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Estas comunidades están abiertas a la sensibilidad solidaria y la intervención transformadora. Foto: Cortesía del autor.

Dividido entre una continuidad que interroga y una contradicción que responde...

José Lezama Lima

Recientemente estuvimos en Tierra Brava, comunidad localizada en el consejo popular de Campo Florido; en la tarde, en El Albergue (quienes allí residen prefieren llamarlo «comunidad de tránsito») y en El Elisa, ambos sitios pertenecientes a Berroa. Son tres de las 11 comunidades que, en el municipio de La Habana del Este, reciben en estos momentos acciones integrales para solucionar problemas de calidad de vida, integración laboral y desarrollo de los pobladores mediante un complejo abanico de intervenciones estatales, de organizaciones políticas y de masas, así como de la población en general, que se propone transformaciones de orden social, económico y cultural. Agradezco la invitación a estar allí al personaje incombustible e incansable que es Lizette Martínez, especialista principal de la Dirección de Programas Culturales del Ministerio de Cultura. Berroa cubre una enorme extensión (4.2 kilómetros cuadrados), donde abundan las zonas con baja densidad poblacional, en el que es el municipio más grande de la ciudad.

Para mayor alegría, compartimos los momentos en Tierra Brava con Rodolfo Rensolis, (“el Renso”, como le decimos quienes lo conocemos hace años), nombre-leyenda en la historia del movimiento de rap cubano, y con Mirta Portillo, narradora oral-escénica de larga experiencia.

En la tarde, nos acompañaron Jorge Espada, delegado del Poder Popular, a cuyo cargo queda enfrentar problemáticas en las 11 comunidades señaladas, además de Margarita, la directora de la Casa de Cultura del reparto Guiteras, a quien toca –desde su ámbito de trabajo– conocer demandas y crear proyectos para satisfacerlas.

Hubiera deseado mucho más tiempo para conocer y entender de mejor manera este trío de comunidades que me fue dado visitar. Caminé un poco, traté de absorber cada detalle. Hubiera deseado vivir más cerca, acortar la comunicación, contribuir más.

Debajo de un árbol, Lizette dialogaba con el grupo de jóvenes acerca de gustos, necesidades y demandas, al mismo tiempo que, casi al lado, otro grupo –a la sombra de otro árbol– esperaba a ser llamado a una de las casas de la comunidad, en la cual personal de Oficoda se encontraba tomando datos para las libretas de abastecimiento temporales que serán entregadas a los núcleos familiares del lugar. En ese mismo instante, Mirta, a quien le escuché mencionar una fascinante “Caperucita en tiempos de COVID” (¡Adaptación del cuento clásico a las condiciones del presente!), conversaba con dos madres que serán las que se ocupen de ofrecerles a los niños del lugar actividades de narración oral, además de enseñar técnicas para la elaboración de manualidades... Poco más allá, un tractor-grúa recogía escombros, y vi descender un par de jóvenes funcionarios del Mined desde un auto ligero.

Para feliz sorpresa, entre quienes dialogaban resultó haber un excelente dúo de intérpretes y compositores de música de reguetón y fusión enraizada en la sonoridad del reggae. Quieren la oportunidad de difundir el trabajo que hacen y, gracias a la combinación de teléfono móvil y bocina portátil, pudimos escuchar dos de los números.

“Renso” les dijo de la importancia de inscribir las creaciones que vayan haciendo, y el más locuaz de ellos señaló que, si algo deseaban –además de llegar al público mayor– es que el lugar disponga de alguna pequeña tarima donde hacer presentaciones. También escuchamos canciones de otros dos jóvenes, conocimos que hay otros cuyos intereses se concentran en el baile, uno que desea practicar dibujo (cosa que ya hace, pero sin ninguna formación), otro más en iniciarse como cantante de música campesina y, además, descubrimos a una joven que estudia el técnico medio en Bibliotecología, y se ofreció a cuidar de la colección de libros que nos comprometimos a llevar. El encuentro genera energía y la energía emerge de la fuerza que la comunidad lleva adentro de sí misma. Esperan, adaptan, buscan, preguntan, confían, necesitan.

La estancia en el espacio de tránsito ubicado en Berroa, un conjunto de naves de almacén subdivididas en múltiples habitaciones pequeñas (que quienes las ocupan prefieren que no sea visto como un “albergue”), nos acercó a una realidad diferente, en la cual apenas escuchamos hablar del potencial creativo de los pobladores y, en cambio, sí de la demanda de programación cultural para quienes allí habitan.

