Irma Vanegas Arroyo: Fidelidad y ternura

Raúl e Irma Vanegas.

Nuestro embajador en México Pedro Núñez Mosquera, me acaba de comunicar la triste nueva. Hace dos días falleció en su hogar del legendario Tepito mexicano, la última heroína de una estirpe de patriotas: Irma Vanegas Arroyo, la hermana de Joaquina y de Arsacio, la “Mariana” mexicana, que acogió como hijos a los más de cuarenta futuros expedicionarios del Granma, que tuvieron por refugio seguro el humilde hogar del número 27 de la Calle Penitenciaría, muy cerca de la antigua prisión de Lecumberry.

Descendientes del famoso grabador mexicano Antonio Vanegas Arroyo, impresor del artista José Guadalupe Posada, tuvo el joven Fidel Castro la dicha de conocer, durante los días tremendos del exilio mexicano, al luchador profesional Arsacio Vanegas, amigo de Kid Medrano, también luchador y esposo de la excelsa cubana María Antonia González. Arsacio, entregado a Cuba, fue el alma de aquella familia de amplio corazón, uno de los más preclaros ejemplos de la hospitalidad e inmensa bondad que siempre encontraron en la patria de Juárez los revolucionarios cubanos en todos los tiempos, la misma que halló la familia Martí en Manuel Mercado.

La vida de la familia Vanegas Arroyo quedó marcada por la Revolución Cubana. Arsacio entrenó en defensa personal a los futuros combatientes.

La noble y tierna Irma y la siempre sonriente Joaquina, colmaron de atenciones a quienes se preparaban para llevar la definitiva libertad a la mayor de las Antillas. Ambas protegían a Raúl y lo cuidaban como a un hermano menor, ocultándole a Fidel sus escapadas nocturnas como aprendiz de torero. Atendian, curaban y alimentaban a quienes llegaban lesionados o víctimas de torturas tras las detenciones policiales. Irma, en un gesto de total identificación con aquel contingente de quijotes, nombró Raúl a su hijo, en honor al hermano menor del líder de la futura Revolución.

Su casa sigue siendo el museo vivo más importante de la Revolución cubana en México. Vivo, pues Arsacio, Joaquina e Irma, supieron educar a toda su familia en el amor a Cuba y a las más nobles causas de los revolucionarios del continente. Allí conservan el pijama de Fidel, la mochila con que el Che intentaba ascender el Popocatepel y la guillotina con que este trabajaba la fotografía. Más de una decena de objetos y fotos permanecen resguardados por la familia en espera del visitante cubano, sin distinción de jerarquías, que quisiera conocer la casa campamento en pleno Distrito Federal.

La buena Irma y la jovial Joaquina, preparaban fiestas para los niños y adolescentes hijos de los funcionarios de la de Embajada Cubana y les mostraban las joyas revolucionarias. Más de una vez brindaron medicamentos de su modestísima farmacia de barrio, para algún enfermo cubano. A Cuba pedían poco: que no los olvidaran. Y daban mucho, en especial amor desbordado y objetos para los museos relacionados con la epopeya de la Revolución.

Un día, durante una recepción por el aniversario de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, militares extranjeros preguntaron al agregado militar cubano, quienes eran aquellos viejitos que tal escuadra, encabezaban el protocolo de la recepción. “Son los garantes de la Revolución Cubana, humildes héroes de pueblo, con corazones de gigantes. Sin ellos, la Revolución no hubiese sido posible,” contestó. Allí estaban Alfonsina González, Alicia Zaragoza, Clara Villa, Antonio del Conde y Pontones “El Cuate”, Arsacio, Joaquina y la tierna Irma, quien hoy nos deja físicamente, quedando en el recuerdo de todos los cubanos, la dulzura de su trato y la fidelidad eterna a nuestra Revolución.