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La innovación en nuestro Socialismo (IV): El liderazgo

Fidel Castro utiliza uno de los primeros prototipos de computador personal durante un recorrido por el Oriente de la Isla, en febrero de 1970. La máquina la utilizó para el análisis estadístico de los resultados de la Zafra de los Diez Millones. Foto: Liborio Noval.

En 1965, hace más de medio siglo, todavía los sistemas de cómputo electrónico eran equipos de acceso privilegiado para aquellos pocos con los recursos y preparación para su utilización. Pero mucho se movía en esta dirección pues estos resolvían muy eficientemente acciones tan intrínsecamente humanas como las de procesar información y calcular. Aunque no era muy imaginable entonces, el destino de las computadoras era el de una ubicuidad casi divina. Actualmente ocurre que las tenemos hasta en los bolsillos, en forma de teléfonos inteligentes.

Entonces, tanto las necesidades de la ciencia y la tecnología, como el mercado halaban el progreso. Los pocos modelos de computadoras que existían se vendían por precios increíblemente superiores a los costos intrínsecos a su producción pues lo que tenía más valor era saber construir las computadoras, no ellas en sí mismas. Solo unos pocos sabían hacerlas.

En ese año apareció en el mercado una computadora que podía tenerse en una mesa de trabajo bien acondicionada. Las más comunes hasta entonces requerían de instalaciones muy especiales y costosas, lo que limitaba considerablemente el acceso de los usuarios, que era imprescindible para su rendimiento real. Esa computadora fue diseñada, producida y comercializada por la firma norteamericana Digital Equipment Corporation (DEC) y se llamó PDP-8. Ante el éxito de su demanda, se produjeron muchos modelos basados en el diseño original. Su última versión, siempre incorporando innovaciones, se produjo y comercializó en 1978.

A Cuba llegan en 1968 las noticias de la existencia de ese equipo, y hasta se logra disponer de los manuales de utilización y reparación de un exitoso modelo sucedáneo, la PDP 8 L/1. Ocurrió gracias a la existencia de un núcleo creativo e innovador de potenciales usuarios de los sistemas de cómputo en el área de neurociencias del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC). Esta formidable institución de investigaciones era entonces un vicerrectorado de la Universidad de La Habana (UH) y estaba dirigida por el Dr. Wilfredo Torres Iribar, un entusiasta y culto médico hematólogo, promotor de la ciencia. La UH tenía como rector al Dr. José Miyar Barruecos (Chomi), otro entusiasta de la innovación y del saber. El vicerrector de investigaciones era un tecnólogo y buen organizador, el Ing. Marcos Lage Coello. El país estaba dirigido por Fidel, el hombre que vio nuestro futuro en la ciencia, cuando eran pocos los que apreciaban esas cosas, ni siquiera en el propio ambiente revolucionario mundial. Una conjunción de liderazgo y relaciones personales y sociales como esa es difícil de superar en cualquier escenario de este mundo.

Se hizo lo que había que hacer. La entonces multidisciplinaria UH permitía que tuviéramos una joven y pujante Facultad de Tecnología en la CUJAE, un buen grupo de programación en la Facultad de Ciencias, y utilizadores en el CNIC, todo en la misma institución. Una gestión correcta de la innovación, desde los fondos de inversión a riesgo del gobierno central hasta el entusiasmo temerario de los jóvenes que se dispusieron a ello condujo a la creación de la primera computadora cubana. Se trató de la CID 201, que era como la PDP 8 y muy similar en sus prestaciones. Apareció solo unos meses más tarde de que aquel icono de la tecnología de última generación se lanzara en el mercado norteamericano. Las siglas respondían al Centro de Investigaciones Digitales (CID) de la Facultad de Tecnología de la UH, donde los creadores principales eran el Ing. Orlando Ramos Fernández (1938-1990) en el diseño y el Ing. Luis Julián Carrasco Pérez en la gestión. También apareció el lenguaje de programación LEAL para esa computadora, una mezcla de autocódigo y superlenguaje que probablemente era el único que usaba en ese tiempo comandos en español.

Cuando la CID 201 fue terminada, se le programó la capacidad de jugar ajedrez, y uno de sus primeros contrincantes fue Fidel. La anécdota contada solía acabar ahí. Solo muchos años después se divulgó que la computadora le había ganado las dos veces al líder de la Revolución. Y para un buen gestor como él, eso fue más que suficiente para que continuara apoyando el progreso de ese proyecto.

La CID 201 y sus sucedáneas, como la familia de la CID 300, dio lugar a una industria de medios de cómputo en Cuba que llegó a tener un lugar comercial con algunas exportaciones y aplicaciones en países de África y América Latina. Desafortunadamente, por muchas razones entre las que se encontraba el bloqueo de los EE.UU., no podíamos competir, ni siquiera a una distancia honorable, con lo que ocurría en el resto del mundo en este campo. Nuestra computadora así no progresó como debía y las últimas se produjeron en los primeros años de la década de los años 90.

El liderazgo debe promover y facilitar la innovación. El ejemplo que se expone de la computadora cubana, probablemente uno de los éxitos tecnológicos más importantes de nuestro pequeño país, es un paradigma. No hemos mencionado a las personas como Ramos, Carrasco, Torres, Lage, Chomi y Fidel solo por rendirles el honor que merecen, sino porque sin ellos en las posiciones que ocupaban, el espíritu innovador que los guiaba y con las capacidades de que disponían, el potencial innovador de alta tecnología que existía no se hubiera podido aprovechar.

Una parte importante de la promoción y éxito de la innovación en cualquier circunstancia está en el liderazgo y en cómo se usa para ello. Eso es imprescindible en condiciones de un mercado abierto y competitivo, donde la cooperación y los eslabonamientos solo se logran mediante una gestión eficiente y audaz. El ejemplo que usamos demuestra que es preciso que se tenga también cuando la economía de un país tiene como propósito el bienestar de toda la sociedad, en un buen socialismo. Es algo que Fidel practicó sistemáticamente en su muy especial política de cuadros, con muchos más éxitos que los inevitables fracasos que también ocurren en acciones de riesgo intrínseco, como es la innovación.

En una sociedad civil progresista como la nuestra debería ser imprescindible incluir en la evaluación periódica de los jefes indicadores de su demostrado éxito, su iniciativa, su creatividad, y hasta de su audacia responsable en el momento de hacer avanzar el frente productivo o de servicios por el que responden. Nuestros jefes califican actualmente a sus subordinados en todo el sector público cubano solo sobre la base del gran indicador del “desempeño”. Sus componentes principales están en la responsabilidad, el orden, la subordinación a los niveles superiores, el cumplimiento de los planes y la buena administración de los recursos de todo el pueblo que se colocan en sus manos. Eso está muy bien, pero claramente no es suficiente ni promotor del avance. Tendríamos que introducir cambios esenciales también en este aspecto, aprendiendo de nuestras propias experiencias, como fue el caso del papel del liderazgo para concebir y crear la computadora cubana.

Fidel comparte con pioneros en el Joven Club Central de Computación. Foto: Liborio Noval/ Sitio Fidel Soldado de las Ideas.