Ferias del Libro

Por Frei Betto

En los últimos meses participé en varias ferias del libro y en otros acontecimientos literarios, como el Programa TIM Grandes Escritores. Entre octubre y noviembre pasados estuve en las ferias de Gravatai (RS), Caxias do Sul (RS), Belém (PA) y en el Foro de las Letras, en Ouro Preto (MG). En todos esos acontecimientos constaté el empeño de los promotores por promover el libro, despertar el interés por la literatura y facilitar el contacto entre lectores y autores.

Leer es recorrer todos los períodos de la historia, penetrar acontecimientos científicos y técnicos, dar alas a la imaginación, sin salir de casa. Basta con abrir el libro. Se puede conocer cualquier tema, desde la fabricación de vinos a la vida de los papas; basta con descifrar el código alfabético en hojas de papel o en el monitor del ordenador. Leer es soñar, poetizar, divagar, ensanchar la fantasía y cultivar la sensibilidad.

La diferencia entre leer y ver televisión es que, en el primer caso, el lector escoge lo que le interesa. Con la ventaja de no someterse a la avalancha publicitaria y adecuar la programación -en el caso la lectura- al ritmo de su preferencia. Y, considerando la baja calidad de contenido de la TV brasileña, leer es absorber cultura.

En Brasil el consumo de libros todavía es ínfimo: 2,7 por habitante/año. En Argentina 6. En nuestro país hay cerca de tres mil librerías, de las cuales el 50% en el estado de São Paulo. Aquí el libro sufre el efecto Tostines: es caro porque se vende poco y se vende poco porque es caro. El gobierno, exceptuando la compra de libros didácticos, no incentiva la producción y circulación de libros. Son raros los municipios con bibliotecas públicas, y las pocas existentes no siempre velan por la conservación de las instalaciones y por el incremento del acerbo. La informatización todavía gatea y el lector enfrenta a veces barreras burrocráticas para tener acceso al libro.

Así, no es de extrañar que alumnos de 8º no consigan redactar una sencilla carta sin cometer graves errores de ortografía y de sintaxis. La cosa empeora cuando se trata de interpretar un texto. Se lee el párrafo sin conseguir entenderlo...

El amor a los libros nace en la infancia. Un niño que nunca vio a sus padres leyendo o que vive en una casa desprovista de libros tendrá seguramente dificultad para adquirir gusto por la literatura. Hoy día se recomienda leer historias a los bebés, de modo que se favorezcan las relaciones cerebrales y la elaboración de síntesis cognitivas. Al leer o contar una historia para niños es normal en ellos recrearlas después que las escuchan. La imaginación entra en diálogo con el texto. Aflora la fantasía, oxigenando y oyendo síquica y espiritualmente.

La TV ya no estimula esa interacción, solamente impone al niño el contenido de su programación. Y, en cierto modo, anula la fantasía infantil, como si la TV fuera capaz de sustituir el saludable ejercicio de dar alas a la imaginación.

En otros tiempos las ferias del libro tenían la característica de abaratar el producto. Hoy se vuelve cada vez más raro. A pesar de que el gobierno de Lula haya exonerado de impuestos a las editoriales, todo indica que el beneficio no llega a los lectores.

Por suerte, hay  en el Brasil bibliotecas montadas por iniciativas voluntarias, cuyos acerbos dependen de donaciones. En la capital paulista es posible llevar prestado un libro en las estaciones de metro. Y el índice de no devolución es mínimo -lo que consuela nuestra autoestima ética en esta nación de tantos políticos corruptos. En Brasilia una carnicería distribuye libros en paradas de autobús. En la Bajada Fluminense un ama de casa transformó su patio en biblioteca pública.

Ojalá que el propósito del poder público de instalar una biblioteca en cada municipio brasileño se haga realidad un día. El Brasil estará a salvo el día en que las nuevas generaciones estén enviciadas por los libros.