Cuentas de género, también para la COVID-19

Esta pandemia, como casi todo, está signada por construcciones culturales nacidas del patriarcado. Foto: Osvaldo Gutierrez Gomez/ACN.

El mundo recordará 2020 como el año en que el tiempo de detuvo. Ya circulan memes y chistes que hablan de borrarlo del almanaque, restarlo de la edad, o especulan acerca de cómo se verá reflejado en los currículos laborales, cuando todo haya pasado, y un potencial contratista de ceño fruncido indague “que hiciste en ese año que se ve tan pobre”.

Sin embargo, el 2020 también quedará en la historia como el año en que la investigación científica, en todos los órdenes, fue retada como pocas veces en los anales de la humanidad, en busca de soluciones y respuestas. Más allá de protocolos sanitarios y vacunas, las ciencias exactas, sociales y humanísticas se han aliado en torno a la urgencia de buscar conexiones, determinantes, explicaciones, que ayuden a poner freno a la COVID-19 y a sus efectos devastadores.

Esa carrera hacia el conocimiento también ha ocurrido en el marco de los estudios de género. Porque esta pandemia, como casi todo, está signada por construcciones culturales nacidas del patriarcado. Y si a las alturas de abril y mayo, apenas pocos meses después que el SARS-CoV-2 comenzara a diseminarse por el planeta, ya se alertaba -también en estas letras-,  de impactos específicos para las mujeres, derivados de su presencia mayoritaria en las tropas de la salud, primera línea de fuego contra la pandemia; o de la sobrecarga doméstica, por solo poner dos ejemplos; asomarse más allá de la estadística generalizadora ayuda a encontrar intersecciones mucho más complejas.

Es el caso de la distribución por sexo de la COVID-19 en el país. Cualquier cubana o cubano con información media, sobre todo quienes no pierden ni pie ni pisada a las intervenciones matutinas del doctor Francisco Durán, puede afirmar que en Cuba los hombres enferman más que las mujeres. Efectivamente, sacando cuentas a nivel de población total afectada, las tasas de incidencia son más elevadas entre ellos y se calcula una relación de masculinidad de alrededor de 105 hombres por cada 100 mujeres positivas al virus.

Sin embargo, ese resultado no es el mismo cuando se escudriñan los comportamientos según grupos de edad, alertan indagaciones recientes del Centro de Estudios Demográficos (CEDEM), de la Universidad de La Habana. Si bien los cubanos son mayoría en los grupos de 0-14 años, 30-44 años, 60-74 años y 75-84 años; son las mujeres las que más se contagian en los de 15-29 años, 45-59 años y más de 85 años. Según el equipo del CEDEM, varias pueden ser las hipótesis para explicar este comportamiento.

“Entre ellas, los roles que asumen las mujeres en el cuidado de niños y ancianos -estereotipados y patriarcales-, el aumento de las mujeres en la jefatura de hogar, todo lo cual implica una movilidad mayor para la búsqueda de alimentación y otros medios y recursos para el cuidado” precisa un reporte de investigación publicado en su más reciente boletín INFOPOB.

Según los cálculos del CEDEM, otra posible hipótesis para desentrañar estos números está relacionada con una alta participación de mujeres en tareas relacionadas con los sectores imprescindibles, ya lo comentábamos, lo cual conlleva movilidad y contacto sistemático.

Y, por último, “al ser una sociedad matricéntrica, la mujer se convierte en centro de contacto, siendo una cadena importante de la transmisión del virus”, precisa el reporte.

Solo un estudio con enfoque de género, advierte la doctora Matilde Molina, parte del equipo de especialistas en Demografía, puede aproximarnos a algunas de estas hipótesis, o develar otras.

Naciones Unidas, desde múltiples espacios y voces, también se ha pronunciado al respecto. “Un análisis de los potenciales impactos del COVID-19 y las respuestas de política necesarias no puede hacerse sin incorporar el enfoque de género, pues más allá de las potenciales respuestas biológicas de cada sexo causadas por la enfermedad, las normas sociales y los patrones culturales que imponen los roles que mujeres y hombres desempeñan en la sociedad son factores determinantes de los impactos diferenciados que experimentan”, advierte el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

En el caso del CEDEM, las cuentas por sexo no son la única evidencia que ha aportado este colectivo para validar las “lentes violetas” aplicadas a las estadísticas, en la investigación de la COVID-19. Cruzamientos previos de los números de la pandemia habían evidenciado también la importancia de mirar desde esta perspectiva las redes y arreglos familiares.

Características como el tipo de familia, su tamaño, la estructura por edad de sus integrantes, las condiciones socioeconómicas y de vivienda y el ordenamiento cotidiano de las tareas al interior de los hogares pueden definir las rutas del contagio por SARV-CoV-2, apunta otra investigación del CEDEM en tiempos de pandemia.

Un análisis hasta el mes de junio de la base de datos del Ministerio de Salud Pública (MINSAP) que registra el comportamiento de la COVID-19, permitió a este equipo constatar que la distribución por edad en las redes familiares, -muy parecida a la distribución general de la pandemia- tiene mayor peso de mujeres en los grupos de 20 a 60 años, pues en ellos se concentran las personas “de mayor exposición al riesgo en su rol de cuidadores de los más dependientes (menores y ancianos) por lo tanto, se ocupan de labores como el abastecimiento de los hogares en cuanto alimentación y aseo, siendo entonces los que menos cumplen con el confinamiento”.

Igualmente, es en estos grupos de edad donde se concentran, también, las personas que más se ha mantenido laborando en el apoyo al enfrentamiento de la propia enfermedad, o en otras tareas que no han cesado en este período.

“Es importante, además, para este patrón, tener en cuenta los comportamientos protectores de la familia, la percepción del riesgo de sus miembros y las relaciones entre generaciones”, advierten especialistas de CEDEM.

En fin, son muchas las interrogantes que surgen ante una distribución por sexo de las estadísticas. No solo en el caso de la pandemia, pero urgentes, sin dudas, ante una contingencia sanitaria que nos ha revuelto la tranquilidad y las rutinas; que “pica y se extiende”, como se dice en buen cubano.

Buscar esas y muchas otras intersecciones es prioridad en la mira del CEDEM –y de la ciencia cubana- ahora mismo. El proyecto “Caracterización sociodemográfica de la población cubana afectada por la COVID-19”, que avanza a muchas manos entre este centro y el MINSAP, junto a otras facultades de la Universidad de La Habana como las de Geografía, Matemática o Física, busca diferenciales, elementos de juicios que permitan, no solo devolvernos a la tan ansiada normalidad, sino dejar ciencia constituida, escrita validada. Porque aun cuando todo pase, vaticinan expertos, una situación similar puede retornar bajo otras formas, de la mano de otros virus.