Mi padre, mi héroe

Hoy quiero recordar públicamente a mi padre Amaury Pérez García. El era un tipo increíble y un gran profesional de la televisión, el cabaret y los espectáculos masivos. Había nacido en Puerto Padre un 13 de enero de 1926 y llegó a la Habana cuando tenía 10 años de edad a vivir con mis abuelos en el solar de la calle Aguiar, de Centro Habana. Produjo el Festival de la Canción Internacional de Varadero mientras duró. Dirigió la primera película hecha especialmente para la TV; una versión de Yerma de Federico García Lorca protagonizada por Consuelo Vidal, Sergio Corrieri y Erdwin Fernández y luego (y mucho antes) programas musicales exitosos hasta terminar como director general de los shows de Tropicana.

En los últimos diez o quince años de su vida nos vimos cada vez que podíamos sobre todo los benditos domingos. Yo llegaba de algún viaje, él me llamaba y preguntaba si Juanito el Caminante había regresado conmigo; Juanito el Caminante era Johnny Walker etiqueta roja, que era el whiskey que le gustaba, y entonces nos pasábamos el tiempo haciéndonos anécdotas de los tiempos idos y sobre todo de su amistad con grandes figuras de nuestro mundo como Bola de Nieve, Benny Moré, Roberto Faz, Alba Marina, Martha Pérez, Olga Guillot, Tata Güines, el cuarteto Las D’Aida, y Celia Cruz, a la que sentía como una hermana, entre otros personajes de la farándula habanera. También de los compositores Julio Gutiérrez y Orlando de la Rosa de cuyo conjunto fue bongosero; era muy bueno también con las percusiones.

Además de escribir juntos algunos guiones para los futuros espectáculos de Tropicana que planificaba y que aún conservo, nos enredábamos en divertidas disertaciones sobre cuál debía ser el rol de un artista para llegar al corazón de su pueblo. Mucho de los resultados artísticos de mi madre se debieron a su guía y consejos. Decían que era un admirador y consumidor insaciable de las bondades femeninas, pero eso nunca lo he podido comprobar porque era un hombre muy discreto en cuanto a sus cuestiones íntimas. Fue un tipo guapo en su juventud, también en la vejez, y buena persona según todos los que lo recuerdan. Jamás lo escuché hablar mal de alguien o emitir un juicio sobre la postura, decisión u opiniones de otros.

La partida del país de su hermano Tabaré lo lastimó mucho, pero nunca habló de ello (los cubanos sabían lo peligroso que era relacionarse y hasta nombrar a los que emigraban en aquellos años) hasta que se enteró que yo viajaría a Caracas, donde mi tío vivía por entonces, y le escribió una extensa carta que decidí luego no entregar, ni leer, y guardo conmigo. Bien que hice.

Yo volaría a la urbe bolivariana un 20 de febrero de 1990 y el día anterior quedamos en comernos un pescado en casa de un amigo suyo aquí para despedirnos. Nos veríamos a las diez de la mañana en su hogar para recogerlo. Era temprano cuando ya yo estaba listo. Mi esposa me pidió entonces que hiciéramos una parada en el cementerio para ponerle flores a su padre, muerto tres años antes, y así hacer tiempo. Mientras la veía hacerlo, pensé: ¡Dios mío cuándo me encontraré en esa situación!

A la hora convenida partimos a la casa del “viejo", tocamos el claxon y nos dijo que se sentía mal, subimos a su apartamento, lo ayudé a vestirse, agarró, con buen humor, evidentemente fingido, un par de tabacos y nos fuimos al hospital a que le tomaran la presión. Su última palabra, cuando el Doctor, al constatar que la tensión arterial era insosteniblemente alta y preguntarle si estaba nervioso fue: ¡Sí! y cayó fulminado con un derrame cerebral del que no tuvo escapatoria. Murió prácticamente en mis brazos aquel 19 de febrero de 1990. El día 20, en vísperas de nuestro viaje a Venezuela, lo depositamos en el Camposanto de Colón, en su querida ciudad, rodeados de un mar de artistas y técnicos del medio, y me fui a cantar esa misma noche a La Universidad Central de Caracas.

Unos años después, muy a principio de los noventa, participé en Barcelona, en la grabación de un show televisivo para navidad. Entre los artistas participantes estaban el eminente tenor lírico José Carreras, Charles Aznavour, El grupo Mecano y Celia Cruz. Quise conocerla. De atrevido me fui a su camerino. Toqué, me abrió su gentil esposo Pedro, y me preguntó amablemente que si necesitaba algo, le dije que era cubano, me preguntó el nombre y se lo proporcioné. Desde dentro se escuchó una voz vigorosa que expresó: ¡No puede ser mi amigo Amaury, porque a ese Dios me lo arrancó de la vida!!!! le aclaré que era su hijo y entonces, permitiéndome la entrada me dijo emocionada: ¡Cuando me encuentre finalmente con tu padre le diré que te vi hecho todo un hombre! Advertí una lágrima bordar sus expresivos ojos. Le respondí: ¡Dígale señora, cuando lo vea, que mi vida se marchitó desde que se fue.!

No hay día en que no hable de él en casa.