¿“Estrellas y franjas” ondeando sobre enclave yanqui en medio de una ciudad cubana? ¿Despliegue de patriotismo hacia otra patria?

¿“Estrellas y franjas” ondeando sobre enclave yanqui en medio de una ciudad cubana? Foto: Tomada del blog La Pupila Insomne.

Hace unos pocos años, en preparación para un viaje a Noruega, estuve leyendo textos de la más diversa naturaleza sobre los países nórdicos, y en esas lecturas llamó poderosamente mi atención la extraordinaria cultura oficial y popular danesa de respeto al significado de las banderas, nacional y extranjeras. En un texto destinado a orientar al turista, hallé, por ejemplo, una unidad dedicada expresamente a Las banderas extranjeras en Dinamarca, que aquí reproduzco en traducción del inglés:

“Durante la temporada veraniega, es muy común que muchos extranjeros que vienen a Dinamarca por vacaciones, festivales, eventos deportivos y convenciones quieran desplegar sus banderas. En los festivales, puede que usted desee colgar su bandera nacional de modo que otros sepan que sus compatriotas también han asistido. ¡NO LO HAGA! Eso va contra la ley y usted será multado. Las únicas otras banderas que se permite que ondeen sin permiso de la policía son las banderas escandinavas (Noruega, Suecia, Finlandia e Islandia).

“La mayoría de las personas recibirán una advertencia amistosa, pero no son inusuales las multas. ¡Deje sus banderas en casa, puesto que no se le permitirá desplegarlas de ningún modo sin el riesgo de ser multado!

Ahora bien, esta ley no se aplica a los gallardetes, de modo que si usted tiene un gallardete, siéntase en libertad de desplegarlo. Pero no se sorprenda si ciudadanos locales que no entienden la diferencia entre una bandera y un gallardete le piden que lo quite.” (http://www.fyidenmark.com/danish_flag.html)

Un texto periodístico danés, al mencionar que las embajadas de países extranjeros estaban libres de esa prohibición, explicaba que eso sólo se debía a que “el terreno en el que se encuentran no es danés, sino propiedad del país de procedencia de la embajada”. Añadía que, con motivo de eventos y fechas especiales, se podía solicitar un permiso policial para desplegar la bandera de otro país “siempre y cuando una bandera danesa del mismo tamaño fuera desplegada con una prominencia similar a la de la bandera extranjera”. Por cierto, la Dannebrog, la Bandera Danesa, existente desde el siglo XIV, es la más antigua bandera nacional usada hasta hoy en el mundo.

En torno a la bandera, en Dinamarca existe no sólo una cultura y, desde 1915, una minuciosa y rigurosa regulación, sino también una institución que vela por ambas, la Sociedad de Dinamarca. Y en el libro Sådan bruges Dannebrog: Guide til korrekt brug af Dannebrog (Así se usa la Bandera Danesa: Guía para el uso correcto de la Bandera Danesa), publicado por dicha sociedad, hallamos la unidad titulada El despliegue de la Bandera Danesa junto con banderas de otras naciones, donde podemos leer lo siguiente:

“Excepto las banderas de los países nórdicos, la de la ONU y la de la Unión Europea, que pueden ser usadas libremente (junto con o sin la Bandera Danesa), ¡está prohibido desplegar banderas de naciones extranjeras en territorio danés!

“Están exceptuados de la prohibición embajadas, consulados, etc. y los barcos. Los barcos deben navegar bajo bandera extranjera conforme a las reglas internacionales.

“Los permisos para izar banderas extranjeras deben ser solicitados en cada caso individual ante las autoridades policiales locales. No se conceden permisos permanentes para desplegar banderas que no sean la de Dinamarca.”

No han faltado recientemente políticos que en el parlamento danés hayan querido eliminar esas reglas; sin embargo, encuestas realizadas indican que hasta un 85 por ciento de la población rechaza esas iniciativas.

En Cuba, es evidente que esa eclosión –sin precedentes prerevolucionarios– de banderas estadounidenses, creciente en tamaños, números, altura de izada, lugares y ocasiones de uso, etc., por obra de ciudadanos nacionales, forma parte de una guerra semiótico-cultural de base política, por cierto, no he visto hasta ahora a un solo turista estadounidense desplegando su bandera nacional en almendrones, casas de huéspedes, etc., y recuerdo cuán poco el rechazo nacionalista (auténtico, o selectivo, por mero anticomunismo) permitió que prosperaran aquí en los años 60 y 70 las iniciativas filosoviéticas de destacar públicamente la bandera de la URSS, más allá de las ocasiones oficiales y de lo debido en ellas.

