El San Luis cumplió 47… y va por más

El estadio, con mejores o menores galas, se convierte en la casa grande de los jugadores. Ahí conviven una buena parte del tiempo, entre entrenamientos, juegos, reuniones, o las excelencias y vicisitudes del comedor. En fin, llegan a tenerle una estima cual si allí hubieran nacido. Por sus alrededores también discurren los amores furtivos. Unos más, otros menos, cada cual lo llevará consigo.

Una ceremonia en el estadio Capitán San Luis en 1991. Foto: Archivo.

Una fecha antes del nacimiento del Capitán San Luis, los mismos equipos dejarían inaugurado el remozado parque de Minas de Matahambre, al que se bautizó Ramón González Coro, en honor al Comandante del Escambray, que pocos días antes del triunfo de 1959 perdiera la vida en una acción en la Audiencia de Santa Clara, cuando dirigía el Comando Sanchidrián para rescatar a un compañero de armas. Nuestro vecino Monguito y toda su familia, estuvieron vinculados a la pelota minera.

La ciudad de Pinar del Río tuvo sus estadios, algún día hablaremos de ellos. Solo recordar que en el Atenas Park de los años treinta y cuarenta, de la Calle Sol, se desempeñaron jugadores de la talla de Martín Dihigo, Napoleón Reyes, Cando López, Conrado Marrero, Orestes Miñoso, Napoleón Reyes, Raymundo Gavilán y tantísimos otros. Pero un buen día de los cuarentas, el alcalde decidió demolerlo, pues "no debían hacerse juegos en la zona urbana". Y la ciudad se quedó sin estadio.

Entonces, a mediados de esa década, la pléyade de jugadores del terruño y foráneos, se vieron obligados a desplazarse hacia el Borrego Park, en las afueras de la ciudad. Pero la instalación no reunía los requisitos elementales para efectuar juegos de las flamantes Series Nacionales, donde a partir de la temporada 1967-1968, la provincia tuvo dos equipos: Pinar del Río y Vegueros. Provisionalmente, jugaron en los terrenos del Ateneo Deportivo, prácticamente sin gradas.

Y surgió una solución salomónica. Los juegos nocturnos se efectuarían en el acogedor estadio de Bauta, próximo a la capital. Allí comenzarían a brillar algunos, pero persistía la desilusión. ¿Cuándo tendremos un estadio con todas las de la ley, incluidas las luces? Comidilla del minuto a minuto. Ni siquiera podíamos ver los desafíos por la tele, ya que andábamos por los lugares sotaneros.

Las condiciones objetivas y subjetivas se fueron creando, hasta que un buen día el pueblo se echó encima la tarea. En el país existían dos estadios con semejante diseño constructivo: El Augusto César Sandino de la entonces provincia de Las Villas y el Cándido González, del Camagüey agramontino. Más de un año se necesitó para dejar listo el San Luis.

No se hablaba de otra cosa. La otrora Cenicienta lo necesitaba. ¿Sueño alcanzable? Millones y millones de pesos era el escollo principal para la obra, pero a la voluntad de acero no se anteponen las fortunas. Cuando comenzó a removerse el terreno, se pensó en grande. Motoniveladoras, buldóceres, toneladas de cabillas, cemento y arena, con la tierra por doquier, convirtieron una finca antaño, en fértil semilla beisbolera. Todos con granitos de arena. Dirigentes, obreros, estudiantes, atletas, peloteros fundadores. Gente luchando contra olvido de siglos. Allí, como el primero, estuvo el comandante Julio Camacho Aguilera, principal impulsor de la obra, quien fue un constructor más.

Comandante Julio Camacho felicita a los Vegueros. Foto: Archivo.

Desde el 19 de enero de 1969, el estadio Capitán San Luis se convirtió en símbolo del nacimiento y desarrollo de un béisbol de clase mayor. Se manejaron otros nombres, pero a la postre se impuso el del Mejor Hombre de la Guerrilla del Che. Por esa instalación ha desfilado lo que más vale y brilla de la pelota cubana y foránea, con torneos de nivel mundial. Ha albergado encuentros políti¬cos y culturales.

