Día de las Madres o riada del kitsch

El concurrido boulevard de la calle Obispo, en La Habana Vieja. Foto: Tony HERNÁNDEZ MENA/AIN.

Por Isachi Fernández

Hay ambiente de celebración en la populosa calle Obispo, en La Habana, pero a juzgar por la parafernalia (osos de peluche, flores de papel con escarcha plateada, áureas estrellas, cisnes y muñequitas que el brillo del celofán hace ver con celulitis…) parece tratarse de una fiesta macabra.

No es algo privativo del segundo domingo de mayo. Las mismas madres permanecen largas horas para adquirir un pedazo de plástico con la sirenita de Walt Disney pintada, es predecible, entonces, que las niñas desde cuya cabecera camera sonríe el híbrido, les correspondan luego a sus progenitoras con una flor de tela azul constreñida en un tubo de ensayo. Es como un altercado: tú me agredes y yo te respondo en un tono de voz más alto (algo muy feo entre madre e hija).

Un amigo de antaño me diría: "nos han tomado la calle" parodiando la frase que en décadas pasadas se correspondía con lo que no debía ocurrir ante quienes abogaban por un modelo social regido por el mercado y desentendido de los humildes.

Y es que en Cuba, a pesar, de los esfuerzos con proyectos como Arte en Casa, a través del cual se comercializan objetos utilitarios decorados con obras emblemáticas, ferias de artesanía, donde prima la calidad y la creatividad (verdad que con precios excluyentes) y otros empeños, aún pululan los paisajes nevados en un marco chillón, la gruesa cadena al cuello, los botines en verano y la melosa telenovela, en los últimos tiempos preferiblemente coreana.

Si bien se sabe que el concepto de buen gusto cae en un terreno relativo, clasista y en el cual se camuflajea muchas veces el racismo, está claro que siempre será una perversión del espíritu la ostentación (incluso la ostentación de conocimientos), la ramplonería, la carencia de imaginación, la insistencia en los caminos architrillados, y ese afán de aparentar que pone al desnudo las carencias. Nada más ilustrativo que los bellos libreros exhibiendo en vez de lo que les toca, meros lomos, y con un gran vacío por dentro que revela las oquedades de sus dueños.

Por otro lado, como mismo existe una retórica desde la política, el discurso de la ternura está viciado de frases vacías y de imágenes que contradicen la intención del hablante. Todos hemos escuchado pretendidos piropos o halagos como aquello de “cosita”, que más bien parece un vocativo destinado a la ofensa. En cierta medida, se trata también del correlato de las consignas huecas a fuerza de repetición, íconos de la decadencia.

Claro que este estado de cosas no es exclusivo de Cuba, pero también nos toca, y yo pregunto ¿por qué semejante ensañamiento ahora con las madres? Este domingo saldré a merendar con mi familia, será un momento íntimo y sencillo, solo pido que no aparezca un vendedor ambulante de elefantes de cerámica, ni un intérprete nos enlace en Do mayor madrecita con florecita, ni niño con cariño.