Strike 3: El fútbol, el beisbol y el Espíritu santo

Fútbol y Beisbol, en el centro de las polémicas

Nos hemos vuelto expertos, los cubanos, en discusiones estériles. Una discusión estéril es una discusión que no lleva a ningún lugar, que no puede procrear ideas, sino simple y llana y voluptuosa retórica. Uno de los temas de moda, que se ha ido incubando como bomba de relojería y que ha estallado, de modo contraproducente, justo en este momento de cambio, es el tema, aún incomprensible para mí, del supuesto duelo a muerte entre el fútbol y el beisbol.

De su incompatibilidad de caracteres. Que no es más que un duelo fabricado quién sabe por quién, y que lo mejor que podríamos hacer, desde ya, sería olvidarlo. Repito: ¡un duelo entre el fútbol y el beisbol! Como si el fútbol, el beisbol, el baloncesto y la equitación no fueran, en esencias, una misma cosa.

Es decir, deportes. Actividades humanas que no pasan de ser un divertimento. Un divertimento, ciertamente, en el que se nos puede ir la vida, o al menos una buena parte, pero que no por ello pierde su carácter lúdico, sino que, debido precisamente a ello, ningún deporte es hegemónico y ninguno reniega las bases de otro ni, mucho menos, precisa que se suprima su existencia. Hay, sin embargo, detrás de esta trifulca insulsa, criterios de otra índole. Criterios nacionalistas, criterios de difusión, criterios económicos y, sobre todo, erróneamente, evidentes criterios políticos. Intentemos, pues, diseccionar el fenómeno. No será fácil, pero igual intentémoslo.

***
Algo es evidente. En una época como la actual, de ritmo vertiginoso, donde los tiempos históricos se aceleran, donde una revolución y un paradigma sucede a otro con enconada prontitud, donde, según dicen, ya no se lee a profundidad sino que presurosamente se escanea un texto, donde la vida del hombre contemporáneo se sujeta a rápidos e inconsecuentes y casi mecánicos estímulos sociales, y donde tal rapidez, más que física, es síquica, el fútbol, por diversas causas, es un deporte privilegiado respecto al beisbol. Un deporte que por su naturaleza se aviene mejor con los tiempos que corren. Un espectáculo trepidante, muy activo, de apenas una hora y media de duración, bastante sencillo y fácil de entender.

El beisbol, en cambio, no es trepidante todo el tiempo, es, en ocasiones, climático, muy táctico, mucho más complejo y, ¡horror!, sumamente largo. Los disfrutes son distintos. Pero el fútbol, quizás por estas razones, quizás no, quizás no solo por estas razones sino también por muchas otras, lleva, actualmente, un trecho de ventaja respecto no solo al beisbol, sino a cualquier otro deporte moderno. Su alcance mundial, lejos de disminuir, aumenta considerablemente. Desde África hasta Groenlandia. Su influencia crece incluso en países donde no ha existido nunca la más mínima tradición futbolera. Incluso en países con menos tradición futbolera que Cuba.

Pero resulta comprensible. Yo puedo, siendo cubano, presenciar un partido de fútbol, y esa demostración estética, que no tiene tiempo de aburrirme, puede llegar a gustarme. Puede, tal vez, que llegue a convertirse en mi atracción favorita. Pero, seamos honestos, resulta poco probable que cualquiera de nosotros, si fuésemos indios, nos interesáramos algún día por un complejo partido de beisbol. Más poco probable aún que veamos durante tres o cuatro horas ese mismo partido de beisbol. Y virtualmente imposible que lleguemos a enamorarnos de un deporte con tales características. Yo no me enamoraría nunca del cricket. Sin embargo, el fútbol, por ser más vendible, no es un deporte más malvado. Y el beisbol, por ser menos atractivo, no es un juego peor.

***
Un simple bosquejo arrojaría la evidencia de que no existe una federación deportiva tan segura de lo que quiere, tan conciliadora de los intereses deportivos y económicos y, por lo mismo, tan astuta como lo es la FIFA. Del otro extremo, entre las federaciones más modestas, de menos recursos y, también por lo mismo, más ineficientes, se encuentra la IBAF.

La FIFA tiene dinero. La IBAF, no. La FIFA no tiene un fantasma detrás. La IBAF, sí. Un fantasma tan poderoso como la MLB. La FIFA, en algún sentido, puede prescindir de los Juegos Olímpicos. La IBAF, por disímiles razones, no ha podido siquiera garantizar la estancia del beisbol en el programa de las Olimpiadas. El andamiaje mediático de la FIFA es impresionante. Mueven millones de dólares en publicidad, en marketing, en contratos televisivos. Fabrican estrellas, construyen ídolos, han hecho un espectáculo circense de un mero juego de once contra once y explotan toda la cultura del consumo -la cultura por antonomasia de este inicio de siglo y del pasado- a su favor. No pequemos de ingenuo, cualquiera sabe eso. El fútbol es un negocio. Todo negocio es economía y toda economía, al final, es un reflejo de intereses políticos. El fútbol, por tanto, es, además de Maradona, mucha política.

