Diario desde La Covadonga: Martes tranquilo (II)

Camila se pasó el día exigiéndome que hiciera un collage con todas las fotos desde el “de pie” hasta apagar las luces del cuarto. Quería, sobre todo, aquella en la cual posa –pulgar enguantado hacia arriba– con el traje completo: botas de goma, cubrebotas de tela, pantalón, pulóver, sobrebata, nasobuco, gorro y careta. Tantos “trapos” parecen actuar, al unísono, como una suerte de sudoríficos.

“La verdadera victoria es salir de aquí sin coronavirus”, dice cuando apenas llevamos dos noches en La Covadonga. La primera, por cierto, fue un calvario. Toda la madrugada sin conseguir el sueño, quizás por la tensión de la arrancada…

Camila se forra, de punta a punta, cada vez que le toca limpiar este pabellón con pacientes sospechosos. También se agobia –hay que decirlo– con las veintiséis puertas carmelitas y de hojas de toda la sala. A cada lado del pasillo hay trece, de cuyo color ella pregona que es “tipo tierra colorá”.

Camila forrada de arriba a abajo. Foto: Andy Jorge Blanco

Hoy, frente a una de estas, entró a otro cuarto creyendo que era la enfermería. Por tanto, Pupo –cuarto año de Medicina, jodedor de nacimiento– hizo que todos nos enteráramos del efímero “mareo” de Camila.
–Si ustedes la ven –cuenta–, se paró en seco y dijo: “es que son tantas… ¿¡dónde está mi puerta!?”

Desde entonces, Pupo le dice “la filósofa”. Camila, en defensa propia y cual abogada en potencia, alega que le hacen bullying y que él tergiversó la historia. Después suelta una carcajada. Da la impresión de que pocas cosas la encolerizan.

Alejandro –su pareja en andanzas de trapeadores y cubos– mueve junto a ella el carrito de la limpieza por toda la sala Echeverría. Mientras escurre el agua en el portal, nos reímos de lo dura que es la vida con él, cuya estatura –casi 1.90 metros, según dice– es prácticamente el doble del palo del haragán con el cual limpia. “Yo no llego a tanto, pero eso le parte la columna a cualquiera”, digo en lo que pita la camioneta para el almuerzo.

Rita me amarra la sobrebata y salgo con el carrito de la comida. En una de las puertas que dislocan a Camila, el doctor César le asegura a una paciente que su PCR dio negativo. “Ay, ¿entonces me voy hoy, médico?”. Junto a ella, otros siete recibieron el alta. Afuera llueve a cántaros. El cielo no muestra esperanza de que pronto escampe, y ocho pacientes son más felices, aunque los nubarrones impidan ver la luz, como en la tarde de este martes.