Del amor, los libros y mis 22 años

Me robaron un libro de García Márquez en mi aula. No hace mucho. Después de buscar por todos los asientos y revisar minuciosamente mi mochila me convencí de haberlo perdido. Me paré entonces y grité lo que nunca creí que diría: "la madre pa´l que me cogió el libro de García Márquez". Nadie dijo nada, mis socios más cercanos sonrieron, el resto de la clase continuó en sus tareas (que no son muchas).

Al final no me importó demasiado. El libro no me gustaba y la verdad me decepcionó. La típica historia de un muchacho de 22 años (mi edad por cierto) y su conflictos existenciales y reales. Sus problemas "más graves" giraban en torno a una muchacha (¡qué sorpresa!). Después de un tiempo junto se separaron y no encontré en la historia ningún elemento convincente para que lo hicieran.

No. No era esa la historia, me confundí. Era sobre un viejo y su relación con una niña. Pero había alguien de 22 años, una muchacha, una despedida, dolor, lágrimas, más dolor, besos, malas palabras y caricias. Había todo eso pero ahora no sé si era en la novela del Gabo o en el otro libro, el de Benedetti. Me perdí. Mejor cuento lo que recuerdo y después aclaro de dónde salió.

Digo adiós como quien siente que será el último y nunca antes lo había sentido así. Fue una sensación extraña y difícil, sin dudas. Hago como que me voy pero cuando ella se vira me detengo a mirarla. Abre la puerta, entra y en un último instante, en un espacio más breve que un suspiro, nos miramos. Ella sabe que me quedé. Lo peor de la despedida fue el beso, no el que nos dimos, sino el que deseé, ese que por buenas e innombrables razones no le di.

A cada paso me debatía entre quedarme y virar. Tenía tantas ganas de detenernos entre los dos una vez más y pararlo todo. Al carajo todo, mi carrera, mis amigos, mi familia, mis miedos, mis sentimientos, al carajo Obama, yo quería quedarme junto a ella una vez más. Pero seguí caminando con la certeza de que nos volveríamos a ver, quizás con rencor, reproches y sin gustarnos, pero estaríamos parados uno frente al otro y entonces todos sabrían que un día nos quisimos.

A mis  22 años todo es muy simple y complejo. Las relaciones de pareja rara vez escapan de la presión social, locuras, pasión y los celos (ay, los celos). De todas formas si sufro un poco lo agradezco, pues me parece que no voy por mal camino. Sentir es vivir (o eso creo), y con cada separación recuerdo que tengo sangre en mis venas y en el fondo, debajo del dolor, me alegro.

Una vez más me refugié en Julio Cortázar. En tiempos de mal de amores, Rayuela es mi Biblia; nunca he entendido muy bien de qué va el libro pero no me hace falta para sentirme mejor. De solo pasar sus páginas, de saltar del capítulo 31 al 7 y después al 58, de perderme en los neologismo cortazarianos y los razonamientos filosóficos de Horacio Oliveira, me siento bien. No pretendo indagar en mi comportamiento para no perder la magia.

El asunto es que esta vez parece que actué con más sensatez y me niego a madurar. Heráclito dijo que la fruta madura es la que está más cerca de podrirse y yo renuncio a crecer. De todas formas perdí "güiro, calabaza y miel", como dice mi padre que nació en el campo, y antes de poder reaccionar sentí un bloque, de los grandes, en mi pecho y aunque no lloré tuve ganas de gritar.

Ella me habló, yo la escuché, me dijo un par de razones, yo las refuté pero igual no las retiró. Estaba parado frente a ella y aunque logré quitarme el bloque de las costillas me sentía solo. Estábamos en medio de la calle, con carros, guaguas, un par de perros callejeros, ella sentada, yo solo. Conversamos hasta que sonó el cañonazo de las 9. Tú me gustas mucho pero no tanto, me dijo y sentí que el bloque viraba rápido contra las costillas y amenazaba con destruirme. Fui más rápido y le respondí algo que por respeto no puedo contar pero que la hizo pensar. Así siguió la charla durante un buen rato hasta que llegó el final inevitable, el anunciado y que esperaba con resignación: me voy, le dije, ya no somos novios.

El resto ya lo conté, me paré, le dije un adiós de dolor, la miré y finalmente caminaba en medio de la noche en busca de una guagua que me devolviera a mi casa.

Lo que todavía no recuerdo es si esto me pasó a mí, lo leí en el libro de García Márquez, de Benedetti o el de Vargas Llosa que me prestaron hace poco. Ya no sé qué es verdad. Tampoco sé por qué este post, creo que era porque me robaron un libro de Gabo, me leí otro del uruguayo de los poemas y tengo en la mochila "La fiesta del chivo" esperando a que me decida a "entrarle".

Mi pecho sigue con la marca de un ladrillo doloroso. Mientras, alterno Rayuela con los trabajos de Ética del Periodismo, Historia de América y Economía Política.

¿Ella? Digamos que se llama Laura, o Patricia, o Claudia y que tiene 20, 21 ó 19 años. Nada de eso es importante, ni siquiera importa si es real o no. Lo único cierto es el amor y ya no queda mucho por ahí. Pero ese es otro post.

¿Quién quiere un poco de Cachito?