María Eugenia Barrios, la última diva de Cuba

Por: Laurent Guevara, estudiante de periodismo de la Universidad de La Habana

Confidencias

Sentadas en la sala de su casa y aún entre los ladridos del pequeño Duque por mi llegada, me invita a una tasa de thé gelé con miel. Es una casona colonial en Centro Habana. Dentro: columnas, mamparas, vitrales. Fuera: alaridos, folklore, el barrio de Cayo Hueso. En la casa, las paredes están cubiertas con cuadros de amigos: Perugorría, Fabelo, Pujols. Hay otros firmados con apellidos europeos que reconozco de algún museo de arte. También hay fotos, muchas, quizás una por cada interpretación. En los celuloides viste la piel de Violeta Valery en La Traviata y de Cio Cio Samen Madame Butterfly. Reconozco escenografías de Cavalleria rusticana, Tosca, La viudad alegre. Ella siempre en el centro del escenario, esbelta. Casi pudiera oírse su voz de soprano escapando de las fotografías.

Saboreo el té mientras me cuenta animada sobre su primera presentación. Recuerda cada detalle, ropa, lugar, contratiempos y al público. Es increíble, dice, que sucediera hace más de medio siglo. No llegaba entonces a los 20 años. Cuenta que días antes de la presentación tocó a la puerta del maestro Gonzalo Roig con la intención de pedirle un acompañamiento para interpretar la zarzuela Cecilia Valdés. Nunca antes se habían visto.

-Yo canto la salida de Cecilia Valdés como Marta Pérez -le dijo a Roig.

- ¿Ah, sí? ¿Y usted quién es para estar tan segura de que puede cantarla como Marta Pérez? -la retó Roig.

-Soy estudiante de la Escuela Normal de Maestros y quiero cantarla en mi graduación, mis compañeras me harán el coro -respondió provocadora.

-Pues vamos a comprobarlo -replicó el maestro desafiante.

Y así fue. Sin contar con formación académica alguna, cantó la zarzuela como Marta Pérez en el Anfiteatro de Maestros de La Habana, con vestido, coro y flor en la cabeza. Fue acompañada por la Banda Nacional de Concierto de La Habana y dirigida por Gonzalo Roig, quien desde entonces se convirtió en su guía y tutor.

Ahora no está arreglada como Cecilia; lleva un vestido naranja sencillo que le llega a media pierna y tiene los labios pintados de un rojo intenso. Se sienta erguida, con las piernas cruzadas. Parece una bailarina, da la impresión de que puede permanecer horas en esa posición. Como dirían sus admiradores: es toda una dama. Según su nieta mayor, "queda bien en todas las fotos sin posar siquiera porque es una artista natural". Conversa con las manos, las mueve con mucha delicadeza, y en ocasiones, mientras cuenta alguna anécdota, intercala unos agudos para escenificar mejor la historia.

A continuación hablamos de su feliz infancia en la humilde casita del Cerro; de los lindos recuerdos de su primera profesora de canto, Carmelina Santana Reyes; de los duros años de estudio en Moscú con la sufrida distancia de sus hijas; del clima cálido y del mar; hablamos también de la desgarradora experiencia de la pérdida de su voz.

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Osma Letra D, entre Chaples y Palatino. Allí se ubica la casa de su infancia, donde vivió los primeros años de su vida. Es una calle estrecha, de construcciones sinuosas,  apretadas, con  portales de altos muros, por encima de los cuales, en punticas de pies, asomaba los ojitos la pequeña Eugenia para poder ver el mundo y fantasear con él. Me dice que ha regresado varias veces, pero nunca ha podido visitar la casa por no coincidir con los actuales dueños, mas se conforma con revivir algunas memorias al mirar aquel portal. "Es hija del Mayabeque y del Cuyaguateje", dice el Indio Naborí, pues su madre era "una bella mujer de Güines y su padre un hombre de muchas luces de Pinar del Río."

Niña aindiada, traviesa, con largas trenzas, a quien regañaban constantemente por soñadora e inquieta. Le gustaba montar bicicleta y era dueña de una que su padre le regaló como premio por sacar buenas notas. Con frecuencia, se imaginaba viajando en la locomotora negra y chirriante del viejo tren que pasaba por su barrio todas las tardes. "Te va a dar un tabardillo", le gritaba su madre temerosa de que sufriera una insolación por jugar tanto tiempo bajo el sol.

Años más tarde, recomendada por Roig, conoce a Carmelina Santana Reyes, pues el maestro insistía en que esa era la profesora de canto indicada para su pupila. En cuanto la profesora la escuchó, la convirtió en su discípula. Al mencionar a Carmelina, los ojos rasgados de María Eugenia se tornan suaves y a esa expresión le acompaña una tierna sonrisa, sin dudas evoca gratos recuerdos de su  instructora. Ya para esa época, quienes la escuchaban cantar exclamaban: "no es una cantante, es un ángel."

Cuando descubrió la poesía de Bécquer, Martí, Loynaz e Ibarbourou, muy joven aún, comenzó a escribir poemas. Le habría fascinado ser una gran escritora o una compositora para desatar de estas formas todo el sentimiento que lleva dentro. De todos modos, lo logró aprovechando su don. Expresó su pasión a través del canto y se convirtió en la célebre cantante que es hoy.

No obstante, nunca dejó completamente de lado la escritura. Años después, estudiando en Moscú, ganó un concurso literario con el cuento La despedida, dedicado al mar. Actualmente, en sus ratos libres, crea décimas inspiradas en su esposo. Parafraseando sus palabras, es difícil encontrar a alguien más romántico que ella.

