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La larga marcha

Antonio Guiteras (1909-1935). Hablando de la Revolución del 30, que se fue a bolina: "Fracasamos porque una revolución solo pude llevarse adelante cuando esta mantenida por un núcleo de hombres identificados ideológicamente, poderoso por su unión inquebrantable, aunados por los mismos principios"

El 22 de noviembre de 1906 nacía en Filadelfia Antonio Guiteras Holmes. Por vía paterna le llegaba la tradición independentista cubana y por vía materna recibía el legado de otro batallar emancipatorio, el de otra isla, Irlanda, de donde era originaria su madre. Instalado en la patria, se fue involucrando en los problemas del mundo que lo rodeaba.

En el enfrentamiento a la dictadura de Gerardo Machado y posteriormente a su secuela de injerencia, sostenida por la mano dura del coronel Batista, alcanzaría su estatura mayor, reafirmando el protagonismo histórico adquirido con su participación decisiva en el llamado Gobierno de los Cien Días, encabezado por Ramón Grau San Martín. Una vil delación condujo a su asesinato el 8 de mayo de 1935, cuando se disponía a embarcar hacia México con el propósito de organizar una expedición armada.

El acontecimiento tuvo profundas repercusiones y acrecentó una aureola que ha acompañado por siempre su memoria. La Revolución le ha rendido justo homenaje. Su nombre identifica importantes instituciones de diverso tipo, incluyendo una termoeléctrica y un central azucarero. Sin embargo, mucho falta por conocer acerca de su obra y de un pensamiento que no dejó huella escrita, aunque se expresó en acciones concretas que iluminan la historia soterrada de la República neocolonial y han constituido fuente de inspiración para combatientes en todos los tiempos.

Antonio Guiteras perteneció a la generación nacida a inicios del siglo XX. Se respiraba en el ambiente la memoria viva de la guerra de  independencia y el sentimiento de frustración ante la realidad tangible de una soberanía castrada que acentuaba un dramático panorama económico. Bajo el manto de una aparente entrada en la modernidad, la miseria invadía los campos, la administración pública era fuente de empleo precario, sujeto a los rejuegos de la corrupción política. Había que fundar la nación y proseguir la larga marcha en favor de la construcción de un país.

El empeño por revitalizar las antiguas aspiraciones tomó cuerpo en los distintos sectores de la sociedad. Los obreros constituyeron sindicatos, las mujeres se organizaron para reivindicar sus derechos, los estudiantes sentaron las bases de su federación, orientada no solo a sacudir las estructuras de una universidad anacrónica, sino a proyectar su acción en el más ancho espacio de la sociedad.

También los intelectuales encontraron su particular forma de agrupamiento. Lo hicieron en torno al llamado Grupo Minorista. De la mano de Rubén Martínez Villena diseñaron un programa que reclamaba una auténtica modernidad, asentada en el redescubrimiento de los valores de lo propio. Para tender puentes hacia el conjunto de la sociedad, asumieron tareas periodísticas en revistas culturales de indiscutible valía y en la prensa plana en procura de interlocutores de raigambre más popular. La sociedad toda se estaba movilizando y las diversas fuerzas actuantes convergieron, en los años 20, en la promisoria cristalización de lo que Juan Marinello definió como «década crítica».

Poco a poco, en el seno del sentimiento antinjerencista se perfilaba el germen de la conciencia antimperialista. Cuba no permanecía al margen de los avatares del mundo. En Europa había estallado la Revolución de Octubre y en nuestra cercanía, la Revolución Mexicana no se limitaba a derribar una dictadura. Se extendía por el inmenso territorio del país en reclamo de una sustancial transformación de las estructuras agrarias. En nuestra América, plagada de dictadores al servicio del sistema dominante, se afianzaba la comprensión de la necesidad de luchar contra la supervivencia de las «costras del coloniaje» para acceder a la segunda y verdadera independencia.

En Cuba, aferrado al poder en una situación que apuntaba hacia una reciente radicalización revolucionaria, Machado cometió crímenes sin nombre. Alguna víctima suya fue a parar al vientre de los tiburones. Su mano alcanzó a Julio Antonio Mella en México. Su derribo fue el resultado de una incontenible movilización popular.

En el enfrentamiento a la dictadura, Guiteras había comprendido que el objetivo de la lucha no podía limitarse a sustituir al dictador con un regreso al estado precedente.

Como luchador clandestino, diseñó su propia estrategia. Sin abandonar sus acciones en la capital, valido de su trabajo de viajante de farmacia, recorrió el país. Estableció bases de apoyo en la provincia de Oriente y se propuso un intento fallido de tomar el cuartel de San Luis. En su breve función como ministro de Gobernación durante el mandato de Grau San Martín, en noches sin sueño desarrolló un laboreo febril. Afrontaba a la vez las vacilaciones del presidente y las señales de traición evidentes en la conducta del coronel Batista.

Tuvo la audacia de intervenir la Compañía de Electricidad, en abierto desafío a los intereses norteamericanos radicados en la Isla. El gesto le ganó una inmensa popularidad y dejó su nombre inscrito para siempre en la memoria colectiva.

Con la instauración del gobierno Batista-Caffery-Mendieta se le impuso la vuelta a la clandestinidad. Comprendió al cabo que la solución a los males del país, por la profundidad de su raigambre, planteaba la necesidad de la lucha insurreccional. Con un puñado de colaboradores cercanos organizó la partida hacia México para agrupar en el país vecino las fuerzas revolucionarias. Traicionado, cayó en El Morrillo. Junto a él, realidad y símbolo, el venezolano Aponte, antiguo combatiente sandinista en Nicaragua. En la larga marcha hacia la emancipación, Antonio Guiteras aparece como indiscutible figura precursora.

(Tomado de Juventud Rebelde)