Lo que no resulta tan evidente es por qué, en el país en que durante más de cincuenta años, en los medios masivos y el cine, murales de escuelas y centros de trabajo, se ha usado como documento y símbolo de la humillación imperial y el abuso neocolonial la imagen de la bandera estadounidense reinando insolentemente sobre una parte del territorio guantanamero, ahora la imagen de esa misma bandera enseñoreándose sobre un área menor del territorio nacional no cause –hasta donde sabemos– ni siquiera el rechazo oficial.

¿Cuántos metros más de altura de izada o de ancho, o cuántos metros o kilómetros más de extensión privada abanderada, harán falta para que se discuta, se elabore, se implemente y se haga cumplir una ley de los símbolos patrios?

Mientras tanto, en contraste, el mundo académico estadounidense no se engaña en cuanto a la inocuidad de la exposición pública de su propia bandera para sus propios conciudadanos. Ya en 2008, en la revista científica estadounidense Political Psychology (vol. 29, nº 6, diciembre 2008), los investigadores Markus Kemmelmeier y David G. Winter publicaron el artículo ¿Sembrando patriotismo, pero cosechando nacionalismo? Consecuencias de la exposición a la bandera estadounidense, que presentaba los resultados de dos estudios realizados por ellos sobre el tema. Primeramente, exponen la diferencia entre los dos conceptos que muchos dan por sinónimos:

El patriotismo se refiere al amor no competitivo y al compromiso con el país de uno. Como tal, el patriotismo está concentrado ante todo en promover el bienestar de la nación de uno, pero es neutral con respecto a la evaluación de otros (…). El nacionalismo, en cambio, está relacionado con una ideología de superioridad del grupo interno (ingroup) sobre los grupos externos (outgroup) e implica la exclusión o incluso la dominación de los otros (…). Coherente con esas definiciones, el nacionalismo ha sido asociado con niveles más altos de chauvinismo, prejuicios, militarismo, actitudes de halcón, orientación hacia la dominancia social, y niveles más bajos de internacionalismo (…). En cambio, se ha mostrado que el patriotismo no está relacionado con forma alguna de detratación o agresión a grupos externos (…). (p. 863)”

Y, luego de presentar el método, los procedimientos, los análisis y los resultados de los dos estudios realizados experimentalmente con ciudadanos norteamericanos, nos ofrecen, entre otras, la siguiente conclusión general:

“La bandera estadounidense es el principal símbolo nacional en los Estados Unidos (…). Sin embargo, las consecuencias de la exposición a la bandera estadounidense en los estadounidenses parecen divergir de esas intenciones patrióticas. En el curso de dos estudios no hallamos ninguna evidencia de que la bandera estadounidense suscitara un sentido de patriotismo; en vez de eso, en la presencia de la bandera sólo aumentaron las opiniones nacionalistas, que presentan a los Estados Unidos como superiores y dominantes frente al resto del mundo.

“A la luz de la intuición común de que la bandera es un símbolo patriótico, este hallazgo es sorprendente. Sin embargo, sostenemos que este hallazgo es un reflejo de la imagen que tienen los estadounidenses de su propia nación en el mundo. Como la única superpotencia que ha quedado, los estadounidenses consideran corrientemente que su propio país es superior en una serie de dimensiones, incluidas la política, la economía, la tecnología y la moralidad. Lo más notable, este sentimiento nacionalista se refleja en la familiar autodescripción de los Estados Unidos como ‘el mejor país del mundo’. En este sentido, los estadounidenses patrióticos que despliegan la bandera pueden, en verdad, estar sembrando patriotismo, pero cosechando nacionalismo.” (p. 871).

Ya un año antes, M. J. Ferguson y R. R. Hassin habían publicado un estudio que demostraba que entre los estadounidenses que miraban regularmente los noticieros había una asociación automática entre la bandera y la agresión (On the automatic association between America and agression for news watchers, Personality and Social Psychology, nº 33, pp. 1632-1647).

Las impostergables y perfectibles decisiones políticas, jurídicas, policiales, culturales, etc. sobre el uso de los símbolos patrios nacionales y extranjeros entre nosotros, deben disponer de respuestas cada vez más científicas, por más desagradables y decepcionantes que puedan ser, a preguntas como:

¿Qué siembran y qué cosechan estos fans de la ajena bandera estadounidense en Cuba?

(Tomado de La Pupila Insomne)