El ciberescenario del mal... y del bien

Los seres humanos nos comunicamos desde que aparecimos como especie en este mundo. La información siempre ha fluido entre nosotros. Empezamos con la palabra gracias a la mutación genética que nos permitió articular sonidos conjuntamente con un cerebro capaz de almacenar lo aprendido. Mucho más recientemente, hace solo unos 6000 años aprendimos a grabar o registrar esa información en forma de escritura sobre soportes duraderos. Y esas tecnologías han seguido mejorándose hasta las verdaderas explosiones de intercambio y almacenamiento de información que trajeron primero su trasmisión por radiofrecuencias y después su procesamiento con medios de cómputo electrónicos durante el siglo XX. En el siglo actual esa capacidad tan grande de intercambiar información se ha popularizado y forma parte de la vida y el universo que muchos portan en sus bolsillos en forma de teléfonos inteligentes.

Durante todo ese tiempo de nuestra existencia como especie, siempre informatizada de alguna forma y nunca antes como ahora, han fluido tanto las ideas de la bondad como las de la maldad. Han existido construcciones para mentir y para construir. Se ha intentado modular, cambiar, alterar, afirmar, diseminar… ¡todo! Se han usado los medios disponibles, sin excepción, desde el discurso presencial hasta los videos en línea.

El intento de evitar el flujo de información siempre ha sido antinatural. Los que lo han promovido pueden obtener triunfos temporales, más o menos largos o cortos. Sistemas religiosos han logrado evitar la diversidad durante mucho tiempo a partir de represiones espirituales, con la amenaza de un infierno por los siglos de los siglos. También recurrieron históricamente a métodos mucho más ardientes para convertir en cenizas bien materiales a los que osaran desviarse.

Algunos experimentos que se autotitularon socialistas en países muy grandes durante el siglo XX lograron estabilidad durante algunas décadas con el monopolio de la difusión informativa. Ese monopolio permitió informar a todos, hasta con altavoces de escucha obligada en todas las esquinas, lo que también permitió engañar y ocultar la verdad masivamente en demasiadas ocasiones sin que se pudieran verificar temporalmente. Pero ocurrió lo esperable. Por una parte, una verdad es extremadamente difícil que se pueda ocultar eternamente. Por la otra sucedió que cuando se decidió abrir la diversidad y transparencia (¿glasnost?) del que un verdadero socialismo debió gozar siempre, aparecieron algunas importantes verdades históricas que se habían informado mentirosa o manipuladamente en su momento. La consecuencia inevitable fue el descrédito de todo, de lo malo y también de lo bueno, ante la opinión pública. Apareció también la esperable manipulación oportunista de estas flaquezas por parte de aquéllos que iban a sacar un buen beneficio de la destrucción del sistema. Y todo se “desmerengó”, como dijera Fidel.

Estas experiencias tienen que reconocerse y nunca olvidarse por los que queremos de buena fe construir lo mejor para las mayorías. Si se desconocen o no se tienen en cuenta conducen a los mismos errores y al mismo destino. Está dolorosamente probado por la historia.

No hay otra diferencia entre el escenario del primer humano que escribió algo en una piedra y el del ciberespacio de hoy que no sea una inmensa multiplicación de los flujos de información y lo que de esto se deriva. Escribir una mentira en la piedra solo alcanzaba a engañar a los que accedieran a ella y supieran leerla. La mentira que se difunde hoy en una red social puede alcanzar millones si se expone eficiente y convincentemente.

Hemos presenciado en estos días el resultado de una acción seguramente planificada en alguna oscura oficina y muy bien financiada. Se usaron redes sociales de rostro amigable para la difusión de mentiras, el ocultamiento o minimización de las consecuencias evidentes del bloqueo económico, la magnificación de nuestros errores y concepciones dogmáticas y la inspiración para destruir la Revolución como “solución” de todos los problemas. Esta acción concertada se desarrolló y sigue desarrollando en el ciberespacio, pero ha conducido a comportamientos en escenarios reales en forma de pronunciamientos en las calles de muchos sitios del país por parte de aquellos que la han acogido.

Si lo hemos podido superar ahora es también y esencialmente con la difusión de información. La única forma de contrarrestarla es con la verdad, pero dicha de forma más penetrante, convincente y eficiente que la mentira. Para eso hay que dominar y desarrollar sabia y científicamente la tecnología informática y las técnicas comunicacionales asociadas a ellas y lograr que todos tengan acceso. Es preciso usar el mismo escenario y las mismas armas virtuales, pero más eficientemente que los mercenarios. Nunca se puede dejar de lado o ignorar ese, ni ningún otro, campo de batalla ni su armamento considerando que nuestras verdades son tan fuertes que ganan credibilidad por sí mismas.

La diversidad de ideas es otra ventaja que el bien puede ganar de esa inmensa capacidad de intercambiar información en el ciberespacio. Las propias leyes de la vida le dan un papel equivalente a la diversidad de opciones y a la estabilidad para su sostenimiento como sistema en este mundo. Si las moléculas en el entorno de la llamada biosfera solo exhibieran estabilidad, la vida no existiría. Su capacidad de diversificación es la que les permitió adaptarse y encontrar supervivencia con la cooperación, originando la vida en sus múltiples formas. Igual ocurre en las ideas. Los propósitos que tenemos como especie de darle a todos sus derechos sin privilegiar a unos pocos a expensas del trabajo de los demás solo se pueden lograr si seguimos desarrollando las diversas formas de hacerlo, independientemente de lo justo y atractivo que haya resultado aprender de otros fundadores la forma en la que ellos se lo plantearon.

El escenario actual de flujo de información diversa e intencionada tanto para lo bueno como para lo perverso solo nos brinda una alternativa a las fuerzas del bien: usarlo más y mejor que las del mal. Nunca abandonarlo, ni reprimirlo, ni aislarnos. Puede ocurrir que en países muy grandes y con idiomas propios se puedan dar el lujo de recurrir a instrumentos de comunicación social masiva nacionales y tener éxito, al menos temporal. Un caso como el nuestro, de país pequeño y con idioma internacional, se ve absolutamente obligado a prescindir de esa opción de singularidad y a jugar en la globalidad. Hoy es internet y sus redes sociales, mañana puede ser cualquier otra tecnología. Pero siempre las fuerzas de la claridad, la humanidad, la libertad, la decencia, la honestidad, la bondad y el interés social y personal de bienestar son las que deben ser más atractivas, cultivarse y extenderse mejor que las opuestas. Y, sobre todo, nunca retirarnos de ese ciberescenario y dejarlo así al libre albedrío y manipulación por parte del mal y la mentira.