Un samurai nunca se rinde (+ Fotos y Box Scores)

Brasil quiso dar el Fukuokazo, pero no le bastaron las fuerzas y terminó vencido por Japón, que nunca desbocó sus nervios de samurai en desventaja y, a la altura del octavo episodio, diseccionó al rival con dos golpes de sable.

Fue un partido enredado para los anfitriones, par de veces monarcas del Clásico, quienes volvieron a pecar de anemia en el home plate. Tal como se veía venir desde los topes de preparación. O antes aún, desde que Ichiro y Aoki renunciaron a vestir la camiseta.

Para colmo de desgracias, Masahiro Tanaka no gozó de una apertura sólida, y los hombres del impasible Barry Larkin le entraron por los (diminutos) ojos al derecho, el nuevo dios de los nipones, que alardea de un comando majestuoso, pero hoy regalaba mucho envío a la altura de las letras.

Con la katana fría, Tanaka no demoró en salir del box. Dejó el score abajo por la mínima –¡benditos sean los double plays!-, el dugout rival embravecido y algún que otro vaticinio apresurado en boca de fanáticos y expertos. Sí, porque era temprano –tan temprano como el primer tercio de juego-, pero había increíbles presagios de catástrofe.

Desde el box oponente, Rafael Fernandes lidió con sus problemas de control hasta el tercer capítulo, cuando Itoi –colocado como cuarto madero en lugar del monstruo Abe- le hizo un corte que empató la pizarra en Yahoo Dome. El favorito recuperaba crédito, y se afianzó en su condición al irse arriba a costa de Murilo Gouvea en el cuarto episodio.

Sin embargo, el zurdo Sugiuchi –veterano de mil batallas y dos Clásicos- no pudo preservar el marcador frente al irreverente elenco sudamericano, que regresó a la paridad con hit al medio del designado Sato, corroborando que no existe peor cuña que la del mismo palo...

Así arribó la quinta entrada. Japón le ponía el máximo interés al desafío, sabedor de que el triunfo casi lo aseguraba en la siguiente ronda. Por eso recurrió a Tadashi Settsu, ganador –como el propio Tanaka- del premio Sawamura, equivalente del Cy Young de Grandes Ligas. Pero Settsu tampoco escapó ileso, sacudido por el tercer indiscutible del verdugo Leonardo Reginatto.

En adelante, el diestro asiático encontró la ruta con sucesivos screwballs que poncharon a cuatro adversarios, mas el score siguió sin alterarse. Tres carreras por dos le ganaba David a Goliat. Todo era cosa de sacar seis outs.

Pero entonces Brasil se enteró de que no estaba en el Preclásico, jugando contra el descafeinado equipo colombiano ni ante aquel Panamá lleno de arrugas que, más por glorias pasadas que por méritos actuales, encabezaba Carlos Lee.

Uchikawa, tercero en el line up, abrió con hit frente al siniestro Nakaoshi. A seguidas, Itoi, como buen samaritano, tocó de sacrificio, y el emergente Ibata niveló las aguas con sencillo productor. Larkin apeló entonces a un derecho, Kesley Kondo, que metió en el circuito a Chono (por infield hit) y Toritani (transferencia).

Desde la otra cueva, Yamamoto envió a batear a su estrella, Shinnosuke Abe. Bases llenas, un out, pitcher vacilante... Mejor, imposible. Larkin, lo creo, pecó de obstinado al mantener a Kondo en la lomita, y Abe soltó un cohete sobre el primer disparo que no se metió en el center field por un esfuerzo milagroso del camarero Burin. De todos modos, la carrera de la ventaja entró, y todavía hubo otra más gracias al hit inapelable de Matsuda.

Del resto se encargó el bullpen de los dueños de casa. Atsushi Nohmi preparó la escena en la parte baja del penúltimo inning, y Kazuhisa Makita apuntaló el triunfo con los tres últimos outs.

De manera que no hubo sorpresa, aunque sí unos intentos sediciosos que Cuba, con todo lo grande que es su béisbol, no ha podido tener ante Japón en tres choques en Clásicos Mundiales. Brasil forzó la situación casi hasta el límite, amenazó con abordar la nave del monarca y le gritó en la cara sus carencias –sus marcadas carencias- bate en ristre.

Pero Japón, paciente, remontó cada vez, hasta ponerse al borde del avance a la próxima fase del evento. Larkin y sus pupilos, abatidos al cabo de tanta corajina, deberán apostar ahora sus vidas a un todo o nada contra Cuba, de la mano de Andre Rienzo y Thyago Vieira.

Será, entonces, su segunda y definitiva posibilidad de Fukuokazo.

Positivo: La respuesta eficaz de los emergentes japoneses. Negativo: El capricho de Larkin, un buen manager, con un relevista en plena crisis. Preocupante: El dudoso predominio ejercido por los ases del montículo nipón. Incomprensible: La decisión de no alinear con Abe, el único jugador capaz de marcador diferencias en el line up de Yamamoto.