Enriqueta Almanza, la más dulce, la siempre viva (+ Video)

Elena Burke canta y Enriqueta Almanza la acompaña en el piano, en "Nostalgia cubana"

Siempre miré hacia arriba para hablar con ella; no porque se tratara de una persona orgullosa ni mucho menos, más bien digamos que cuando pienso en ella levanto la cabeza, miro al techo, a los árboles y a los pedazos de cielo que quedan entre cosa y cosa; miro a su balconcito de El Vedado y a la ventana de la casa donde vivía, en la calle Valle, cuando fui en busca de su amparo presintiendo que mi manera de mover la armonía en las canciones no sería recibida con resabios por no ajustarse a las rutinas de la época sino, por el contrario, pasarían al pentagrama tal como yo las iba sacando desde la caja de mi guitarra. Yo desglosaba el acorde, levantaba la cabeza, ella sonreía y encontraba la forma de insertarlo en el universo del piano dejándolo que resonara, sin necesidad de afeites, con ese deseo de recibir y dar con creces que le acompañó durante toda la vida.

Al principio tuve el impulso de tratarla de usted; pasó bastante tiempo para que me enterara de que habíamos nacido el mismo año y el mismo mes y que yo había llegado al mundo nueve días antes que ella. Estábamos a mediados de 1957. Tuve la suerte de poder acceder a la grabación de uno de los discos más cotizados por los coleccionistas con el correr de los tiempos, entre los muchos que se grabaron en La Habana a finales de los cincuenta en los estudios de la emisora Radio Progreso. La responsabilidad vocal estaba repartida a partes iguales entre los cancioneros Pepe Reyes y Olga Rivero. El elenco de músicos así como el repertorio, eran cosa de primera categoría. Los arreglos habían sido encomendados a El Niño Rivera y a la joven pianista  Enriqueta Almanza. Caso insólito aquella mujer que rondaba los 23 años, batiéndose de igual a igual con las sonoridades del coloso del feeling y aportando la fuerza y la sensibilidad que permitían a los cantantes entregarse a sus anchas a aquellos clásicos cantables y marcar, con paso firme, la diferencia.

Varios amigos me acercaron a la historia de la joven. No era tonto El Niño cuando la había colocado ante semejante responsabilidad. Eran tales su seguridad como lectora, su calidad de ejecución y la presencia que lograba con su sonido, que llegó a gozar de la predilección de algunos directores de orquesta en el ámbito de los cabarets preferidos para escuchar y bailar por las capas más populares y los públicos más conocedores de nuestra música, de manera que su potente sonido llegó a ganarse el jocoso calificativo de "piano macho". Fue en uno de esos cabarets donde se sometió, precisamente, a la prueba de hacer sonar su primer arreglo orquestal. Ella misma me contó que, cuando le hizo entrega al director de la partitura así como las partes que debía ejecutar cada músico, cuidadosamente dibujadas en el pentagrama con la impecable y personalísima caligrafía musical que la caracterizaban, sufrió un ataque de pudor y, aterrada, le comunicó al músico su decisión de retirarla. El hombre tuvo que jurarle que se haría pasar entre los músicos como el autor del arreglo y sólo así consiguió que Enriqueta  diera entrada  al magistral oficio de la orquestación con que inició un capítulo de su propia historia que ya no tendría vuelta atrás.

El devenir  de la canción cubana que floreció a partir de los años sesenta,  el pulso vital de los autores e intérpretes que arribamos a ella en aquellos tiempos; la felicidad del público asiduo a recitales, conciertos y shows en los centros nocturnos tanto en La Habana como en los incontables sitios a lo largo del país hasta donde nuestro arte tuvo la dicha de poder acercarse llevado de su mano, no habrían sido los mismos sin la recia presencia de esa mujer que dominaba el más descomunal volumen de obras de tantos autores como canciones quisieran entonar los cantantes o preferir los públicos, sin que importara el tono elegido en cada caso para garantizar el mayor lucimiento de la interpretación.

Tampoco los niños cubanos, tampoco sus propios pequeños hijos, se quedaron sin ser tocados por la varita mágica de aquella hada madrina capaz de armar, con todas las de la ley, una orquesta de muñecos que tarde por tarde, durante tantos años, apaciguara con sus encantos hasta al más travieso desde la pequeña pantalla del televisor; la misma amorosa varita mágica que, codo a codo con su inolvidable co-autora Celia Torriente, la iluminara para trazar las coordenadas de ese barquito de papel cuya proa desde siempre, apuntó hacia una luz diminuta que no debemos perder de vista, imprescindible ahora más que nunca en su incansable abajo la guerra, arriba la paz. Todo eso me viene a la mente cuando pienso en Enriqueta Almanza, la más dulce, la siempre viva.

Almendares, 18 de julio de 2010

"Nostalgia Cubana", interpretada por Elena Burke. En el piano, Enriqueta Almanza