Iniciativa, emprendimiento y socialismo cubano

Uno de los interesantes eventos ocurridos durante la reciente visita del Presidente de los Estados Unidos a Cuba, trasmitido a todo el país, fue la culminación de un foro empresarial. Allí tuvimos la oportunidad de atender a los promocionados éxitos de jóvenes emprendedores cubanos y norteamericanos. Hubo presentaciones de pequeños y grandes emprendedores. Correspondían al sector privado nacional y extranjero y también al de la propiedad del estado cubano.

Sin embargo el sabor fundamental que muchos apreciaron en toda la actividad radicó en la exaltación del eficiente emprendimiento de las iniciativas privadas, sobre todo las que usaban tecnologías novedosas. Se presentaron aquéllas con un éxito probado. La construcción económica de la sociedad norteamericana, su riqueza y competitividad en el mundo, descansa en gran medida en la cultura generalizada de buscar y admirar siempre lo nuevo y potencialmente productivo. Emprenden invirtiendo en las innovaciones prometedoras, incluso a riesgo de pérdidas importantes si se fracasara comercialmente por algún motivo no previsible. Esto se constituye en una parte importante de la conciencia social de ese país.

Una rápida revista a nuestro sistema de promoción de la innovación y el emprendimiento nos mueve a la reflexión. Por ejemplo, las patentes de invención concedidas en un país (también en Cuba) son las certificaciones de propiedad intelectual de las innovaciones. El conocimiento o la forma de hacer que se patenta es protegido por la ley y nadie puede lucrar u obtener beneficios económicos de ese conocimiento sin la autorización expresa del dueño que la registró, sea individual o corporativo. El estado cubano sería un dueño corporativo de aquéllas patentes que se registren a nombre de una institución de todo el pueblo cubano.

Por lo tanto, el número de patentes de un país mide la vitalidad de la producción de innovaciones potencialmente productivas económicamente. Según nuestro anuario estadístico, pasamos de 59 solicitudes nacionales de patentes en 2009 a solo 29 en 2014, con una cadencia más o menos regular de descenso anual. Este indicador es solo un resumen de muchos aspectos dignos de tener en cuenta y su situación y solución merecería una reflexión sistémica que desborda los marcos de esta nota y de este autor.

Una acción nacional importante de innovaciones en nuestro entorno se constituyó hace años con los iniciales “foros de piezas de repuesto”, convertidos más tarde en “foros de ciencia y técnica”, del último cuarto del siglo XX. Entonces se ejercitó la promoción de la capacidad innovadora del cubano en una economía de la que nos sentíamos como constructores protagónicos. Además, el estímulo positivo de la dirección revolucionaria y el negativo del bloqueo económico y de nuestras insuficiencias de gestión convirtió a la invención y la innovación en un valor social, de forma parecida a lo que ocurre en el país del norte. Pasamos de la conciencia unamuniana de “¡Que inventen ellos!” durante la república de 1902 a la cubana y revolucionaria de “¡Inventa tu maquinaria!”.

¿Cómo se puede cambiar y evitar perder estos valores? No parecen existir referentes en la formación social de Europa oriental de la postguerra, tan apreciada por muchos, donde se promoviera este tipo de acciones como tarea social prioritaria. La rígida planificación central lo impedía, como en su momento lo señalara el Che. Solo tenemos la referencia del capitalismo norteamericano que señalábamos más arriba y la de nuestras propias experiencias, teniendo en cuenta los tiempos en los que se produjeron.

Tendríamos que desarrollar iniciativas para promover la iniciativa. No es efectivo hacerlo con consignas ni metas. Nadie pudo planificar centralmente la invención de la rueda, ni la de la caldera de vapor, ni el descubrimiento einsteniano del defecto de masa que condujo al aprovechamiento de la energía nuclear. Es irónico que vivamos en una sociedad donde la iniciativa y la invención de todos los cultos y bien educados cubanos es frecuentemente una tabla de salvación para todo, renovado esto desde los tiempos de la crisis de los años 90. Deberíamos disponer de un floreciente y eficiente sistema de promoción de las innovaciones y tecnologías más novedosas. Estas podrían convertirse en un valor social mucho mayor que cualquiera de nuestras actuales fuentes de riqueza económica.

Si entendemos realmente el socialismo como una formación social “hecha a la medida”, diseñada para el bienestar y al servicio del hombre, entonces los procedimientos que implantemos para promover las iniciativas debería quedar mejor que el del capitalismo. ¿O no es así?

Por nuestra mente pasan varias alternativas posibles para esto, como seguramente ocurre en la mente de cualquier lector de estas líneas con sentido común. ¿Por qué no las discutimos e implantamos las mejores? Y cuanto antes mejor.