Regresa de sus recuerdos y me pregunta qué más quiero saber. Duque ya se acostumbró a mi presencia, aunque de vez en vez me mira receloso porque por mi culpa lo mantienen encerrado. Cada media hora, suena una campanada de un reloj de pared de alguna habitación, pocas veces he escuchado un sonido recurrente tan agradable.

Seis años en Moscú

Le digo que deseo conocer más sobre su estancia en Moscú, de esa ciudad fría, de la lejanía y sobre todo de sus estudios allá.

"Partí hacia la Unión Soviética en un grupo de doscientos estudiantes, en un barco ruso con una máquina rota, por lo que hicimos un viaje de treinta días sobre el lomo del mar. La primera semana estaba fascinada con los cambios de colores del océano, el navío me parecía una ciudad inexpugnable, imposible de recorrer. La segunda semana, la nave ya era el barrio de mi casa. Para esa fecha, prácticamente nos conocíamos los doscientos estudiantes. Al llegar, le hice alergia al clima y de inmediato me enfermé. Los médicos dijeron que yo era una flor del sur. Me recomendaron regresar para no afectar mi voz. La respuesta fue rotunda: sólo los cristales se rajan.

Aquella fue una escuela maravillosa, conocí a la flor y nata del canto y la composición rusa, adquirí gran cultura, viví experiencias extraordinarias; sin embargo, mis hijas estaban en La Habana, en casa de mis padres. Tenían cuatro y dos años de edad. Eran demasiado pequeñas para estar separadas de sus padres, pues el papá también estudiaba en la URSS. Estoy segura, aunque lo nieguen, de que esa distancia dejó marcas en ellas. Si volviera a nacer no hubiera ido. Nada debe apartar a los padres de sus hijos", sentencia María Eugenia.

"Cuando mi mamá estaba al venir", recuerda María Eugenia Núñez, su hija mayor, "algunos días antes de su llegada empezaba a sentir su olor. Me venía su imagen a la mente de una forma tan palpable, tan real que me asustaba. Tenía mucho miedo de que pasara algo y no llegara. La recuerdo jugado conmigo, haciéndome cosquillas, siempre muy cerca de mí. Yo era pequeñita y no tengo recuerdos tangibles de esa etapa, sólo la conozco de referencias por lo que me han contado, pero mis padres eran mis ídolos. En realidad, no existen resentimientos."

Al regresar de la URSS, enfrentó uno de los peores momentos de su vida. Estaba afectada de la voz, tenía un nódulo en las cuerdas vocales. A pesar de las dudas, decidió llevar a escena una vez más La Traviata. El público, que recordaba su última interpretación de la obra de Verdi, atiborró el teatro. Sin embargo, después del primer acto, el García Lorca quedó prácticamente vacío, sólo permanecieron en sus puestos los familiares y amigos más cercanos, aguantando las lágrimas; pero con entereza llevó la puesta hasta el fin.

Recuperar su voz y su público no serían tareas fáciles. Recurrió a varios maestros pero ninguno acertó en ayudarla. Finalmente, con tratamiento médico y sobrado empeño esta vivencia quedó en el pasado. Sólo una vez se ha referido a esto en público. Fue en el jubileo realizado en su honor en los años ochenta, en el mismo teatro y esta vez, fueron muchos los que lloraron pero de admiración.

Oratorio San Felipe Nery

Se ha hecho de noche y estamos viendo fotos de sus más reciente concierto en el Oratorio San Felipe Nery, donde durante los últimos años ha vivido formidables satisfacciones profesionales. Ubicado en Obrapía, en La Habana Vieja, este sitio está ligado de forma indisoluble a la historia de María Eugenia Barrios. Pudiera decirse que ya es su sala privada de conciertos. Logra crear en él un ambiente íntimo, familiar. Hace unos meses atrás decidió que, cuando muera, sus cenizas deben descansar en la primera piedra del convento por ser este el lugar donde tanto ha cantado y tan feliz ha sido. Sin dudas, es un lugar especial. Aquí realiza funciones acompañada por sus alumnos del Instituto Superior de Arte (ISA) y por su nieta menor al piano, lo que constituye otro motivo de complacencia para ella.

Compartir su trabajo con Claudia es un sueño hecho realidad. Se han convertido en un dúo cotidiano, se compenetran y ayudan mutuamente. Al referirse a la experiencia de trabajar junto a su abuela, la joven músico expresó: "Ella es el camino a recorrer y la meta a alcanzar para mí, nunca me minimiza, todo lo contrario, me respeta muchísimo, pero no es una abuelita complaciente, es un látigo para sacar siempre lo mejor de cada quien."

Se considera una mujer realizada. ¿De qué otro modo podría sentirse si ha implantado un récord? Cincuenta y tres años ininterrumpidos de vida artística, que cumple este 31 de mayo. No esconde su edad -cosa rara en las mujeres-, prefiere enorgullecerse de ella y decirla bien claro para dejar sorprendido a muchos de quienes la escuchan. "¡Setenta y un años y todavía canta con esa energía y vitalidad!", exclaman atónitos y ella sólo sonríe segura de sí misma. Interpreta fácilmente en sus conciertos siete arias de óperas pasando por diversos estilos, para desdoblarse luego, con zarzuelas cubanas u otros géneros. Todavía encarna a Violeta Valery en La traviata. Con enormes posibilidades histriónicas. Sin bajar el tono. Sin ceder un tanto. Sin caer.