Botellas y botelleros

Policarpo Soler.

La botella fue una institución en la vida cubana antes de 1959. Hasta entonces hubo aquí grandes botelleros. Policarpo Soler, uno de los más temidos “hombres de acción”, llegó a disfrutar de unas 600 botellas distribuidas por todo el aparato estatal. Pero ese Policarpo es un niño de teta cuando se le compara con el senador auténtico Miguel Suárez Fernández, a quien se le acreditaban 5000. No en balde le apodaban el Zar de Las Villas. Claro que tratándose de un personaje de la categoría de “Miguelito”, como le llamaba incluso la prensa,  no se hablaba de botella, sino de nómina política, puestos reales o no, pero con respaldo crematístico, con lo que la persona que los poseía, aparte de llenarse los bolsillos, beneficiaba a familiares y amigos, paniaguados y cortesanos.

Botella equivalía a sinecura o sueldo que se percibía del Estado o de los municipios sin que a cambio el beneficiario  tuviera que disparar un chícharo. Se dice que botella es un cubanismo surgido en los días del gobierno del general Menocal (1913-1921). En  los juegos de jai alai, aparecieron empleados que llevaban botellas de agua fría a los acalorados pelotaris. Y a esos empleados que, con el pretexto del agua fría, entraban gratis al frontón y veían el juego, se les llamó botelleros. La denominación hizo fortuna y se extendió en los tiempos menocalistas para identificar al que cobraba sin trabajar. Ahí puede estar el origen de los términos botella y botellero. Pero en realidad lo que con esos vocablos se significaba venía desde mucho tiempo atrás.

Porque, si se habla en puridad, la primera botella y el primer botellero surgieron en Cuba casi en el mismo momento del Descubrimiento cuando Fernando Colón, hijo predilecto del Almirante, recibió del Rey español el favor de 500 pesos anuales sobre la Isla de Cuba.

A partir de ahí el mal proliferó. Durante la Colonia, eso de estar adscrito a una nómina gubernamental sin obligación de desempeñar tarea alguna, fue privilegio reservado solo a los españoles, que vieron ahí la vía de escape para establecer al “sobrín” que les llegaba de España. Con la segunda intervención norteamericana, entre 1906 y 1909, cobra nuevo auge la botella en Cuba. Charles Magoon, el interventor, derrocha los dineros del Tesoro que Estrada Palma, nuestro primer Presidente, cuidó con honestidad digna de mejor causa.  Cuando tras dos años de ocupación, los norteamericanos abandonaron la Isla, de aquellos 25 millones de pesos que dejó don Tomás, apenas quedaban tres. Y es que Magoon, el interventor, se propuso obtener la paz política en la Isla por medio de la corrupción administrativa. El procónsul satisfizo las peticiones de puestos públicos y prebendas sin hacer la menor resistencia y adelantándose en muchos casos a los cazadores de puestos. Llegó a organizar un comité de peticiones que recogía las solicitudes de los partidos políticos, y mediante el otorgamiento de cargos públicos debilitaba la conciencia cívica cubana y sentaba las bases de la corrupción y el peculado como prácticas de la política nacional.

Con José Miguel, pese a sus aciertos como gobernante, todo fue posible en lo que al fraude se refiere. No alcanzó, sin embargo, en eso de la botella los niveles de su sucesor, el general Menocal, bajo cuyo gobierno llegaron a pagarse por ese concepto 15 millones de pesos cada año.

Menocal era hombre de rostro enigmático y misterioso; de barba rala y ojos encendidos como fulgores. Después de ocho años de imposición, dejaba la República exhausta y desamparada, pero salvaba sus reductos y salía al extranjero listo para despertar en París la admiración y el entusiasmo de los franceses acostumbrados a los potentados dadivosos y espléndidos. Llevaba en la cartera 40 millones de dólares robados al Tesoro nacional. Y con ese dinero emularía en Europa con los más sorprendentes dispendios de los grandes rajaes.

De esa época es esta anécdota. Alfonso XIII, rey de España, y su esposa Victoria Eugenia, vacacionaban en París cuando la soberana se antojó de un collar carísimo puesto a la venta en una joyería. Le negó el dinero Alfonso, pero tras muchos días de insistir logró la reina que se lo diera. Cuando acudió a comprarla, ya la joya había sido vendida. “La adquirió Mariana Seba, la esposa del general Menocal, dijo Victoria Eugenia a su marido. Si no lo hubieras pensado tanto, si no hubieras vacilado, hoy el collar sería mío”. Alfonso XIII abrió los brazos en un gesto de resignación. Dijo a su esposa: “¿Qué tú querías que yo hiciera? Yo soy solo el Rey de España y Menocal es un expresidente de la República de Cuba”.

Mariana Seba, la esposa del general Menocal.