Fidel, inmortalmente victorioso

Yo soy Fidel. Foto: Raúl Abreu / Cubadebate.

Fidel no solo es inmortal sino inmortalmente victorioso.  A pesar del odio destilado por una minoría rabiosa de derechistas y conservadores, la inmensa mayoría de pueblos y gobernantes del mundo –incluyendo a no pocos que conciben al socialismo como una amenaza-, no ocultaron su consternación por el fallecimiento del ser humano que con hechos y palabras ha trascendido la historia para no irse nunca más.

Y de eso dio cuenta el pueblo –por emplear el concepto aportado por Fidel en la Historia me Absolverá para hacer referencia a los explotados y oprimidos por el capital-, en el acto de homenaje que los cubanos y las cubanas le ofrendaron en la tarde-noche del martes 29 en la Plaza de la Revolución José Martí de la ciudad de La Habana. Pero también las decenas de miles de personas que con las lágrimas en los ojos esperaron por horas el paso de la Caravana de la Victoria que partió de La Habana rumbo a Santiago de Cuba, donde los restos del Comandante Eterno fueron inhumados.

La inmortalidad victoriosa de Fidel no tiene lugar a la duda. Con el triunfo de la revolución en enero de 1959 se abrió una ola emancipadora en América Latina que dio lugar, en medio de avances y retrocesos, a la ampliación de derechos y a la constitución de gobiernos progresistas y revolucionarios a partir de 1998, cuando “el mejor amigo de Cuba”, Hugo Chávez, ganó las elecciones en Venezuela y dio paso a una seguidilla de procesos de cambio en otros países. Pero tras la muerte del líder bolivariano, la derrota electoral en Argentina y la destitución inconstitucional de Dilma Rousseff en Brasil, el imperio esperaba –a través de sus políticos e intelectuales- que la muerte de Fidel representara el fin de ese período abierto en la década de los 50 del siglo pasado.

Pero el imperio no tuvo tiempo ni para festejar la inexistente victoria. El Comandante Eterno volvió a agriar la garganta de los que solo quieren la libertad para ellos e invicto se anotó otra victoria.  En la Plaza de la Revolución, más de un millón y medio de personas hicieron retumbar La Habana cuando a la pregunta del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, de ¿dónde está Fidel?, en un solo grito al unísono respondieron: ¡Yo soy Fidel¡ ¡Yo soy Fidel! ¡Yo soy Fidel!

Y el estribillo que espontáneamente brotó de la garganta de ese millar y medio de cubanos y cubanos es un reflejo de dolor. No cabe duda. Pero es algo más que dolor. Es la posición política de reafirmación del respaldo al proyecto socialista construido por Fidel en casi seis décadas de criminal bloqueo estadounidense. La magnitud de la respuesta no se la esperaba ni el gobierno cubano que con Raúl Castro a la cabeza lleva adelante la aplicación de los nuevos lineamientos de actualización del modelo económico. Fidel volvió a sorprender, incluso a los suyos.

Fidel, aquel estratega político-militar que nunca dejó de actuar como guerrillero (golpe por sorpresa), se salió nuevamente con la suya: pasó a la inmortalidad el mismo día que, como hace 60 años, partió de México en el yate Granma rumbo a Cuba para iniciar la lucha armada victoriosa, pero además le insufló a la revolución de la energía y la fuerza necesarias para enfrentar la amenaza imperial. ¡Yo soy Fidel¡ ¡Yo soy Fidel! ¡Yo soy Fidel!, es también un grito que muestra que la tercera ola emancipadora abierta en enero de 1959 sigue siendo no solo necesaria, sino posible para nuestros pueblos en su lucha por la liberación.