Tottori, la apartada ciudad en la costa occidental nipona con frecuencia se define por lo que carece. Tiene la población más reducida de todas las prefecturas del país. Ningún tren bala hace escala aquí. Ocupa el lugar 39 de las 47 prefecturas del país en cuanto a su atractivo turístico.
Sin embargo, lo que Tottori sí tiene, y en abundancia, es arena: las ondulantes dunas de arena dorada se extienden 16 kilómetros a lo largo de la costa y son tan majestuosas que fueron convertidas en un parque nacional.
Durante la última década, un grupo de escultores de arena se reúne cada año, durante dos semanas, en el único museo de arena bajo techo para montar una exhibición de cuadros de gran complejidad, todos elaborados con cerca de 3 mil toneladas de arena.
Este año, 19 artistas de países como Canadá, China, Italia, Países Bajos y Rusia viajaron a Tottori para esculpir escenas relacionadas con Estados Unidos. Los temas anteriores han incluido a África, Rusia y América del Sur.
Durante nueve horas diarias, los artistas trabajaron para construir, entre otras cosas, el Monte Rushmore, los rascacielos de Nueva York (sí, también aparece la Trump Tower), bustos enormes de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, escenas de la fiebre del oro y la firma de la Declaración de Independencia de Estados Unidos.
El museo de arena se fundó en 2006, cuando las autoridades de Tottori decidieron sacarle provecho a la cercanía con las dunas de arena. Aunque no pueden utilizar esa arena porque se encuentra en un parque nacional, la ciudad utilizó la que retiró hace una década durante el proyecto de una carretera.
“Una de las cosas que resulta atractiva de las esculturas de arena es su fragilidad”, comentó Yoshihiko Fukazawa, alcalde de la ciudad. “Todas las formas están destinadas a desaparecer, degradarse o colapsar”, y valorar esa impermanencia, dijo, es una “virtud japonesa”.
El primer año del museo, las esculturas, que estuvieron al aire libre y se mantuvieron durante aproximadamente un mes y medio, recibieron cerca de 100 mil visitantes.
Tras cuatro años de llevar a cabo la muestra bajo una carpa, la ciudad decidió que un poco de permanencia tal vez atraería a más visitantes. Construyeron un edificio que alberga una sala de exhibición de 1950 metros cuadrados donde las esculturas pudieran conservarse durante ocho meses antes de que las niveladoras las redujeran a pilas de arena que se usarán para la muestra del año siguiente.
Para los artistas, las instalaciones, la fina arena y la oportunidad de colaborar con los más importantes escultores de arena del mundo hacen de Tottori uno de los sitios más codiciados.
“No hay otro lugar como este en el mundo”, dijo Jon Woodworth, de 50 años, un escultor de Leander, Texas, que trabaja en su primer encargo en Tottori. “Es la reina de las muestras”.
Dos semanas antes de la inauguración oficial, a mediados de abril, los artistas tallan y alisan la arena con palas, cinceles, espátulas, rodillos de pastelería, escalpelos, niveles de albañilería y palas de jardinería. A veces pareciera que llevan la física a sus límites, mientras tallan rostros detallados o paisajes delicados. No usan ningún adhesivo ni goma laca, solo agua, para mantener la arena en su lugar. Esto quiere decir que los artistas deben saber lo que puede hacer la arena.
“La arena es el meollo del asunto”, comentó Daniel Doyle, de 43 años, artista irlandés que ha elaborado esculturas de arena durante 20 años. Este año en Tottori diseñó un montaje de figuras deportivas. “La arena es diferente a todo en el mundo”, dijo. “Si tienes una idea y quieres hacerla en este material, a la arena no le interesa”.
(Tomado de The New York Times)