquet pueden durar hasta 15 minutos de la vida real, y mejor no hablar del tenis. Nadie discute la emoción de estos, pero el fútbol los supera en cuanto a duración. Con el silbatazo del árbitro todo termina, siempre y cuando no leamos los titulares y las repercusiones en la prensa.

El ejemplo más cercano a nosotros lo forma la dupla Real Madrid-Barcelona. En los últimos años, estos equipos han alcanzado un gran número de seguidores en nuestro país y junto a los resultados nos llega una estela de noticias, a veces parcializadas, y otras veces parcializada. Ese es el gran problema del fútbol. En otros deportes, los errores arbitrales y de jugadores son tocados y analizados, pero nunca de forma tan problemática.

Los árbitros son una de las principales víctimas; si cometió un error al decretar un penalti, al día siguiente reza un titular "el colegiado regaló el partido", con una foto donde deja claro el error. ¿Alguien recuerda alguna noticia que dijese "tenía razón" con una imagen de la falta? Lo dudo. Hacer leña del árbol caído. Esa es una de las máximas de los periodistas especializados en el deporte más hermoso del mundo. Yo puedo comprender la impotencia que lleva a cometer una falta atroz, o el oportunismo de algunos jugadores al exagerar ciertas infracciones; también entiendo la rabia y la soberbia que provocan declaraciones polémicas, pero la falta de ética de la prensa es incomprensible.

Defender lo indefendible. Chovinismo a pulso. Y no permitir bajo ningún concepto la caída de la culpa al suelo. Siempre buscar a alguien que la lleve sobre hombros. Recuerden el caso de Felipe Melo en el último mundial, o más atrás aún, Barbossa: el guardameta carioca desapareció de la faz de la tierra tras "el Maracanazo" en Brasil. En ocasiones, si no pueden culpar a un jugador por la derrota o al hombre del silbato, entonces le toca al equipo por jugar mal al fútbol, y luego al director técnico, y si la cadena de derrotas continúa con otro entrenador, pasan a la gestión deportiva del club. "Derrotados pero con dignidad", suena conformista, pero quizás alguien debería pensar en los futbolistas, y en todas las personas relacionadas con un club, y la pasión que sienten por este.

¿Y los culebrones de todo un verano con motivo de los fichajes? La última novela fue la de Neymar, sin final feliz. Pero no es el único ejemplo. El duelo por fichar a Beckham, ganado por el Madrid, y la respuesta del Barcelona: Ronaldinho. La llegada de Ronaldo al equipo de los galácticos. El fracaso de Riquelme. La traición de Figo. Minas y más minas de oro para los periodistas y sus dardos.

Si Cristiano Ronaldo o Mourinho dicen alguna de las barrabasadas a las que nos tienen acostumbrados, son noticia absoluta, como si esto tuviese alguna incidencia en su rendimiento o incluso, me atrevería decir en sus carreras. Johan Cruyff dijo en una ocasión "¿Defender? Que defiendan ellos" en una rueda de prensa previa al partido cuando dirigía al Barça, y le endosaron cinco goles. Hoy sigue siendo un gurú del fútbol. Incluso Maradona y su gol de mano frente a Inglaterra no empañaron la carrera del "Pelusa". Las leyendas se hacen dentro del campo, no fuera. Los jugadores pueden decir las cosas menos éticas de la tierra, mancharán su reputación, pero se recordarán por sus acciones sobre el césped. Así, Cristiano hace gala de su altanería, o Mourinho se comporta como un niño con los periodistas; no les importa, lo de ellos es el fútbol.

No basta con los quirúrgicos análisis postpartidos, los innecesarios ecos de errores humanos. A veces dan vergüenza las ansias de vender. Da igual qué se venda. Por eso, en el fútbol, cuando terminan los 90 minutos, si acaso, prórroga y penales.