El sabor de la mezcla inesperada

“¡¿Qué no has oído a Picadillo?! Tenemos que remediar eso cuanto antes”, me dijo una amiga cuya opinión en materia de música –y otro montón de cosas más– merece todo mi respeto. Y en lo que me hacía llegar su disco, me di a la tarea de buscar algunos videos con los cuales formarme alguna idea de qué toca una banda con semejante nombre. Y la verdad es que suenan exactamente a eso, a una mezcla inesperada de texturas que no corresponde a ningún manual y nos obliga a mover los pies y cantar a voz en cuello unas canciones extrañas y divertidas.

Música con una profunda raíz norteamericana, pero que suena a Cuba en todo momento, fruto de un injerto maravilloso de unos músicos de origen cubano y que cabalgan a medio camino entre Madrid y Miami. Como si a New Orleans, después de un romance europeo, le hubiera brotado una pequeña Cuba; así van construyendo su sendero sonoro estos artistas que tras encontrarse en las plazas madrileñas de La Latina y Lavapiés decidieron juntar sus luces en el 2010, y un par de años más tarde lanzar Las cosas de la vida (DoReMix Records, 2013), un disco gestionado de manera independiente.

Grabado en Madrid entre 2011 y 2012, y mezclado y masterizado –gracias a una campaña de crowfunding– en PM Records, en Cuba, a finales de 2012, Las cosas… se ha convertido en la carta de presentación de una de las propuestas más interesantes de la escena musical cubana fuera de nuestras fronteras. Apoyados por instrumentistas de diversos estilos, el grupo, conformado por Héctor Agüero Lauten (piano, guitarra y dirección musical), José Luis ‘Jochi’ González (percusión y trompeta), y las voces de Sol Ruiz (voz y ukelele) y Rey Rodríguez (voz, guitarra y armónica) –la de ella un tanto jíbara, un tanto aristócrata la de él–, dio forma a un disco de diez temas cuyas únicas reglas parecen ser fusionar todo lo fusionable y pasarla bien tocando.

R&B, son, bluegrass, punto cubano, rumba y dixieland se dan cita en las composiciones de Las cosas…, uno de esos discos que alegran cualquier fiesta, una demostración de la fuerza de ese estilo inclasificable que han denominado “son eléctrico” (según cuentan, sus presentaciones en vivo son toda una gozada). Y es que, como buen picadillo que se respete, aquí van cayendo en entera complicidad ritmos y melodías desmenuzadas y recompuestas en una salsa generosa a fuego lento. Como debieran ser todas las buenas cosas de la vida.

Aún no decido si me agrada o me molesta ese sonido un tanto naif, incompleto, que se percibe en el disco (¿culpa de la azarosa manera en que fue confeccionado?). Los melómanos más exquisitos probablemente encuentren un freno en esta grabación, pero confieso que el toque amateur ha terminado por formar parte del encanto que detecto en Las cosas… Sería toda una ganancia, no obstante, que los próximos empeños discográficos –según recoge el blog musical Generación Asere, están trabajando en un nuevo disco titulado Manicomio– contarán con una mejor producción; un trabajo más elaborado que no sacrifique la frescura de su sonido. El reto es grande, pero, si ya suenan bien, imaginen qué delicia poder despacharnos un Picadillo con semejante factura. Tengo fe. Iré poniendo la mesa, por si acaso.