La noche del julio de 1971, cuando Noemí Roig con su escultural figura se coronó Estrella del Carnaval, después de pasar con elegancia sin igual las pasare¬las ubicadas en la grama interior, comenzó a ser más bella nuestra instalación. Se unieron deporte y arte, a través de la belleza femenina. Cualquiera de las Luceros pudo imponerse; algunos esperaban a Cary Armas, otra beldad, o a Maritza Rodríguez. Pero Noemí brilló en piel de lujo, al estilo corintio griego, impregnado de la belleza helénica, con progenie criolla. Después, en una no popular decisión, suspendieron tales certámenes.

Noemí Roig. Foto: Archivo.

También, por aquella época, el catalán Joan Manuel Serrat, quien cargaba muchos años menos, cantó a estadio repleto para los vueltabajeros, que aplaudimos su jerarquía artística. Con La Nana de la Cebolla hizo llorar a más de una seguidora y estremeció a cuantos lo admiramos. Allí se han realizado otras muchas actividades culturales, políticas y deportivas. Poco más acá se presentó Álvaro Torres a estadio repleto.

Pero el estadio necesita quien lo atienda. Esas fechas y las demás, han pasado por las manos de Apolinar Liborio Barrios Ríos, sencillamente Polo, una figura entrañable de nuestro béisbol, quien nació el 23 de julio de 1922 y anda por el pueblo y el estadio como un jovenzuelo, concluida la primera década más un lustro del siglo XXI.

Tomás Valido (izquierda) y Apolinar Barrios. Foto: Archivo.

Pinar del Río no era el equipo más fuerte de la provincia. Bien lo sabía Ismael Gallego Salgado, otrora receptor de la Liga Amateur de Cuba en su Artemisa natal, cuando le dieron las riendas. La temporada anterior habían ganado 12 juegos y en la fundadora del Capitán San Luis conquistarían 43. Había que estar en el terreno para aquilatar el hecho en su verdadera dimensión. ¿Un presagio?

¡Y llegó la fecha inaugural! Cuando Pinar del Río y La Habana salieron a la grama aquel 19 de enero de 1969, todos vibramos con ellos. Existía la certeza del estadio y no nos conformamos con semejante regalo. Queríamos un día ser campeones, para arrancar más aplausos que rechiflas. Quizás por eso ahora llevamos en los hombros dieciséis títulos, entre Nacionales y Selectivas. Ninguna provincia ha ganado más, desde que tuvimos equipos.

El Gallego le dio la bola a Gerardo Hernández, un zurdo de Puerto Esperanza que tiraba duro, sin buen control. Métodos psicológicos ante la famosa Tanda del Terror. Algunos, como Asdrúbal Baró, un recio toletero del béisbol profesional recientemente fallecido, entonces entrenador en Vueltabajo, aconsejaban la inteligencia y el buen lanzar de Raúl Martínez; Polo Álvarez no podía hacerlo ese día. Y retumbó la voz de ¡play ball!

Raúl Martínez. Foto: Archivo.

El zurdo no se hizo justicia, permitió una carrera y llenó las almohadillas. Entonces, rezongando como casi siempre, el manager llamó al minero Raúl Martínez, con su experiencia industrialista y varias series en las costillas. El derecho dominó al siguiente bateador y no hubo más anotaciones en el primer inning. Después vendrían otras cinco por los de la capital, sorteadas con temeridad espartana, incluido el primer jonrón, salido del bate de Armando Capiró y otro a continuación, de Agustín Marquetti. A la altura del quinto, el pequeño gigante Osvaldo Cruz (Papito), bateó de emergente por el pitcher, pero el daño era irreversible. En el sexto comenzó a llover. San Pedro se vistió de verde y dejó caer con furia aquella agua ermitaña, bautismal.

La temporada 1968-1969, cuando el hombre daría vueltas por la Luna, fue inolvidable. Aprendimos a obtener victorias y un pitcher anduvo sobre los demás: Raúl Álvarez (Polo), de Santa Lucía, quien ganó 15 desafíos y a los camagüeyanos les estampó un juego de cero hit cero carreras en Bauta. Fueron notables los bates de Lázaro Cabrera y Adalberto Suárez; la maestría de Felipe Álvarez y Santiago León (Chago); los fildeos de Tomás Valido con su brazo de cañón y el coraje de José Shueg en la antesala. Miguel López y Luis Miranda hicieron de las suyas en los jardines y Nilo H. Delgado fue el oportuno de siempre. Cada cual puso el alma para abrir la senda que después ha dado tantos campeonatos.

