Strike 3: Cuestión de certezas

Una certeza vale por cuatro mil suposiciones, como enseñó el ilustre Juan de los Palotes. Convencerse de algo, no importa si es de la vida extraterrestre o del milagro de la macrobiótica, procura en la persona un aire ganador, de suficiencia y plena autoconfianza. Es así, aun cuando te llamaras Galileo, vivieras en el Renacimiento y estuvieras encarando a Roberto Belarmino, opacado por el humo pavoroso de la hoguera.

De modo que heme aquí, satisfecho de tener por lo menos tres certezas con respecto a la Serie Nacional. Que podrían, en efecto, parecer pocas (o poquísimas), pero que bastan para darle vida a mi columna de este viernes.

La primera de mis certidumbres es que el nuevo sistema competitivo podrá ser disfuncional en el apartado deportivo, pero hará más porfiados, tensos y valiosos los partidos. Cada uno de los tramos del formato será una batalla campal, y cada quien se acostará desconsolado al añadir una rayita en su casillero de derrotas. A diferencia de antes, ahora no hay tiempo para levantarse de la lona: todas las caídas huelen a nocao.

Mi segunda convicción tiene que ver con las sorpresas. Que habrá varias, como suele ocurrir cuando la novedad de una estructura toma por asalto los torneos. Dicho con claridad: rodará más de una cabeza venerable en provecho de alguna que otra escuadra "eléctrica". Pinar y Santiago, sobre todo, deberán caminar con pies de plomo.

Por último, tengo el convencimiento de que nadie -absolutamente nadie- puede predecir al ganador de la contienda. Por lo menos, no sobre bases lógicas y despojadas de fanatismos y pasiones. Es imposible. Carece el campeonato de un Villa Clara como el de Pedro Jova, un Santiago con mote de Aplanadora, un Pinar con aquella su legión de artistas del montículo (Rogelio, Romero, Pino, Guerra, Oliva...), o un Industriales a la altura de los de Carneado y Anglada. Es una Serie de pronóstico abierto. Tanto como los ojos de Míster Bean.