Manolito

Manolito Aguiar. Foto: Bohemia.

Cuando lo asesinaron, el primero de noviembre de 1958, Manolito Aguiar estaba completamente sólo y tenía apenas 18 años de edad. Era, sin embargo, un probado combatiente que había acumulado méritos y experiencia para ser ya uno de los más destacados dirigentes del Movimiento 26 de Julio en la capital.

Perteneció a una generación obligada por la historia a quemar etapas, saltando de la niñez a una madurez forzada. Había ingresado al Instituto de Segunda Enseñanza de Marianao, en 1953 y el ataque al Cuartel Moncada fue para él, como para muchos de su edad, un aldabonazo que desde entonces guiaría su conducta. Al siguiente año fue elegido para integrar la Asociación de Estudiantes en la que participaría activamente y de la que sería electo Presidente en 1957.

En aquellos años los alumnos de la Segunda Enseñanza, y con ellos Manolito, desarrollaron una estrecha vinculación con la FEU de José Antonio y Fructuoso, engrosaron sus filas en las manifestaciones y actos de protesta. Cerrada la Universidad el epicentro de la lucha estudiantil se desplazaría a los centros secundarios y a las universidades y academias privadas. Los más jóvenes tendrían que crecerse apresuradamente.

Miembro de las Brigadas Juveniles del Movimiento estuvo presente en numerosas acciones que buscaban extender a La Habana la guerra revolucionaria. Dirigente del Frente Estudiantil Nacional (FEN) fue uno de los principales responsables de la huelga estudiantil que se extendió desde febrero (martirio y muerte de Fontán) hasta mayo de 1958, la acción de masas más prolongada y exitosa de las realizadas contra la tiranía batistiana.

Cumplir esa misión allí, era una hazaña de dimensión olímpica. El Instituto estaba ubicado frente al campamento militar de Columbia (hoy Ciudad Escolar Libertad) sede de la jefatura del ejército batistiano y de su aviación militar, donde se concentraban miles de soldados. Muy cerca, a unos centenares de metros, estaba la Estación de Policía de Marianao y los locales del BRAC (Buró para la Represión de Actividades Comunistas) y el Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Era una zona, además, en la que residían numerosos oficiales e integrantes de esos cuerpos represivos, y muchos de sus hijos eran también alumnos de aquel centro docente. Esa parte de la ciudad era, en fin, un bastión del batistato.

Levantar en aquel lugar el mensaje revolucionario era como hacerlo en las mismas narices del tirano y cercado por sus peores secuaces. Pero el Instituto de Marianao siempre estuvo a la vanguardia porque de lograrlo se encargaron unos adolescentes que muy pronto supieron hacerse héroes. Entre ellos sobresalió Manolito que hizo de aquel sitio un foco de rebeldía constante, donde el paro estudiantil se mantuvo hasta el final. Él, que después de la derrota de la huelga obrera en abril siguió luchando y reemplazó a los caídos, y asumió mayores responsabilidades y era ya, cuando llegaba nuestro tibio otoño, Capitán de las Milicias Revolucionarias.

Por eso lo odiaban. Por eso lo acechaba la muerte.

En la esquina de calle 100 y 51, en su barrio, mataron a un muchacho que leyó mucho a Martí, que se empeñó en aliviar la pobreza de otros, que fue solidario y alegre, a quien le gustaba estudiar, ir a fiestas y bailar y compartir con sus amigos. Un muchacho que quiso ser feliz e irradiar felicidad a los demás.

Dicen, los que no olvidan, que era soleada aquella tarde. Pero aun recuerdan el dolor y la rabia. Y la tristeza.

(Tomado de Cubarte)