Aquí destaca la dedicación y el empuje de Ariadna, promotora cultural natural y personalidad líder, que lleva años organizando actividades para los niños del sitio. Más tarde, durante la conversación en El Elisa, donde resaltan la fibra y la agudeza de Yudaisy, presidenta del CDR, quien nos recibió, la demanda se desplaza hacia el suministro de electricidad a nivel doméstico, asunto que aparece como el problema mayor para los vecinos. Aquí Jorge manifestó su satisfacción por haber conseguido identificar en cada comunidad personas líderes con quienes sostiene una fluída relación de trabajo.

En los barrios El Elisa y Tierra Brava, de Campo Florido, La Habana, realizan acciones integrales para atender problemas de calidad de vida, integración laboral y desarrollo de los pobladores. Foto: Cortesía del autor.

Junto con lo anterior, más allá de peticiones particulares, en todas partes nos son repetidas, en una suerte de lógica común en asentamientos precarios, las mismas demandas y preocupaciones: la distancia a servicios de salud, escuelas y de cualquier red de sustento familiar (como bodegas, tiendas, cafeterías, etc.); la lejanía de las vías de transportación pública (cosa que lo mismo dificulta el desplazamiento de un enfermo, que la asistencia de los niños a sus escuelas, o de los adultos a sus centros de estudio o trabajo); la falta de opciones para el esparcimiento y/o disfrute cultural; la necesidad de empleo y estabilidad en términos de legalización de las condiciones de vivienda y, finalmente, el mejoramiento de los espacios habitacionales. Antes de marcharnos (y sin hacer pausa en lo extraordinario de la anotación), Jorge contó que en estos espacios habían conseguido vacunar a todas las personas contra la COVID-19.

No ceso de pensar en lo que significan, previenen, multiplican, conducen y emancipan el trabajo cultural, educacional e ideológico cuando –al mismo tiempo– se entretejen para dar vida al torrente de la transformación social. La interrogación me hace cuestionar las causas que explican la existencia y la realidad de vida de estas poblaciones; la voluntad de respuesta me conduce a imaginar y calcular la cantidad y variedad de intervenciones que pudieran (y deberán) ser hechas para cambiar las condiciones de existencia de estas poblaciones.

Cambiar es un proceso tan universal, radical y complejo que incluye tanto la transformación material como la mental y la espiritual, de quienes hoy día habitan estos espacios, pero también las de quienes ofrecen su apoyo y aporte para modificarlos.

No ceso de pensar en el enorme potencial artístico-literario, científico-técnico y, en general, creativo que hay en las todas estas comunidades aún por descubrir, abiertas a la sensibilidad solidaria y la intervención transformadora.

El inmenso abanico que va desde el mejoramiento de la vivienda, el asfaltado de las calles, la comodidad de acceso a rutas de transporte público o el establecimiento de puntos de Salud y redes de servicio, hasta la inclusión de estos espacios dentro de los lugares de presentación habitual que se planifican en las programaciones culturales municipales, el apoyo diferenciado (según las particularidades de cada locación) para quienes estudian en los diversos niveles de instrucción, así como la búsqueda activa y el estímulo organizado para identificar y desarrollar el talento creador en las esferas científico-técnica, artístico-literaria, deportiva u otras.

A esto deberá ser agregado el esfuerzo para abrir a estas poblaciones entornos que incluyan acciones de formación proyectadas en conexión directa con la posibilidad de empleo, a la misma vez que diseños e impulsos, específicamente estructurados, para animar la producción y realización económica de quienes habitan las comunidades.

La combinación entre proyecciones estatales, movilización e intervención de organizaciones políticas y de masas, participación de los pobladores y desarrollo de los liderazgos naturales en las comunidades, abre posibilidades infinitas para el sueño transformador, convoca a la sumatoria y pone, en primer plano de la sociedad, el esfuerzo mancomunado y concebido a partir de bases científicas que –para la implantación, en todos los campos, de modelos de sostenibilidad– admitan la comprobación y la corrección permanente de los errores o desviaciones como normativa de la existencia, supervivencia y desarrollo del país. Inyecta electricidad nueva a todo cuanto creíamos conocer.

(Tomado de Granma)