Pero, adentrándonos ya en el contexto cubano, el fútbol no puede ser visto, antediluvianamente, como el sospechoso deporte del capitalismo, una práctica enajenante que atenta contra nuestro noble pasatiempo, o contra nuestra modesta serie nacional. Por más que nos parezcan ruidosos las expresiones de júbilo alrededor del Barcelona o los fanatismos agónicos alrededor del Real Madrid, si existe una nación coyunturalmente distinta, con todas las características para vivir el fútbol no como consumo, sino como lo que es, esa es precisamente Cuba.

Pasa, y aquí se vislumbra la cuestión, que el beisbol cubano no transita por momentos de esplendor, es vulnerable, acusa de algo parecido a una crisis. Pero, aunque como país estemos en contra del deporte rentado y sus vicios (también tiene sus virtudes), y en contra de los conceptos que promueven tales prácticas, nuestra visión del deporte no puede ser una visión plausiblemente política. El mejor argumento contra el profesionalismo mercantil es ver el deporte como deporte, ateniéndonos a los valores básicos del olimpismo, no a ninguna premisa filosófica. Y esa será, siempre, la mejor arma. No enfrentar una época sino, astutamente, adelantarla.

***
Atengámonos a una frase que da para mucho. La idea algo inconsistente de "lo mío primero" presupone, en primera instancia, que los deportes son de alguien. Que pertenecen a un país, a una secta, a una región geográfica, cuando lo cierto es que ningún deporte debiera pertenecer a nadie, ni siquiera al que lo haya inventado.

Segundo, y más importante. El criterio de "lo mío primero" (suena tan mal que parece un mal eslogan publicitario) es, más que una jerarquización, una imposición. El beisbol es cubano y el fútbol no. Incluso, más que una imposición, yo diría que es un temor gratuito. La frase que intenta fijar el beisbol como una expresión de la identidad cubana, lo que hace, de plano, es desconocer el verdadero potencial de las tradiciones, el peso certero de la historia. El beisbol no corre peligro alguno. Su esencia, en Cuba, es profundamente cultural -inmanente e intangible-, y nada indica, hasta ahora, que deje de significar lo que significa. Además, constreñir al beisbol bajo el señuelo de "lo mío primero" luce como una torcedura de las circunstancias. Sentencia demasiado artificial para lo que se ha venido formando de modo espontáneo.

Nadie impuso el beisbol en Cuba, e intentar hacerlo ahora mueve a risa. Uno porque no lo necesita. Y dos porque sus problemas no son de fondo, sino muy visibles y a la mano. Estrecheces de clara solución, las cuales, en caso de ser resueltas, eliminarían cualquier recelo respecto al auge del fútbol en el país. Lo que la prensa no ha dicho es que entre los cubanos más jóvenes, cubanos de mi edad (poco más de veinte años) y menores, el fútbol ha cobrado inusitada preferencia porque la demostración balompédica que vemos hoy es, sin dudas, la de mayor nivel en el mundo. Su espectáculo, su altura cualitativa es superior al espectáculo de la serie nacional. Revertir eso, por cuestiones obvias, se antoja una tarea de locos y no tiene caso. El tema es otro. Seguimos paso a paso la Liga Española, el Calcio, el Apertura argentino. Competiciones todas muy profesionales, repletas de millonarios. Y no presenciamos, sin embargo, ningún partido de la MLB, o de la liga mexicana o dominicana de beisbol.

Solo de clásico a clásico hemos visto, en pantalla, a los lejanos Alex Rodríguez, Evan Longoria, Miguel Cabrera. Y, perdónenme, pero Cristiano Ronaldo tiene tanto dinero como Albert Pujols, posiblemente más. Y produce más basura mediática que cualquier pelotero o baloncestista de turno.

Eso, no otra cosa, es lo que se debe decir. Equiparar, en condiciones de difusión, ambos deportes. No disminuyendo la de uno, sino aumentando la del otro. Lo demás habría que entregárselo al tiempo. Y dejarnos de desvíos inútiles y tanta bobería. Que lo que hay que hacer es repensarse para ver si ganamos un clásico de pelota o vamos a un mundial de fútbol, y así olvidarnos, por un día, de la IBAF, de la FIFA y del mismísimo Espíritu Santo.