Algunos ya no están: Braulio Rodríguez (Chiche), Miguel López, Raúl Martínez, el propio Polo, el minero Juan Serrano (Bololo), todo fibra, con fortísimo brazo; el enmascarado Máximo Ramos; el lanzador Lázaro Capdevila, Rolando Barreras (Jalisco), ocurrente entrenador y Asdrúbal Baró, entre otros. Para ellos, el recuerdo infinito.

Y en la entrega de generaciones marronas y verdes:

De Polo y Salgado, brotó un Rogelio que se convirtió en Lazo, Yosbany y Moinelo.

De Valido y Fidel Linares, sus propios hijos.

Por tales jardineros llegarían Casanova, Madera y Fernando.

De Lázaro y Adalberto Suárez emergió Saavedra.

Herederos de Shueg e Hirám Fuentes, han sido Omar y Donal Duarte.

Con Felipito Álvarez y Urquiola hacia Carmelo Pedroso y Castillo.

De Chago: Roilán Hernández, Felo Iglesias, Giraldo, Olivera y Valdés.

De Chiche el Catcher y Escudero, el genio de Juanito Castro, hacia Quintana y Olber Peña.

Del Gallego y Quicutis, tomaron las riendas Francisco Martínez de Osaba (Catibo), Charles Díaz, José Miguel Pineda, Jorge Fuentes, Urquiola y otros, ahora con Gallardo.

Y las voces inconfundibles, por más de cuatro décadas, de Julito Duarte y Sebastián Ferrer (El pichazo), llegadas de Ramón Corona, Rafael Cao Fernández, Vivo Cartaya, Antolín León, Roberto Pacheco, y otros.

En los 47 años del Capitán San Luis se han vivido momentos memorables; recordaré algunos:

-Con el Vegueros de 1978, el zurdo Maximiliano Gutiérrez se cubrió de gloria, al instaurar un récord que perdura. El Maxi alcanzó la cifra de 47,1 entradas lanzadas sin permitir carreras, la mayor parte en el San Luis.

-El 8 de abril de 1997, Omar Linares disparó 4 jonrones ante Villa Clara, con el Pinar del Río de la Copa Revolución, y poco faltó para que fueran 5.

-La fría noche del 20 de enero del 2000, Faustino Corrales, un zurdo de velocidad y curvas endemoniadas, con el Pinar del Río retiró por la vía de los strikes, nada más y nada menos que a 22 holguineros.

Cuatro juegos sin hits ni carreras han visto, hasta el sol de hoy, los graderíos del San Luis:

-Aniceto Montes de Oca, un lanzador de la mano equivocada, con los Azucareros del centro del país, lo logró frente al Pinar del Río, el 21 de enero de 1971.

-Porfirio Pérez, aquel camagüeyano de movimientos heterodoxos sobre el montículo, que llegó a Vueltabajo para quedarse, el 27 de diciembre de 1977, con Forestales logró la hazaña ante Provincia Habana.

-Julio Romero, con el Pinar del Río de la IX Serie Selectiva, lo alcanzó el 9 de marzo de 1983, ante los Camagueyanos.

-Y Rogelio García, también con Pinar del Río, se lo endilgó a los Serranos de la XIII Selectiva, el 22 de marzo de 1987.

Nuestros peloteros, a partir de aquel 19 de enero de 1969, cuando tuvieron el Capitán San Luis, miraron al infinito y ahí están. Causa y consecuencia, muralla inexpugnable, siembra de talentos. Semilla y frutos. Pero por sobre todas las cosas, pertenecen a un pueblo en el diamante que los quiso, quiere y querrá, que siempre sabrá aplaudir donde hubo un error, llorar las desgracias de sus ídolos y tomarse una fría en campeonatos a sus pies, que avanzan hacia la veintena.

El San Luis, año tras año reverdece laureles. ¡Y va por más!

Estadio Capitán San Luis en Pinar del Río. Foto: Archivo.