Las razas: ¿Realidad o construcción cultural?

Las moléculas del llamado ADN (prefiero eludir el significado de la sigla) que inevitablemente se encuentran en las células de cualquier organismo vivo portan algo así como el manual de las “instrucciones” de cómo construir todas las proteínas que ese organismo necesita. Por eso se afirma que el ADN contiene el mapa de la existencia de cada especie, y eso es hoy algo bastante divulgado, casi popular.

Lo más interesante y menos divulgado es que la vida está en permanente cambio desde que apareció sobre la Tierra hace unos 3500 millones de años, y que ese cambio la lleva a aumentar siempre su diversidad. Si no fuera porque el ADN se tiene que estar reproduciendo siempre con “errores” frecuentes de replicación, la vida se hubiera estancado o dejado de existir sobre la Tierra. Tales “errores” garantizan la diversidad. Pueden dar lugar a estructuras inviables y entonces no se produce la nueva proteína o la que se obtiene no cumple la función que le toca en la trama vital. En ese caso termina drásticamente la historia de ese evento.

Pero si la proteína diferente que se produzca a partir de ese “error” de duplicación del ADN o “mutación” es viable y puede desempeñar una función necesaria se abre una oportunidad de cambio, de evolución. Puede ocurrir entonces que la función de la proteína “mutada” sea la misma o parecida que la que se hubiera logrado sin el “error”. Así se producirá una variación en las proteínas del nuevo sistema y puede que también de las funciones que tales proteínas realizan. Este es uno de los orígenes de la variabilidad de la vida que le ha permitido adaptarse y reproducirse en las circunstancias naturales, creando la diversidad dentro de una misma especie y también el universo de las diferentes especies vivas.

A las proteínas “mutadas” por cualquier vía les queda una gran prueba. Esta consiste en aportar alguna cualidad nueva que facilite la supervivencia por adaptación al entorno del organismo donde existe la célula que fue el escenario de la mutación. Otra consecuencia sería que la mutación se trasmita a los hijos de ese organismo, diferenciándolos de alguna forma con respecto a los ancestros que no tuvieron la mutación. Y así ocurren los cambios de funciones, o de apariencia (como es el color de la piel), o de cualquier característica entre los hijos “mutados” y los ancestros “no mutados”.

Aquí viene entonces la razón de ser del título de este trabajo: ¿Existen las “razas”?

La figura “raza” ha sido una construcción conceptual humana para tratar de agrupar a los congéneres que muestran características físicas aparentes similares. Las razas son fruto de la observación de lo externo, pero no de lo esencial, de lo celular, de lo molecular. En realidad, esas características que identifican una cara o sus rasgos, o un color determinado de la piel, o un tipo y distribución corporal del pelo, son solo producto de mutaciones menores que no afectan la compatibilidad del ADN de una pareja que procree. En todo caso influyen en la adaptación de las descendencias. Con los seres humanos ocurre lo mismo que a los primeros organismos vivos que surgieron: los “errores” de duplicación del ADN y las posibles alteraciones de esas moléculas debidas a influencias circunstanciales externas producen rasgos y características tanto anatómicas como fisiológicas que facilitan o dificultan la adaptación de los nuevos individuos en el entorno que les toca aparecer.

El abundante sol que se recibe en la posición geográfica de la región del continente africano, donde surgió el primer ser humano, facilitó que allí se seleccionaran colores de la piel más oscuros, que los protegieran y hasta se aprovecharan de las intensas radiaciones. Darwinistamente, los que mutaban a más oscuros llegaban con más probabilidades a las edades adultas de reproducción y por eso se fueron volviendo mayoritarios en las zonas en las que evolucionaron. Así se seleccionó el color más oscuro de la piel como preferente para los seres humanos de África central. Los descendientes de sus congéneres que emigraron a zonas del mundo donde el sol es más escaso fueron seleccionándose entre aquéllos que menos capacidad tenían de colorear su piel, porque la escasa luz natural de la que disponían había que aprovecharla al máximo. Los descendientes de los que emigraron a otras zonas tropicales, como la actual península de la India, también se seleccionaron con la piel más oscura.

Desde que el hombre comenzó a expandirse y habitar otros continentes, saliendo de África hace alrededor de 45000 años para algunos, las diferenciaciones se mantienen. Pero la regla de la adaptación de las mutaciones viables se conjugó también con las variabilidades de los encuentros de parejas, que responden mucho a la voluntad de las personas y a las oportunidades en las que ocurren. Es maravillosa la riqueza genética que se logra cuando dos personas seleccionadas para diferentes entornos procrean.

Si un buen observador valora la diversidad de las características físicas de los habitantes de Estambul o del sur de Andalucía se dará cuenta fácilmente de que la variedad de rasgos físicos es inmensa y que hablar de razas es todavía más cuestionable. Ambos sitios geográficos son puntos de tránsito histórico y geográfico de los seres humanos, donde se han encontrado y eventualmente procreado personas, yendo y viniendo de muy diversos lugares con distintas características físicas originarias.

Algo parecido vemos en Panamá, Londres, París, Nueva York y en… La Habana. Todas son ciudades donde el arribo y tránsito en la historia de personas de muy diversos orígenes es más frecuente que en otras “más conservadas”, como pueden ser Riga o Helsinki. Ciudades como nuestra capital suelen ser ricamente diversas en orígenes y apariencias humanas. ¿Serán razas? Espero que el lector no las considere como tales después de leer estas líneas y que incluso deseche ese arcaico concepto para el tratamiento de la especie humana, por representar muchas inconveniencias y muy pocas ventajas, si las hubiera.

Es claro que aquí no nos referimos a construcciones culturales en torno a las diferencias físicas. Es natural que las personas se identifiquen y tiendan a agruparse en sus comunidades de acuerdo con sus idiomas, religiones, o concepciones comunes. Si a eso sumamos las apariencias, entonces ya estamos frente a algo que puede explicar por qué se inventaron las “razas” para diferenciar a personas, pero que nunca justificará usarlas para denigrarlas física o moralmente. De la misma forma en que puede ser irrespetuoso apelar a una persona con escasa cabellera como “calvo”, lo puede ser la de “negro” o “blanco” o “ñato”. Nunca se sabe cuál es la conciencia personal de un individuo con respecto a cualquier rasgo de su apariencia física y podemos estarlo ofendiendo y discriminando.

Es este el punto: no debemos jamás discriminar a un semejante, sea cual sea la causa que lo pueda originar, porque todos somos esencialmente iguales.

La Habana y Madrid, 31 de marzo de 2016

Nota: Debo agradecer a la Dra. Beatriz Marcheco, una buena y admirada amiga, su crítica y comentarios personales al original de este artículo de un pobre químico.