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“Epidemia” de opiáceos en EEUU, un indicador de problemas más profundos

Socorristas en medio de la crisis de sobredosis por cigarrillos de Spice contaminados en New Haven Green, el 14 de agosto de 2018. La rápida reacción salvó la vida de decenas de afectados.

Los apacibles estados del noreste de los Estados Unidos, región conocida como Nueva Inglaterra, es uno de los iconos del país. Empleos mejor pagados, menos discriminación contra inmigrantes o minorías étnicas, mayor liberalismo político, oposición a aventuras bélicas y otras expresiones progresistas hacen que la región resalte en el conjunto de la nación.

Pero, a veces de forma súbita, ocurren hechos que evidencian que, aun así, están también presentes allí los problemas que afectan a otras partes de los EE.UU.

El caos llega a Nueva Inglaterra

La droga que más muertes ha causado (31 000) en 2019 es el fentanyl.

Una terrible ocasión fue la masacre en la escuela de Sandy Hook, en Newtown, Connecticut, que cobró la vida de 28 personas, como un rayo en un cielo aparentemente despejado.

Otra ocurrió el 14 de agosto del 2018, cuando se vivieron dramáticas escenas y decenas de personas comenzaron a desplomarse y presentar síntomas por sobredosis de drogas en el parque New Haven Green, un bellísimo vergel vecino a la histórica Universidad de Yale. Según reportes policiales, aproximadamente a las 8:00 p.m. se recibieron los primeros reportes de personas que se estaban enfermando, supuestamente tras fumar cigarrillos de marihuana sintética.

A partir de ese momento, y en un plazo de aproximadamente dos horas, más de un centenar de personas tuvieron que ser llevadas a servicios de urgencia. Al menos dos de ellas estuvieron al borde de la muerte. El ambiente era de absoluto desastre, los paramédicos “iban de paciente en paciente”, tratando de mantenerlos vivos, explicó el doctor Sandy Bogucki, director de servicios médicos de New Haven.

Las ambulancias no daban abasto, y en cuanto dejaban a los pacientes en los salones de urgencias, “tenían que regresar de inmediato”. Algunos médicos y enfermeras de hospitales universitarios y privados también corrieron a ayudar, pero por la hora solo estaba el personal de guardia. Muchos policías y bomberos también se precipitaron al lugar, o abrían paso a las ambulancias.

La reacción de la sociedad ayudando a los envenenados fue ejemplar, por ello no hubo una cantidad significativa de fallecimientos. Al final de la noche, 116 personas estaban hospitalizadas y se estimaba que entre 100 y 120 se abstuvieron de usar las drogas que habían comprado cuando vieron a otras sufriendo trastornos, vomitando, desmayándose, etc.

Anthony Campbell, el jefe de la Policía en la ciudad de New Haven, declaró que las víctimas habían fumado unos cigarrillos posiblemente elaborados con K2 o spice, una droga sintética, y otros con marihuana adulterada. Hubo casos de sobredosis en otros tres puntos de la ciudad durante el mismo lapso de tiempo, incluyendo los vecindarios de Fair Haven y Westville, donde residen mayormente familias de bajos ingresos, muchas de ellas pertenecientes a minorías.

Inicialmente, se dijo que la marihuana posiblemente había sido corrompida con el opioide fentanyl, el mismo que al parecer provocó la sobredosis que sufrió recientemente la actriz y cantante Demi Lovato y que ya le había costado la vida al famoso cantante Prince. Sin embargo, los hospitales negaron dicha versión, y algo más tarde confirmaron que el agente fue K2-spice.

La policía de New Haven arrestó a dos hombres en conexión con las sobredosis. Ambos tenían en su poder K2 y se les encontró culpables de posesión y venta ilícita de drogas, por lo que recibieron condenas de 11 y 7 años de prisión. La intención de sobreestimar el ya enorme papel del fentanyl busca también señalar a China y México –donde se produce y desde donde se transporta mayoritariamente– como causantes de la crisis y justificar así la necesidad del muro fronterizo de Trump, entre otras cosas.

