Un graduado universitario vive unos 18 inicios de curso. Algunos son tediosos, otros memorables y el factor común entre ellos es la intención que tienen los profesores y directivos de conquistar a los alumnos. Para ese momento muchas instituciones tienen mecanismos creados: actividades planificadas o discursos inspiradores. Pero la escuela que hoy inicia el curso tiene reservada una tradición que se ha convertido en ritual.
Personalidades de la altura de Gabriel García Márquez, Fernando Birri y Fidel Castro inspiraron a que cada recién llegado, desde tiempos fundacionales, regara con una vasija de güira tres plantas (bambú, palma real y baobab) que representan a Asia, América y África, los “tres mundos” que tradicionalmente conformaban el origen y la meta de la labor de esta escuela. Un ritual simple que remite a cómo las particularidades de sus integrantes convergen en una intención colectiva relacionada con la propagación de nuevas formas de existencia, en este caso artístico-creadoras, en los continentes desfavorecidos por la explotación y la colonización.
Otra rareza del curso que comienza hoy es que en su acto de inauguración no se pide a los alumnos que estudien. Ni siquiera que cumplan con sus tareas y respeten el reglamento. Solo hay dos encargos fundamentales: aprender a ser mejores seres humanos y a hacer películas.
Ese es precisamente el encanto de la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños: que no necesita arengas ni discursos muy elaborados. Porque las miradas de los 38 estudiantes que hoy son bienvenidos dejan la certeza de que, además del orgullo de estar en una prestigiosísima escuela, algo les provoca un cosquilleo especial en el estómago: saben que la creación es el camino que conduce a lo imposible, a lo nunca antes alcanzado, a lo no existente, y que despertar cada día en un lugar de creación supone, por definición, un estado de aventura perpetuo.