María Muñoz de Quevedo a la luz de nuestro tiempo (+ Video)

A lo largo de mi infancia y adolescencia se me hizo familiar el nombre de María Muñoz de Quevedo. La prensa, las revistas y cualquier otro medio relacionado con el acontecer musical en nuestro país, reflejaban su omnipresencia en los ámbitos pedagógico,  institucional y artístico y dejaban entrever los rasgos de la personalidad única de quien fuera generadora de ideas, impulsora de talentos y, sobre todo, fundadora y promotora del movimiento coral en Cuba en su sentido más estricto.

María Muñoz Portal, gallega de nacimiento, vino al mundo en 1886 y, desde pequeña, demostró un talento musical fuera de lo común. Premiada en varias ocasiones durante la primera etapa de su formación, transcurrida en Cádiz, continúa sus estudios en el Real Conservatorio de Madrid donde, a la edad de 21 años de edad, al concluir esa etapa, recibe por unanimidad, de parte de un jurado de altísimo nivel donde participan figuras como Manuel de Falla y Tomás Bretón, el Primer Premio de Piano. Destacada ya en el campo de la dirección coral, comienza entonces una exitosa carrera como intérprete solista así como en trabajos de conjunto para ejecutar música de cámara. Asimismo estrecha sus relaciones con Falla, bajo cuya dirección amplía sus conocimientos sobre Armonía y realiza estudios de composición.

La cercanía de María Muñoz Portal a su maestro la convierte en una fiel seguidora de su estética, Debe haber sido por eso mismo, que creció en la joven la inclinación hacia lo nuevo, hacia lo que está por descubrir, así como la vocación incontenible por fundar, abrir caminos, aunar fuerzas, iluminar conciencias.

En 1919, recién casada con el ingeniero Antonio Quevedo, cruza el océano en viaje de luna de miel, cumplimentando la invitación para pasar una temporada en Cuba junto a unos familiares. A bordo del barco Antonio López, la pareja advierte, con alegría, la presencia de otro músico -muy joven, por cierto-a quien ya han admirado como primer violín de la Orquesta Sinfónica de Madrid así como en conciertos de música de cámara donde ha  actuado como solista. Ahí está en cubierta, con una gran melena y su enorme pipa, leyendo a Rubén Darío, Amadeo Roldán, listo para iniciar una amistad que más bien parece un amor a primera vista, y presto a desenfundar su violín para alegrar, mano a mano con María al piano, las horas que transcurrirán entre cielo y mar (donde nada está oculto) sin que ambos se den demasiada cuenta -jóvenes al fin-de las dimensiones de una travesía a bordo del espíritu, que está comenzando y no va a tener regreso.

María Muñoz y Antonio Quevedo se prendaron de la naturaleza, de las gentes, del clima de esta Isla y decidieron radicarse aquí por el resto de sus vidas. Luego de una primera etapa de presentaciones de la pianista en recitales y conciertos, la vida de relación con el ambiente musical de la capital y el encuentro con el talento de aquellos tiempos, la llevan a desplegar su energía en el ámbito pedagógico. No tarda en  fundar su propia escuela: el Conservatorio Bach, institución que alcanzó larga vida;  punto de partida hacia la sólida formación de creadores e intérpretes que luego enriquecerían con sus obras el arte nacional. A su colaboración incesante con Roldán, se sumó una estrecha amistad con Alejandro García Caturla que aportó un impulso notable al esplendor con que floreció su talento.

Acciones tan relevantes como la creación de la Sociedad Cubana de Música Contemporánea, un verdadero acto de fe hacia el talento creador y las perspectivas de nuestra música en relación con el panorama del arte universal en su tiempo, contaron  con el  concurso de  altas figuras como Roldán, Caturla y César Pérez Sentenat, a la cabeza de una larga y bien nutrida lista. Este acontecimiento ocurre en un año de tan especial significación para la vida cubana, como lo fue el 1930. Ya en 1927, doña María había fundado la revista Musicalia, que se mantuvo viva hasta 1946 y fue catalogada como una publicación única en su género, abarcadora de temas informativos, impulsora de la mejor crítica, órgano orientado hacia la divulgación, tanto de trabajos musicológicos como de obras recién compuestas por los jóvenes creadores, cuyas partituras se editaban en cada número de la publicación. En este empeño, al igual que en todas las iniciativas que puso en práctica, doña María contó con el apoyo y la participación de Antonio Quevedo quien, a sus facultades como crítico de arte, supo añadir las excelencias de un editor de primera línea.

María Muñoz instó a los compositores cubanos a crear obras pensadas para coro. En 1931 había fundado la Sociedad Coral de La Habana y, con ello, daba inicio a un nuevo capítulo de la música en Cuba, de cuya fructífera descendencia, representada en lo adelante por directores, agrupaciones corales y compositores, queda constancia en las audiciones seleccionadas para ilustrar, hoy domingo, estos párrafos. Sólo unas pocas referencias bastarían para evaluar  el trabajo de esta mujer  al frente de dicha institución, si registramos -por ejemplo-- que en 1933 el público cubano pudo disfrutar de la Novena Sinfonía de Beethoven en un concierto a cargo de la Coral de La Habana y de la Orquesta Filarmónica bajo la dirección de María Muñoz de Quevedo y Amadeo Roldán, respectivamente.

Un serio enfoque acerca de la vida y obra de esta mujer única, da cuerpo al libro María Muñoz Portal: su obra musical en Cuba, cuya existencia debemos a la profesora gallega Irene del Río Iglesias,  y que ha visto la luz en el año 2009, con el auspicio de la Cátedra de Cultura Gallega que desarrolla sus trabajos en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. La publicación ha estado a cargo de la Editorial Arte y Literatura. Un testimonio de primera mano que, a manera de prólogo nos regala María Teresa Linares, quien fuera discípula de la insigne mujer y cantora de la mencionada Coral, nos da la bienvenida a este formidable trabajo de investigación que se apoya -entre otros elementos aunque como base fundamental--en las memorias inéditas de la más cercana colaboradora de doña María: su discípula Delia Echeverría.

Cada noticia, cada detalle y, sobre todo, el cuidado evidente que debemos agradecer a su autora así como a los auspiciadores y editores de este libro, abundan en razones para conmover y asombrar a quien quiera aproximarse al acontecer cultural de Cuba en la etapa comprendida entre 1920 y 1950. No estaba entre mis cálculos, cuando programé esta reseña para que coincidiera con el  primer domingo de la XIX Feria del Libro de La Habana, el dejar constancia de azares que, al igual que aquella coincidencia en altamar entre la artista gallega y el genio cubano, pueden alentar demasiado la fantasía; lo que ocurre es que existen en esta lectura revelaciones como el hecho de que fue precisamente un concierto de la Coral de La Habana bajo la dirección de María Muñoz de Quevedo, lo que dio inicio, el 7 de diciembre de 1942, nada menos que a la Primera Feria Nacional del Libro que tuvo lugar en nuestra historia. Todo esto es sólo un ligero avance en relación con el esplendor de un libro como éste que, con tanta ilusión, recomiendo a los buenos lectores y que -ojalá-encontremos en los anaqueles de muchas librerías.

Almendares, 14 de febrero de 2010



El guayaboso, de Guido López Gavilán, interpretado por el Coro Exaudi, dirigido por María Felicia Pérez