Describo con tanto detalle este incidente, porque fui testigo presencial del mismo, detuve el carro y me llevé a dos personas afectadas (y un socorrista) hasta el cercano hospital Saint Raphael, en New Haven.

Si la policía dedicara sistemáticamente a evitar la venta de drogas en ese lugar el mismo esfuerzo que desplegó esa noche, se hubiera conjurado este trágico incidente. Debo decir que en esa tribulación, las autoridades actuaron con gran eficiencia y entrega.

La droga y la política en la “era Trump”

Donald Trump. Foto: EFE.

Con este marco emocional en todo el noreste del país, el Gobierno de Trump implantó la reducción de 10% en la producción legal de los opiáceos más usados en los abusos de drogas controladas, lo que no creo sea la solución del problema. Solo va a aumentar la producción e importación ilegal (contrabando).

La desesperanza y el desánimo son factores muy destructivos en cualquier sociedad. Con el hombre blanco de edad madura y avanzada como víctima tipo (el mismo que trasladó su desánimo a las urnas votando por el ultraderechista Donald Trump como el supuesto Mesías que los ayudaría), son varios los estados del nordeste y el medio oeste estadounidense que proporcionaron los votos electorales (Trump perdió el voto popular por casi tres millones de electores) para elegir al actual presidente, entre ellos los más afectados por este auge de la droga: Virginia Occidental, Ohio, Pensilvania y Kentucky, entre otros.

Pero, obviamente, no es solo en el noreste y el medio oeste de los Estados Unidos donde el problema de los nuevos narcóticos artificiales crea una nueva página en la extendida tragedia de las drogas. Es a nivel nacional. El aumento de potenciales consumidores de narcóticos se ha visto retroalimentado durante los últimos años por un mayor número de prescripciones médicas de sustancias analgésicas poderosas, que antes se usaban solamente en traumas agudos posoperatorios o para enfermos terminales.

En ese contexto, en 2019 el estado de Connecticut (con cuatro millones de habitantes) alcanzó dos millones de prescripciones de fármacos (generalmente, lo recibido por receta es suficiente para una semana) “contra el dolor”.

El uso de narcóticos fuertes por pacientes con síntomas leves, dolores más o menos crónicos, que en Estados Unidos superan los 110 millones de personas, ha disparado el número de productos farmacéuticos en el mercado, que se ha triplicado en los últimos 15 años. Un cóctel explosivo, cuya consecuencia fatal ha sido el fuerte incremento del número de adictos a las sustancias opiáceas.

En 2018, último año en que se llevó a cabo un censo oficial de este tipo, casi 64 000 estadounidenses murieron a causa de sobredosis. El resultado fue una sobrecogedora media de 175 fallecimientos cada día, una cifra cinco veces mayor que en 1999. Desde ese año hasta la fecha, han sido más de 800 000 las vidas perdidas por abuso de drogas (el doble de los militares estadounidenses caídos en la Segunda Guerra Mundial).

En el caso de las muertes por sobredosis relacionadas con opioides recetados, las autoridades estadounidenses estiman que ascendieron a 218 000 entre 1999 y 2017.

Las estadísticas no engañan. La calamidad generada por el uso de opiáceos que ahora intenta combatir la Administración del presidente Donald Trump ha matado en solo un año más estadounidenses que en toda la guerra de Vietnam. Los últimos datos registrados la convierten en la mayor plaga que han sufrido los EE.UU., un récord que hasta ahora correspondía a la tragedia del SIDA en 1995, cuando fallecieron 43 000 personas.

Evento/ Causa

Número de muertes

Segunda Guerra Mundial (EE.UU.) 405 399 militares caídos en todos los frentes
Abuso de drogas en 1999-2018 800 000
Guerra de Vietnam (EE.UU.) 58 000 militares fallecidos
Sobredosis de drogas en 2018 64 000
SIDA (EE.UU.) en 1995 43 000

 

El Departamento de Justicia y la agencia antidrogas (DEA) propusieron en agosto de 2018 un recorte medio de 10% de “las cuotas de producción autorizadas a los fabricantes de los seis opiáceos utilizados con más frecuencia” para el 2019, pero no se llevó a cabo aún.

