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La llave de la disciplina

Foto: L Eduardo Domínguez/ Cubadebate

Si de disciplina se oye hablar, la primera asociación mental que hacemos es con los militares; aunque de una redundancia se trata, puesto que sin ese valor conceptual ninguna institución armada puede alcanzar lo que se propone.

Por el contrario, si la indisciplina cunde en las filas, la derrota sobreviene, y así lo aprendimos de las postrimerías de nuestra Guerra de los Diez Años, cuando se convirtió en uno de los factores que dieron al traste con el empeño independentista.

La disciplina es mucho más que un instrumento para garantizar la indispensable cohesión combativa en ámbitos castrenses y circunstancias bélicas, puesto que consiste en una doctrina, una instrucción moral para la observación de las leyes, ordenamientos laborales, profesionales y sociales, que atraviesan la vida toda de instituciones y comunidades.

Quién se atrevería a ignorar, por ejemplo, que detrás de un artista exitoso y querido, un escritor y escritora cuyos próximos libros aguardamos expectantes, un recordista deportivo, los protagonistas de los polos científicos a punto de aportar un nuevo medicamento que salve vidas, ha sido el ejercicio de una rigurosa disciplina consciente, en cada caso, una de sus principales fortalezas.

Parece comprenderse con claridad que cada quien aprendió e incorporó las normas y reglas de actuación. El concertista, las horas de entrenamientos; el cirujano, los procedimientos previos al acto quirúrgico; maestros y profesores, la eficaz preparación de clases; o los periodistas, al igual que  los obreros en las fábricas,  la disciplina tecnológica en pos de fluidas cadenas creativas y productivas.

Sin embargo, mucho más difícil y más bien desafiante se proyecta conseguir el debido encaje de la disciplina social, la que sobre todo atañe a las interrelaciones entre ciudadanos y prestadores de servicios, entre ciudadanos y recursos comunitarios y medioambientales.

He de admitir cuánta sensación de impotencia provocan las desoídas prédicas y campañas de líderes y medios informativos, si en lugar de atender y acatar los mensajes, al contrario, por desidia, ignorancia  o mala intención, continúan haciendo de la capital un basural en las esquinas, despilfarran sin piedad el agua que mañana faltará, contaminan sonoramente el ambiente, y lo que es peor, saquean de obras recién inauguradas cuantos medios pueden en una suerte de suicida autofagia social.

Tampoco podemos arredrarnos ante tales inconvenientes, y no seguir apostando a la educación ciudadana desde las edades más tempranas.  Pero, ¿será suficiente? Me resulta diferente a lo que he constatado elogiosamente en localidades de otras provincias, y en otros países visitados, en los que acaso severas legislaciones sancionadoras y agentes que velan por su cumplimiento  juegan su papel. ¿Por qué no aquí también?

La disciplina es una llave maestra sin la cual no habrá ciudad que funcione ni país que prospere.

(Tomado de Granma)