Madres y abuelas infinitas

Todos los días cuando llevo a Carmen a la escuela me encuentro con una mamá que trae a su niño de la mano. Van despacio, ella lo aguanta como a pétalo de flor. No sé qué padece el niño, pero lo miro y físicamente parece tener alguna enfermedad neurológica. Algunos dirían que no es normal, o al menos de esa normalidad que nos hace a todos iguales, como muñecos en serie.

Yo, que debo ser de los normales, traigo a Carmen de la mano pero vamos corriendo, tropezando, porque "Carmen corre que llegas tarde", "Carmen corre que tengo reunión", "Carmen corre pero ve diciéndome los productos"... Y entonces a aquella mamá parece no importarle nada más que caminar junto a su hijo, van conversando, todo el tiempo es de ellos. Y pienso en lo difícil que es criar a un niño así, en el corazón inabarcable de esas madres que posponen todo por ellos, incluso a riesgo de dejar de ser ellas mismas.

Hace unos días converse con una abuela que cría al nieto que no puede desprenderse de la silla de ruedas. A veces al niño le duelen sus huesos y necesita acostarse en una colchoneta en el piso para encontrar alivio. Ella, que no puede casi agacharse, se tira con él sin pensar cómo se levantará después.
A la mamá de la foto la conocí en Santiago, en la nueva escuela para niños especiales. Mientras su hija aprende a valerse sola, ella la espera todos los días fuera de la escuela.

Pienso en esas entregas sin límites y reverencio a todas esas madres y abuelas. A esos seres de otros mundos, mejores que el nuestro, mi respeto.