Después de la risa viene el llanto

Por: Jorge Antonio Rodríguez Vilar

Fotos: Yamil Lage

Ya cumpliste tu sueño. Llegaste, te encumbraste. Todos te admiran, te recuerdan en ese instante, cuando con un solo movimiento de muñecas encendiste las gargantas más apagadas, los ánimos más pesimistas. Eso lo lograste con un solo swing, el que tanto anhelabas.

Perdón, ¿dije todos? Rectifico, porque rectificar es de sabios, y no me considero tal, pero así dice el acervo popular. Hay alguien que no te tiene en buenos términos. Está dolido, con aire de venganza. Mientras celebrabas tu culminación y todos te aplaudían y te perdías entre vítores y palmadas, él era encuestado, repudiado y abucheado.

Ese, que desde la lomita de los suspiros te lanzó el equivocado, la que tú esperabas: sea recta, curva o slider, solo maquina y sueña con la próxima vez que se vean frente a frente.

Por fin llega el día indicado. Todo el tiempo que tuvo que esperar, aguantando los más disímiles interrogatorios de esquina, llegó a su fin.

Tú, sabedor de esa roña enconada, esperas un desenlace fatal. Solo quieres que las sospechas sean infundadas. Llegas al cajón de bateo. Por suerte la primera base está ocupada. Respiras aliviado.

Aunque el desquite no es en esta entrada, te deja saber que en este juego va a por ti. El primer lanzamiento es por la cabeza. Lo miras. Te mira. El árbitro los mira. Si no estuvieran en un estadio pasaría por un duelo del oeste, de los de antes.

Llega el quinto y vuelves a encontrar hombres en base. Ya la tensión no cabe en el estadio. Todos la sienten ¿Hasta cuándo va a durar? Ya para él, el desenlace del partido no es algo primordial, solo piensa en que no te le puedes escapar.

Por fin llega la séptima entrada sin hombres en bases. Tú, primero al bate. Qué contrariedad, y pensar que esta es llamada la entrada de la suerte. Lo será para otros.

Intuitivo, te paras en lo último del cajón de bateo, como para demostrar que tú lo cedes todo. Se preparan. Sale la bola. Recta, dura, a las costillas. Allí, donde más dolor se pueda infligir. Los ánimos se caldean. Cada uno defiende su razón. Tú, te vas adolorido. Él, expulsado, pero con una sonrisa en los labios.

Y no pregunten: ¿por qué? Es una regla no escrita. Un código de honor entre jugadores. Es como en el más universal: último hombre con el balón, eso es falta y tarjeta amarilla. Es así. El deporte es así. Tú celebraste tu home run, él, te cambió la sonrisa por el llanto.

Foto: Yamil Lage/Cubadebate

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