Surf en La Habana

Si alguien pensó que los días glaciales por los cuales tiritó la Isla detuvieron ciertos caprichos nuestros, pues no alcanzó a imaginar todo el atrevimiento que puede embargar al cubano si de darse gustazos se trata.

En las horas más frías de La Habana, cuando lo común era que la gente estuviera buscando abrigo bajo las colchas, o cazando el calor del pan, o asomándose al borde de un plato con sopa caliente, un grupo de muchachos se lanzaron a perseguir las crestas más altas de las olas del mar.

Tablas en mano, listos a surfear, ellos iban alegres tras la mezcla del frío con las fuertes corrientes de aire gracias a la cual el mar levantaba lomos y espumarajos ideales para retozar como albatros, como peces arrastrados por la tempestad.

Y solo los curiosos, los atrevidos, pudieron presenciar ese espectáculo raro en el litoral oeste de la ciudad, porque a decir verdad el cubano lo que andaba buscando era cobija, sacando sus abrigos multicolores, desempolvando viejas prendas y hasta quejándose porque a nosotros no nos gustan los inviernos tan duros y prolongados, esos que al mezclarse con la humedad calan como mantos de alfileres.

Nuestros surfistas nos han recordado que hay de todo en la viña de la diversión, y que algunos prefieren helarse, aunque casi todos seamos aquí como los girasoles, siempre atentos a la tibia luz medio azul, medio amarilla, que nos pone un poquito de fiesta en lo más recóndito del alma.