Strike 3. Siete décadas sobre el diamante

En Cuba, Miñoso sembró una legión de fanáticos con el uniforme del club Marianao

Llega hoy al cajón de bateo de Strike 3 uno de los mejores ejemplares que ha parido esta Isla de grandes peloteros. Tenía –tiene- un nombre largo, casi tan dilatado como su aventura beisbolera: Saturnino Orestes Armas Miñoso Arrieta. Para la historia, es suficiente con decir Minnie Miñoso.

Como Dihígo, Miñoso llegó al mundo por Matanzas, vía Perico. Ocurrió en el remoto noviembre de 1925, y aunque usted no lo crea, todavía después del 2000, el moreno jugaba pelota organizada.

Sus primeros batazos los pegó en los terrenos del Central España, y apenas contaba veinte años cuando el club Marianao lo incorporó a sus filas. No podía –mejor, debía- ser de otra manera: el futuro inmortal entró a palacio colgándose el premio al novato de más brillo.

En 1946 lo enviaron a Estados Unidos para defender la franela de los New York Cubans, y allá se consagró a la campaña siguiente, al promediar .339 y asombrar a todos por su velocidad de vértigo y desmesurada valentía.

Viejo zorro, Bill Veeck no tardó en vincular a Miñoso con sus Indios de Cleveland. Pero salieron piedras en el camino del cubano: la Tribu destinó a Miñoso a jugar en sucursales del equipo mayor, el muchacho “acabó con el mundo”, pero de todos modos tuvo que aguardar tres años para estabilizarse en el máximo nivel.

Sucede que no tenía reales opciones de ser titular. Los Indios contaban en la antesala con Al Rosen, y en el outfield, su manager prefería a Harry Simpson por encima del portento antillano. De manera que, en 1951, el yumurino se limitó a sustituir a Luke Easter en primera durante un mes interminable.

Sin embargo, la buena fortuna se reconcilió con Miñoso a través de Paul Richards, director de los Medias Blancas de Chicago, quien sabía de sus dones y logró agenciarse los servicios de un moreno que, así, se convirtió en el primer negro que vestía la casaca de tan renombrada franquicia.

Aquella temporada bastó para que nadie osara nuevamente condenarlo a los bancos severos del dugout. Su debut se produjo el primero de mayo de 1951, con un jonrón monumental que sacudió los graderíos. Y a lo largo de toda la campaña, Miñoso fue la chispa inspiradora de un equipo que, al decir del cronista Jess Losada, “volvió a sentir ansias de campeonato”.

Mejor, casi imposible. Terminó la contienda en segundo lugar ofensivo de la Liga Americana, con .326, y lideró en triples (14) y bases robadas (31). Ora por miedo al swing de Minnie, ora por prepotente y cobarde racismo, los pitchers le propinaron 16 dead balls en la campaña, y lanzaron un sinfín de pelotas con rumbo a su cabeza.

(El cubano comandó el doloroso departamento un total de diez veces, y es, con 192 impactos en su cuerpo, el noveno pelotero más golpeado en los anales de las Grandes Ligas. Paul Richards lo explicó de este modo: “Es que Miñoso no cede terreno al pitcher. Se para bien plantado, decidido, y espera el lanzamiento que le gusta, sin importarle las consecuencias. No lo hay más valiente en todo el béisbol”).

A medida que pasaron los años, algunos dieron en llamarlo Mister White Sox (Señor Medias Blancas), mientras otros prefirieron decirle El Cometa Cubano. Y él siguió siendo el mismo fenómeno deportivo, y el mismo ser humano humildísimo salido de los campos azucareros de Perico.

La carrera ligamayorista de Minnie –quien también militó en los Cardenales de San Luis y los Senadores de Washington- se resume en unos números fantásticos: average de .298, 186 cuadrangulares, 1023 carreras empujadas, 1136 anotadas, 1963 hits, 336 dobles, 83 triples, 205 estafas, 814 bases por bolas y slugging de .459.

Hay más: en nueve ocasiones resultó convocado al Juego de Estrellas, y recibió tres Guantes de Oro por su pericia en la defensa del left field. Y vaya orgullo: como tributo a tanta gloria escrita en los terrenos, su número “9” no volverá jamás a ser usado por ningún jugador de la referida novena de Chicago.

Ahora, asómbrese: solo dos peloteros han jugado en Grandes Ligas en cinco décadas distintas. Uno, Nick Altrock; el otro, Orestes Miñoso...

El cubano, que tuvo un breve desempeño con los Indios en 1949, batalló ininterrumpidamente de 1951 a 1964, y luego regresó a la cueva de los Medias Blancas en las campañas de 1976 y 1980. Por cierto, en su fugaz aparición del 76 devino el segundo bateador más viejo en conectar de hit en la Gran Carpa, únicamente aventajado por el eterno Jim O’Rourke, que consiguió la gesta con 54 almanaques a la espalda.

Pero Miñoso posee una marca a la que ningún pelotero ha podido acercarse: insatisfecho con las anteriores pruebas de durabilidad, en 1993 hizo una aparición para los Santos de Saint Paul de la Liga del Norte, y volvió a vestir la camiseta de ese club en 2003, cuando negoció un boleto gratis próximo a los ochenta años de vida.

Nadie, ni antes ni después, pudo salir a los terrenos del béisbol profesional en siete décadas distintas.

De Orestes Miñoso dijeron maravillas personajes que están en cualquier biografía beisbolera. Bill Veeck sentenció: “Actualmente, no hay jugador en las Mayores que pueda ofrecer más emoción al fanático y al crítico que este Miñoso. Lo considero el más valioso a su club por su juego, por su animación, por su irresistible imán”. Por su parte, Casey Stengel, legendario manager de los Yankees, lo elogió así: “Ojalá lo tuviera en mi club. No me preocuparía por la pérdida de Joe DiMaggio. Es como si fueran dos o tres jugadores plasmados en un solo esqueleto”. Miñoso fue exaltado en 2002 al Salón de la Fama del Béisbol Hispano, pero nunca se ha consumado su arribo al conocido Hall of Fame de Cooperstown. La oreja peluda del racismo, una vez más, haciendo de las suyas...