La iniciativa responde al llamado Plan de recetas seguras, que busca reducir en un tercio las prescripciones de opiáceos a nivel nacional en tres años. Este es el tercer año consecutivo en que se producen reducciones (de la producción), lo que ayudaría a reducir la cantidad de drogas legales que potencialmente se pueden desviar al tráfico ilegal de drogas y promover las adicciones

Entre los productos afectados por esta propuesta están la morfina, el fentanyl y la oxicodona.

El “Informe mundial sobre las drogas 2018” (ONU) señala que el abuso de ciertos medicamentos que requieren prescripción se está convirtiendo en la mayor amenaza contra la salud pública y las fuerzas del orden. Los opiáceos provocan el 76% de las muertes que implican el consumo de drogas, y la cocaína y el opio han alcanzado récords de producción. Cada vez, existen más grupos dedicados a la preparación de fármacos de origen incierto, lo que provoca que las drogas tradicionales convivan actualmente con nuevas sustancias psicoactivas que proliferan a un ritmo sin precedentes.

El anuncio se dio en el contexto de la crisis de consumo de opiáceos. Más de cuatro millones de estadounidenses son adictos a analgésicos de prescripción médica (incluidos 250 000 adolescentes) y las sobredosis se han convertido en la causa más común de muerte en EE.UU., por encima de los accidentes de tráfico o las heridas por armas, de acuerdo con la DEA.

El uso y el abuso de las drogas han disparado también durante los últimos años el número de adictos graves, que supera los dos millones. Según las estadísticas, casi 600 000 de ellos presentan una seria adicción a la heroína.

La calamidad de los opiáceos que azota Estados Unidos incluye más perjuicios, además de las pérdidas de vidas. Hasta ahora, ha costado más de 500 000 millones de dólares, incluyendo compensaciones de compañías de seguros por las muertes por sobredosis, los gastos de salud y del sistema policial y el impacto en días de trabajo perdidos por los afectados en casos no mortales, según la última estimación elaborada por las autoridades. En ese cálculo se prevé que, en apenas tres años más, el costo se eleve a un billón (un millón de millones) de dólares.

En comparación con las drogas ilegales, los opiáceos sintéticos desarrollados por la industria farmacéutica son baratos, lo que les hace más accesibles a los jóvenes (como muestra el episodio en New Haven con que se inicia este artículo, en el que una parte de los contaminados fueron estudiantes). Como estos productos son baratos, y en ocasiones accesibles mediante recetas médicas, hasta ahora no se han desarrollado en gran escala laboratorios ilegales para producirlos, lo que podría ocurrir sin fueran prohibidos o fuertemente limitados. Es un gran reto para la sociedad estadounidense.

La crisis de los opiáceos, sostiene David Mark Walton, profesor de Fisioterapia en la Universidad de Western Ontario, “es un indicador de problemas sociales más profundos, como la estigmatización, el acceso a servicios de salud mental, la pobreza, el aislamiento, la criminalidad y la pérdida de conexión con las comunidades”. Es una imagen terrible ver que el único sentido que encuentran a sus vidas cientos de miles de personas sea una jeringuilla, una cuchara, una pastilla…

En contraste están las acciones del Gobierno cubano y sus instituciones (la Aduana General de la República en lugar cimero) para impedir que la droga se instale en Cuba y se convierta en un mal social terrible y abrumador.

No debemos permitir de ninguna manera que aquellos desalmados antisociales que tratan de ganar dinero ilícito y obtener beneficios con base en la tragedia de los adictos, se afirmen y expandan en la sociedad cubana, como sucede en los Estados Unidos. La política de cero tolerancia a las drogas es la única forma moral y correcta de actuar, como lo hace el Gobierno de Cuba.