Chucho Valdés, New Orleans y yo (+ Video)

Chucho Valdés y yo. New Orleans de fondo

No me gustan los aeropuertos. Son estaciones grandes, paradas en las que unos "P" de gran capacidad recogen y descargan montones de personas que, si tienen todos los tornillos, se alejan rápidamente de esos lugares. Pero de vez en cuando hay que despedir o recibir a amigos y familiares, y me tengo que resignar a esperar por un par de horas en esos salones babélicos. Ayer, sin ir más lejos, los compromisos me llevaron a la terminal 3 de nuestro aeropuerto José Martí. Como cura del aburrimiento me acompañaban Calibán -ese ensayo inigualable que releo como credo- y los ocho temas que componen el delicioso disco que es Chucho's Steps, la más reciente producción del maestro Chucho Valdés. Vagaba sin rumbo, prestando ocasional atención a las imágenes que nos llegaban de Daegu mientras cruzaba los dedos para que Usaint Bolt no volviera a darme una noche amarga.

Comenzaban a sonar los compases magníficos de New Orleans y Retamar criticaba las imágenes europeas del latinoamericano cuando Cynthia me llamó señalándome algún punto impreciso de la sala. A lo lejos, divisé un gigante de cabeza cubierta. En mis oídos unos dedos venidos de otra galaxia recreaban la ciudad del jazz, ora en tiempo de bebop, ora un contagioso ragtime. Yo, que no me considero un tipo impresionable, sentí mi corazón acelerarse. "Dale, tírate una foto con él", me dijo Cynthia.

Mientras los metales de New Orleans resonaban recordando el distintivo signo de la familia Marsalis me acerqué lentamente, aún incrédulo ante esta concurrencia del azar. A escasos metros comprobé que la boina azul mostraba el inconfundible canguro Kangool. Del millón de coincidencias posibles ahí estábamos, en combinación casi irreal, Chucho Valdés, New Orleans y yo.

"maestro quizás no me crea pero en este instante estoy escuchando New Orleans si no es mucha molestia para mí sería un honor tirarme una foto con usted por cierto es un excelente disco el que ha hecho y felicidades por el Grammy" dije de corrido y visiblemente emocionado. Me miró con sus ojos divertidos, probablemente haya entendido solo palabras sueltas; New Orleans, foto, Grammy. Se giro hacia donde me encontraba, me regaló una sonrisa agradecida y 5 segundos eternizados en una foto de mala calidad.

Volví a la espera habitual de los aeropuertos, a la lectura de Calibán y a las imágenes del mundial de atletismo. Minutos más tarde, mientras Usaint Bolt corría seguro por la pista y yo escuchaba a los Mensajeros Afrocubanos homenajear a Yansá en un tempestuoso tema, seguí con la vista los pasos del gigante Chucho mientras se perdía en un pasillo rumbo a Madrid.